Los estímulos económicos para enfrentar la crisis del COVID-19 en Estados Unidos han contado con el respaldo de economistas de diferentes ideologías y simpatías partidarias. Los dos primeros fueron aprobados sin cuestionamientos importantes, pero el tercero de US$1.9 billones de dólares (trillones en inglés), ha generado debate en torno a su monto y no a su necesidad, ya que algunos temen que su tamaño pueda sobrecalentar la economía, disparando la inflación, aumentando la tasa de política monetaria y afectando la recuperación económica.
Es un asunto de interés global, porque las consecuencias no se limitarían a esa nación, sino que se extenderían al resto del mundo, incluyendo la República Dominicana.
El punto central ha sido la posibilidad de una elevada inflación. Un tema en que los planteamientos se fundamentan mucho en argumentos teóricos y referencias históricas, ya que los modelos que la predicen son de reconocida imprecisión, mucho más cuando los datos que los alimentan provienen de situaciones muy distintas a la actual, la cual no tiene antecedente similar.
Entre quienes han manifestado preocupación, no solo se encuentran economistas “tendenciados” por simpatías políticas e ideológicas, sino autoridades como Olivier Blanchard, pasado economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), y Lawrence Summers, secretario del Tesoro durante la presidencia de Clinton y director del Consejo Nacional de Economía en la de Obama.
En el escenario actual, el detonante más probable de una elevada inflación sería un crecimiento desmesurado de la demanda agregada por un aumento desbordado del consumo a partir de la gran cantidad de dinero en mano de la población.
Los estímulos fiscales por COVID-19 han entregado cheques por US$3,200 (US$1,200, US$600 y US$1,400) a una alta proporción de las personas que han mantenido sus empleos durante la crisis y, desde marzo de 2020, se han realizado pagos de US$300 semanales a quienes han perdido su trabajo, permitiendo que algunos hayan percibido ingresos mensuales superiores a cuando laboraban. Además, las restricciones por la pandemia han limitado el gasto, incrementando el ahorro.
A finales del año pasado los saldos bancarios de los más pobres fueron 40% superior a 2019 y los de los más ricos 25%, y se estima que durante la crisis se han acumulado US$1.6 billones en ahorro excesivo, pudiendo llegar a un 10% del PIB con el último estímulo.
Hay mucho dinero en la población, sobre todo en los más ricos, que son quienes menos han perdido sus empleos, quienes gastan una menor proporción de sus ingresos y quienes más han restringido su consumo porque una gran parte lo destinan a servicios, el sector más afectado por la pandemia.
Existe un gran consumo potencial contenido en los sectores de altos ingresos y en quienes han recibido ayudas monetarias, además de su salario laboral, las cuales son asumidas muchas veces como ingreso adicional que es más fácil de gastar. Inclusive, los hogares pobres tienen una alta propensión al consumo de sus escasos ahorros, por lo que buena parte del dinero en mano de la gente se irá convirtiendo en demanda en la medida en que la economía reabra progresivamente, pudiendo alcanzar los niveles prepandémicos en pocos meses.
La OCDE estima un crecimiento promedio de 6.2% en los países del G20 en 2021, impulsado en buena parte por la demanda proveniente del gran ahorro de los hogares.
Por su parte, la Reserva Federal espera una expansión económica de 6.5% este año y que el consumo aumente a una tasa anualizada del 8% en el primer trimestre. Un alto crecimiento es previsible a partir de la caída de 2020 y del empuje de las políticas fiscales y monetarias aplicadas, salvo que las vacunas pierdan efectividad frente a nuevas mutaciones del virus, obligando a volver a escenarios como los del año pasado, lo que constituye la mayor amenaza para la economía mundial a corto plazo.
Un factor imprescindible para el crecimiento de la economía es la activación progresiva de los servicios, los cuales representan el 60% del consumo nacional. Están en recuperación, pero se mantienen rezagados aquellos que requieren presencia y contacto personal, como viajes, alojamiento, restaurantes, cines, comercio minorista, ocio y entretenimiento. A finales de 2020 solo operaba el 63% de los que cerraron en marzo de ese año y actualmente funcionan a 75% de la capacidad de 2019.
El Premio Nobel Paul Krugman ha señalado que lo que la economía estadounidense enfrenta es una escasez de demanda. Pero es importante precisar que la responsabilidad principal de esa escasez son las restricciones impuestas y autoimpuestas para el consumo, y no la falta de dinero para gastar, dado el exceso de ahorro registrado. Hay mucha liquidez en la población, pero es difícil saber si suficiente para llenar o sobrepasar todos los huecos en la demanda agregada.
Además del ahorro, otra variable que incide en el consumo es la recuperación del empleo, el cual repunta vigorosamente. Recientemente el Departamento de Trabajo notificó la creación de 916.000 puestos en el mes de marzo. Así mismo, la Fed pronosticó que el desempleo caerá a 4.5% a diciembre 2021, de cerca del 6% en que se encuentra actualmente, y se espera la creación de unos 7 millones de empleos en el año.
El consumo creciente empujará los precios hasta un punto difícil de determinar en el momento. Pero además, inciden simultáneamente otros factores que ejercen presiones inflacionarias, algunos de los cuales se indican a continuación.
El incremento de precio de las materias primas, tras el desplome del año pasado. En un primer momento la crisis fue deflacionaria, al afectar más la demanda que la oferta, ya que algunas industrias mantuvieron altos niveles de producción para mercados que se estaban contrayendo, lo que lanzó algunos precios por el suelo. Inclusive, el del petróleo llegó a ser negativo, aunque en los últimos meses se ha disparado para situarse cerca de US$60 el barril. El dinamismo económico creciente aumentará la demanda global tendiendo a encarecer insumos y materias prima, lo que terminará impactando el precio de los bienes finales.
También los fletes se han encarecido significativamente, sobre todo por el congestionamiento de los grandes puertos y las largas espera de los barcos para descargar, así como por el déficit de contenedores y la disminución de líneas marítimas y naves de transporte. Los fletes desde Asia se han quintuplicados y los de otras partes del mundo se han elevado cerca del 30%. La normalización puede durar todavía meses y es posible que los precios no vuelvan a descender a los niveles previos.
El recrudecimiento de la tensión comercial con China y los compromisos políticos con los sectores sindicales y laborales reducirán importaciones e incrementarán el valor agregado nacional de los bienes que se producen en el país, elevando sus precios para los consumidores internos.
La depreciación del dólar estadounidense en los últimos meses tiende a encarecer los productos importados, tanto los bienes finales como las materias primas, acarreando consecuencias inflacionarias, aunque beneficiando las exportaciones.
La crisis del COVID-19 agudizó los déficits gubernamentales y los balances de los bancos centrales que llegaron a representar el 11% y el 13% del PIB global respectivamente. En Estados Unidos se estima que el último paquete de estímulo aumentará la deuda pública como proporción del PIB en 10 puntos porcentuales y, como se ha dicho: “Los anteriores episodios de excesiva deuda gubernamental casi siempre han terminado con alta inflación”.
Hasta el momento, el gran déficit presupuestario está siendo monetizado por la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro a través de una flexibilización cuantitativa en gran escala, aumentando el dinero disponible con moneda de nueva creación (“dinero en helicóptero”). Esa expansión monetaria es un aumento de la oferta disponible con potenciales consecuencias de depreciación y riesgo inflacionario.
Asimismo, la cantidad de dólares estadounidense a nivel mundial aumentará con la nueva asignación de los Derechos Especiales de Giro (DEG) del FMI realizada por el G20, que se distribuirá en función de la cuota de cada país miembro en la institución y que puede alcanzar los US$650,000 millones, teniendo repercusiones en el precio de adquisición de esa moneda en los mercados internacionales.
Un dato adicional es que el mercado inmobiliario de los Estados Unidos se encuentra muy activo, habiendo crecido cerca del 12% en el último año según la firma inmobiliaria Freddie Mac.
Además de lo anterior, el mercado financiero ha tomado medidas preventivas en caso de que la Reserva Federal se vea obligada a subir las tasas de interés, como es el aumento en cerca de un punto porcentual de los bonos soberanos a diez años y la elevación de los rendimientos del financiamiento hipotecario del Tesoro a ese mismo plazo.
En la próxima entrega presentaremos algunas conclusiones sobre el tema de la serie y describiremos las características generales del segundo plan de estímulo que busca impulsar la administración del presidente Biden.