(Apuntes para un manual de Sociología barata)

Tirando una mirada ligera por  papá Dios google, encontré una definición básica del  Piropo: “Es una frase ingeniosa que se lanza a una persona para adular, con el propósito de cortejarla o enamorarla. Si bien esto es muy común entre los hombres hacia las mujeres, también se da en el caso recíproco (de mujeres a hombres) pero en mucha menor medida.”

No comprendo por qué en el piropo per se, la ideología feminista insiste en ver agresión, si el piropo en sí es alagar. Es salivar la sensualidad y los encantos corporales del otro. Es la voluptuosidad instantánea de los ojos y de los labios disfrutando las dimensiones del cuerpo. Es humedecer la sequedad del alma. Más de ahí; es el acto más simbólico de la sexualidad.   

Ninguna mujer en su sano juicio se pueda sentir ofendida cuando le dicen: “adiós muchachita linda…,” “hermosa hembra”, “que bello caminar,” “Tantas curvas y yo sin frenos,” “adiós muchachita linda, pelo alborotado, tú tienes que ser mi novia y tu hermano mi cuñado” “que piernas tan chulas”. Otra cosa es ser grosero en el halago, como se puede ser en cualquier acto de la vida.

Comprendo de sobrada manera  que un piropo fuera de tono puede ser ofensivo; y cuidado con eso porque las percepciones están muy afectadas por los “prejuicios culturales” de una persona. He conocido mujeres que les gustan los piropos “duros”: “adiós mami qué “pa’lante” tú tiene’,” “si te agarro te como…”

Tal vez algunas feministas ven agresión en el piropo per sé  porque quien brega con infiernos proyecta  demonios en todo lo que ve. Por qué atrincherar la riqueza de la vida en dogmas ideológicos o en fundamentalismos teóricos.

Una de las limitaciones o “pecados” de las ideologías religiosas y políticas, es que, en esencia, son intolerantes,  consideran que la relatividad o la varieté de la vida es un film en blanco y negro. Rara vez apelan a ese abismo sin fronteras que es la “necedad” del pensamiento.

En un mundo narcisista como el de hoy, son raros los humanos (en especial los jóvenes) que no exhiban sus encantos esperando ser  gratificados, en especial las mujeres, que la esencia de su vanidad cohabita con el halago onírico. Feministas o no, envejeciendo, ya reclamaremos que nos piropeen.

Por qué encerrar el rito del piropo en una percepción tan resentida y sesgada de género-ideológico, como si eso fuese el universo que implica enamorar.  Piropear también implica ver, saborear, distinguir de forma pública-lúdica los encantos eróticos de la sexualidad, que de por sí, solamente tenemos licencia para hacerlo en el tabú de lo privado.

(Dedicado a Nayibe Tavares Abel)