Después de la lectura de los excelentes trabajos sobre el artista José Cestero elaborados por Marianne Tolentino y Jonathan Cabrera publicados en los periódicos “Hoy” y “Diario Libre” los días 23 de Enero y 1 febrero 2016 respectivamente, he querido asociarme al coro de alabanzas por el otorgamiento al mismo del Premio Nacional de Artes Plásticas 2015. Uno que otro reparo será por necesidad consignado en este articulo.

En ambos testimonios se ponen de relieve algunas singularidades del zurdo genial como son entre otros su condera vocación, el gusto por la vida bohemia, sus dotes de notable “causeur”, su proverbial desinterés por los convencionalismos, su gran afición por la amistad y en un rapto de entrañable camaradería la erudita de origen francés lo define paradójicamente como un loco absolutamente cuerdo.

A mis lectores debo previamente advertirles que mi reseña no está motivada ni por compromisos de amistad ni tampoco por una posible complicidad generacional, pues nunca he conversado con el artista aunque tengo más de medio siglo entreviéndolo, jamás nos hemos saludado a pesar de tener amigos comunes, no recuerdo haberle visto fuera de la calle El Conde y por lo tanto mi nombre no le dice nada en absoluto.

Desde el punto de vista de la interactuación social ciertos amigos aseguran que él es un ángel generoso que desprecia el valor del dinero, en cambio otros señalan que es un sombrío filisteo, opiniones que no obstante darles cabida en este trabajo no me interesan para nada ya que lo único en verdad de importancia para el autor y el gran público en su obra como artista del pincel o el carboncillo.

Si en verdad la preocupación medioambientalista y su estilo a horcajadas entre lo figurativo y la abstracción son las características más destacadas de Cestero en la faceta conservacionista de su paleta, el rasgo que más lo identifica y distingue es la tonalidad verde malaquita – quizás un poco aguada – con que transcribe en sus dibujos el follaje y la floresta circundante

Debo confesar que su arte concitó mi tardía atención a partir de su serie pictórica sobre el ilustre caballero Don Quijote de la Mancha que en la mayoría de sus imágenes mostraba una sencillez y economía de medios – unos cuantos trazos y ya – similares al dibujo que de este personaje hizo Picasso en 1955 (hoy está en el museo de Saint Denis – Seine en Francia) que como sabemos es una reproducción genial del héroe cervantino.

Su exposición “Ozama gris” y en particular el dibujo con el cual hermoseó la Escalera No.1 de la avenida de la Salud que tiene por leyenda “Mirador sur que te quiero verde” además de revelar su vocación ecologista y su defensa a favor de nuestro patrimonio vegetal, constituyen seductoras alegorías de su personal interpretación del entorno botánico del cual aun disponemos.

Si en verdad la preocupación medioambientalista y su estilo a horcajadas entre lo figurativo y la abstracción son las características más destacadas de Cestero en la faceta conservacionista de su paleta, el rasgo que más lo identifica y distingue es la tonalidad verde malaquita – quizás un poco aguada – con que transcribe en sus dibujos el follaje y la floresta circundante.

Como es de conocimiento general y de acuerdo a la estudiosos de la influencia del cromatismo sobre la psicología humana, el verde es un color que transmite una sensación de paz y serenidad, y el matiz escogido por José en su fase ecológica tiene la particularidad de que el observador parece sentirse tranquilamente paseando por una exuberante pradera o una arborescente colina.

Ahora bien en lo que el Premio Nacional de las Artes Plásticas 2015 adquiere la indisputable categoría de “Maestro assoluto” es en el denominado paisajismo urbano, y gracias a su desenfadado y a ratos irreverente pincel o lápiz se permite unas licencias en la reproducción de las edificaciones y escenas metropolitanas que le añaden a sus trabajos un gracioso encanto.

Concediéndole crédito a un rumor que logró hasta los honores de la prensa escrita a finales de enero y pensando disfrutar de la contemplación de varios de sus paisajes de intramuros, acudí un domingo al edificio Saviñón donde se decía tendría lugar una exposición de sus obras la cual, y al final, no solo cambió de emplazamiento sino también de fecha y horas de visitas.

Días después me presenté al legendario local de “La Cafetera” en la calle El Conde donde supuestamente tendría lugar la presunta exhibición pictórica, pero la coordinación, presentación, calidad y naturaleza de las pinturas expuestas – aproximadamente unas quince – evidenciaban la ausencia total de una real curaduría en su organización además de una completa desconsideración para los visitantes.

Maestro José Cestero
Maestro José Cestero

No observé ningún escenario perteneciente a la antigua ciudad de los colones y salvo la pintura “Salvador Dalí y yo” y talvez su “Charles Chaplin” todo lo restante me resultó insufrible, fastidioso no deteniéndome ni un segundo ante ninguno de los trabajos allí colgados, recordándome una insoportable experiencia que tuve en una exposición del expresionista abstracto estadounidense Mark Rothko en la Fundación Miró en Barcelona.

Este “enfant terrible” de la Pintura dominicana no merecía como testimonio de júbilo popular por el galardón oficial recibido una muestra tan descuidada e irrespetuosa de su arte cuando es muy probable que en colecciones privadas y en diversas instituciones podrían tomarse a titulo de préstamo algunas de sus obras más representativas de este prestigioso memorialista de la primada de las ciudades del Nuevo Mundo.

Paciente lector, existe una escena josecesterina de la calle El Conde a finales de los años cuarenta o principios cincuenta del siglo pasado que en ocasiones he avistado en alguna vitrina o expuesta en medio de la célebre vía peatonal la cua tiene para mí un encanto irresistible, al extremo de ser asaltado por un repentino ataque de parálisis e hipnosis al verla, pues me obliga a detenerme y embelesarme a la vez.

No recuerdo su título pero el motivo del paisaje en cuestión no puede ser mas baladí al tratarse del cotidiano tránsito vehicular o de peatones por la renombrada calle en la referida época – 1940, 1950 – donde podemos distinguir el porte e indumentaria de los viandantes, los letreros de las tiendas, la placa de los automóviles, los modelos y marcas de entonces, la arquitectura predominante y el ambiente propio del centro de la ciudad.

La gran protagonista del callejero panorama es sin lugar a dudas en el autobús o guagua de dos pisos – se llamaba Yolanda creo – que ocupa la posición central en la cual el observador puede apreciar su marca, los nombres de los lugares de la ciudad por los que transita y su término final, la interactuación de los pasajeros que transporta así como las posturas displicentes de estos últimos en sus asientos.

Del colectivo vehículo el detalle que mas me atrae, siendo el causante de inmovilizarme por largo minutos en su contemplación, son los dos haces de luces difundidos por los faroles delanteros de la guagua. Estas dos proyecciones luminosas ejercen sobre mí una fascinación incomprensible como si mi infancia hubiese transcurrido en medio de una guerra bajo un cielo atravesado por reflectores en busca de aviones enemigos.

No me canso de mirarlos las pocas veces que he visto la escena condal, ocurriéndome lo mismo con la búsqueda de los restos del Titanic en Discovery channel y con las visiones apocalípticas del accidente del Concorde en París y el incendio de las Torres gemelas en New York. Algún episodio impactante viví en pasadas épocas quedando marcado para siempre por el fuego y la luminosidad deslumbrante.

Confieso mi rendida admiración por la serie de dibujos inspirados por el llamado Caballero de la Triste Figura y por los pertenecientes a la vertiente ecologista donde el verde malaquita es el protagonista. Pero son las escenas urbanas, las viviendas de antaño, las perspectivas viales y los monumentos coloniales lo más significativo de este neo-impresionista criollo.

Si los cultivadores de la pintura conceptual y el arte no figurativo miran con desdén la faceta urbana josecesterina debo recordarles que los paisajes de París pintados por Pissarro y Monet, y los venecianos reproducidos por Guardi y Canaletto gozan aun de un público entusiasta, y recientemente en Sothebys, Londres, se subastó un cuadro de este último por más de quince millones de libras.

Por las magistrales replicas pictóricas de la ciudad intramuros Cestero se reafirma como el cronista plástico más sobresaliente del llamado casco histórico de la capital dominicana, deseando que en un futuro no muy lejano y bajo la tutela de un comisariato profesional y responsable se organice una exposición de sus obras más emblemáticas para regocijo de sus amigos, colegas y hasta de desconocidos para él como lo es el autor de este artículo.