Cuando Silvio Rodríguez escribió su canción; “el pintor de las mujeres soles”, a su entrañable amigo José Maisique, quien “le puso fecha a su despedida”, quizás pudo imaginar igual destino para miles de otros pintores.

Así vi desaparecer a Guy García, en un rincón alejado de Winwood. Lo visitaba ocasionalmente y este, ya viejo y cansado, parecía darle más importancia al momento conquistado que a su labor escultórica.

La vida sin dudas se va perdiendo con los años, como si fuéramos cayendo hacia un abismo que se cierra en el fondo y adonde llegaremos en la más inquietante soledad.

Hoy me tocó “tocar” aquellos momentos con Guy, cuando visité a otro viejo amigo. Viejo por los años y viejo por la amistad transitada de más de 25 años.

Tenía tiempo que no lo veía. Un mes atrás le hice una llamada a la que respondió dificultosamente; sus manos temblorosas, apenas le permitían manipular el celular. Le prometí una visita…

Hoy, andando por donde recordé que él me había dicho que vivía, volví a llamarlo y poco pude entender de lo que decía. Ya su voz enredada le cubre el cuerpo. No pudo sostener el teléfono y desapareció.

Cuando ya estaba a una esquina de montarme en la autopista, me llamó. Me pareció un milagro que pudiese hacerlo, pero lo hizo y fui a visitarlo. . .quizás a despedirlo.

Tranquilo amigo, que no voy a mencionar tu nombre. Guardaré este escrito mudo solo para nosotros dos, si es que acaso alcanzas a leerlo.

¡Caramba hermano! Que estrujón tan grande fue el verte revolcándote torpe y suicida en una silla de ruedas. Apenas escuchaste mis golpes a tu puerta para desde la profundidad de tu alma gritarme, ¡entra!

No hay cerrojos para alcanzarte, amigo. Desde tu condición temblante estás a expensas de los lobos. Callados pasos te roban el alma desparramada en todas tus paredes, en el piso, en la escalera, en la mesa infinita de capas de papeles que cubren tus trazos vivos, hoy apagados.

Los rostros perfilados de “tus mujeres solas” son la única compañía de que gozas. “Abandonado, en tu empecinada claridad”, aferrado a sus sombras te vi, acongojado cuando te pedí que me regalaras una de ellas.

Miraste al piso y entonces te dije, “cuando mueras, todo esto quedará a merced de las jaurías”. Reconociste la certeza de mis palabras y como Maisique, me pediste una pared para sostenerla.

Ya lo hice querido amigo. Tan pronto entré en mi casa colgué tu cuadro justo al lado del cuadro que pinté sobre la sábana que cubrió el cadáver de mi madre.

Ella pareció complacerse con la nueva compañía. Ahora, son dos “mujeres solas” que se miran de perfil una a otra.

Jamás pensamos los dos que tendría que cargarte. Eras fuerte y entusiasta. Abrigabas energías contagiosas, algo discretas, quizás hasta egoístas, pero, ¿quién aprende en esta vida sino al final de la misma? Cuando quedamos a merced de tiempo, este nos enseña, ¡por fin!, que confiar en otros es asunto inexorable.

Antes de que te sirviera el whisky y desdeñaras mi advertencia de que, las medicinas con el alcohol eran mal negocio, buscaste en tu libro, pacientemente, la página en donde estaba la obra otorgada y allí, con el temblor constante de tus manos, escribiste tus últimos signos, con triste desesperación.

Solo recuerdo . . . hermandad.

Una foto quedó como recuerdo del momento. Tu sonrisa desenfocada también nos jugó la última. Quizás quiso disimularse la silla eterna que llevas atada a tus nuevos caminos. Cinco metros de agonía.

En el caballete, se yergue una tela en avanzado vuelo. ¡¡Morirás pintando amigo!!… ¿de qué otra manera hemos de morir los artistas si no es evocando el sueño eterno? Aquel que día a día nos resulta inalcanzable en una obra que era otra al despertar.

Será que como Maisique, nos iremos entre seres alucinantes, con el pelo largo y la barba “culta” de polvo. Mientras aprendemos el camino de la soledad y practicamos en nuestros lienzos el ligero viaje hacia el universo . . . hasta tal vez le pondremos fecha a nuestra despedida.

¡Salud!