Por años he venido diciendo que la mayor de nuestras fatalidades, es la dificultad para echar a un lado las diferencias, que en el fondo no son tantas ni abismales, para laborar juntos y en armonía en un objetivo común. Y cuando revisamos las posiciones de los actores políticos y los del ámbito civil, es fácil encontrar una similitud de propósitos muy superior a sus desacuerdos.
Inexplicablemente ha costado mucho encontrar vías expeditas para hallar la solución de nuestros más graves problemas, por la falsa creencia de que endosar propuestas ajenas equivaldría a poner al contrario en posición de ventaja, despojándose a sí mismo de una oportunidad para brillar cuando toque estar al frente. Esa característica de la realidad nacional, revela la terca mediocridad que mueve la acción política a base de resortes estructurados para funcionar solo en sórdidas componendas de conveniencia particular.
Cada día que transcurre así resta espacio en el futuro, porque congela el presente para hacerlo parte de un pasado que obstinadamente traza la marcha de un porvenir al que se avanza al paso de tortuga.
El presidente Luis Abinader ha convocado a un diálogo de concertación y la pregunta obligada es si el clima es el más oportuno para lanzarla. De todas maneras, nada se pierde con intentarlo si lo mueve la intención de alcanzar un propósito perseguido y no hallado hasta ahora. No subestimo los agravios de lances pasados y su peso oneroso sobre la iniciativa.
Admito que las relaciones internacionales descansan en legados de cruentas y destructivas confrontaciones, pero eso no impide los intercambios y que la razón norme sus reglas. Francia y Alemania se golpearon en dos guerras mundiales, mismo por años Estados Unidos y Vietnam y hoy son aliados. ¿Porqué no puede ser igual entre nosotros? ¿Son tan grandes los agravios que impidan marchar juntos? Realmente no lo sé