Los dominicanos nos estamos volviendo en extremo pesimistas. Estamos pediendo la fe en el futuro y en nuestras propias capacidades para enfrentar los desafíos que la dura realidad impone. Y aunque no es justo generalizar, se puede ver por todas partes. El empresario próspero habla de lo mal que le va en el negocio. El profesional de clase media se queja de que los ingresos no le alcanzan. Las jóvenes parejas no se casan porque temen que la falta de oportunidades les impida educar correctamente a sus hijos.

Entiendo que existen razones que conducen a ese estado de ánimo casi colectivo. Pero si no cambiamos de actitud jamás podremos conseguir todo lo que el potencial nacional permite. Estaremos tan mal como pensemos. Y mientras mayor sea el nivel de derrotismo  imperante peores serán los resultados de nuestros esfuerzos como nación.

No intento, por supuesto, desconocer la desconsoladora situación que confrontamos y el hecho de que en muchos aspectos de la realidad social retrocedemos en lugar de dar pasos hacia delante. Pero todo en la vida es cuestión de actitud. Total, independientemente de cómo nos golpee, la realidad se reduce casi siempre a la percepción que tengamos de ella. No todos los asistentes hablan igual del baile al que asistieron. Todo depende de cómo le haya ido en él. Pero hay diversas formas de disfrutar una fiesta. Unos lo consiguen bailando con su pareja. Otros con su bebida preferida.

Lo que tenemos que aprender de una vez  y para siempre los dominicanos es que la solución de los problemas tiene que venir de nosotros mismos. En un plano nacional esto significa que no debemos esperar que un gobierno ofrezca las soluciones que cada quien pueda darse por sí mismo. El pesimismo actual no es más que la acumulación de frustraciones de promesas electorales incumplidas. Echemos esas frustraciones al zafacón y saquemos de nuestro interior las fuerzas necesarias para salir adelante.