Desde dos puntos de vista contradictorios, tanto objetivo como subjetivo, los dominicanos somos pesimistas. Y entiendo que este pesimismo esta en nuestra sangre, en nuestro ADN, y en nuestra constitución como nación, fundamental en la idiosincrasia mas intima de nuestro ser. Sin embargo, este pesimismo al mismo tiempo, sin hacer (porque en modo alguno puedo), un análisis sociológico del mismo, nos hace ser felices en nuestra incertidumbre y en el pensamiento mismo de que no nos puede ir peor. Y someto a la consideración de todos los que hagan el favor de leer este atrevimiento, mi humilde apreciación sobre esta situación tan dolorosa, pero al mismo tiempo interesante de nuestra constitución como nación y como Estado.

Basta ver, como en cada crisis económica, en cada instante de incertidumbre de nuestro país, solo elegimos el exilio como opción, baste ver como personas reúnen cien mil, cincuenta mil, o cualquier suma de dinero para pagársela a un “cónsul” e irse del país, en yola, barco o avión,  a pasar cualquier tipo de trabajo y a realizar mil trabajos o actividades, que ni locos nos atreveríamos hacer en nuestro país. Incluyendo en este grupo a personas pensantes, con actividades económicas más o menos remunerativas y otros creyendo que, cuando lleguen a su destino, las cosas serán más fáciles que aquí, debiendo luego al correr de los años volver a nuestro medio, a tratar de recuperar el camino y tiempo perdido, retomando el difícil impulso perdido con la ida.

Este pesimismo nos envuelve en cada paso, y a cada momento, según oigo decir, aquí nada sirve, todo es malo, y no hay posibilidad de mejorarlo, y ese pesimismo a través de los tiempos, entiendo que viene desde las “Devastaciones de Osorio” cuando las “autoridades” españolas como solución trasladaron ciudades enteras a la parte occidental de la Hispaniola, para evitar el contacto con los piratas y filibusteros que ocuparon los terrenos baldíos y abandonados por estas decisiones equivocadas y absurdas de la Madre Patria, que por mala suerte nos colonizó. Y digo por mala suerte, porque parte de ese pesimismo absoluto viene de ellos, y viene del carácter español y por su propio desapego por el trabajo, el sistema y más bien ser proclive a la vagancia y al dejar pasar, y hacer providencial.

El Profesor Juan Bosch en su obra “Composición Social Dominicana” la cual debería ponerse como obra de consulta en todo el bachillerato como libro obligatorio, con  ensayos y estudios serios sobre este particular, establece: “La decadencia de España, que se hizo patente antes de que pasara el primer siglo del descubrimiento y que se advierte leyendo su literatura de la época –la de la picaresca y los hidalgos muertos de hambre- tiene su punto de partida en ese hecho, pues en el mundo capitalista no podía darse, sin que se pagara un precio alto, la contradicción de que se estableciera un imperio sin burguesía, sin capitales de inversión, sin técnica de producción, sin medios de comunicación, sin mercados compradores dentro y fuera de la metrópoli.” Pag. 9

Sin embargo, en los quinientos y pico de años que han pasado, desde este encuentro, hemos hecho del país un crisol, en el cual se ha fraguado la dominicanidad, que hoy celebramos y la posible conciencia de ser realmente un país especial, en cuanto a recursos naturales, recursos humanos, sociales y culturales.

Por mi parte, entiendo que aun podemos, y que debemos como entes sociales impulsar el amor por lo que somos, de dónde venimos, y quienes nos han constituido como nación, y nos seguirán constituyendo, tratar en lo adelante, de estar orgullosos de lo que somos, y de que a pesar los políticos,  hemos logrado.

Es evidente lo que hemos avanzado, es obvio lo que se ha logrado, y con la ayuda de todos y cada uno de nosotros, de lo que puede hacer una sociedad cuando se lo propone.