En las artes escénicas es común escuchar la frase “tienes que identificarte con el personaje”. En teatro, cine, dramas novelescos… el personaje es el papel que interpreta el artista o actor. Lo mismo se aplica en novelas, cuentos, narraciones, poesías… en fin, en literatura en general. Cada nombre de persona, pongamos por caso Dulcinea o Aureliano Buendía, constituye una representación. Aquí, no obstante, nos ocuparemos del personaje pintoresco, ese ser que deambula entre la realidad y la ficción.
Las personas de carne y hueso viven en el territorio. El personaje pintoresco, en cambio, habita en ambos, en el imaginario popular y en el territorio. Pues es producto de una colectividad específica, y es representado por alguien que mantiene su condición humana.
Es ese ente “condenado por su chifladura”, como nos señala Alberto Cortez, por ser un producto del mercado. Un resultado, por demás, orientado al ocio. Sin embargo, como ya se ha dicho, detrás de cada personaje hay siempre una persona. Y no pocas veces olvidamos el hecho de que el personaje es un reflejo de la comunidad, un vernos en su espejo.
En el personaje pintoresco se produce una catarsis entre la persona y el personaje. Se genera una relación intrínseca entre uno y otro; un estado de dependencia mutuo que libera a ambos de las ataduras impuestas por la sociedad y el mercado. Desatados esos nudos, el personaje, en su aparente estado de inconsciencia, satiriza a la propia sociedad y al mercado. Mientras el mercado le vende a la sociedad el personaje entre risas y carcajadas burlonas, el personaje se mofa fingiendo no darse cuenta de la farsa. En el mundo del entretenimiento es gracioso, pero transferido a otro ámbito, no lo es tanto.
Que nos sirva de ilustración el caso de la bella modelo Benya Carolina. Ella vive su realidad desinhibida y le importa un comino lo que piense la gente. Sabe perfectamente que no pocos artistas se escudan en sus “debilidades” mentales para esconder su condición de personajes desenfrenados. O, como dice la juventud de hoy en día, “desacatados”, cometiendo infinidades de ridiculeces, para aparentar un “éxito” que no han alcanzado. Pero, dije, eso es farándula.
El punto es comprender esta realidad y observar las particularidades de esos personajes que dan color unos y, dolor otros, a la vida de nuestras comunidades. Ello aporta elementos creativos a los análisis de la realidad sociopolítica nacional. Tarea propia de las ciencias sociales en general y de las ciencias políticas en particular.
Visualizar el ser social en su dicotomía persona-personaje, en su imbricación simbiótica, transformará el razonamiento sociopolítico en energía vital. Una energía al servicio del desarrollo local y nacional que humaniza la opinión pública y que tiende a transparentar y volver más discernible, por ejemplo, la actividad política. Y la crítica a la práctica política (crítica entendida a la manera de Martí, como ejercicio del criterio), siempre debe estar orientada contra los poderosos personeros y sus papelazos.
Lo más trascendente de semejante visión es que, por otro lado, facilita vernos en el espejo del personaje. ¿Cuál es la razón que impide ver con el ojo humano nuestros personajes pintorescos y a aquéllos que no los son tanto? ¿A caso será porque nos empecinamos en no ver nuestro propio escenario? ¿O en negarnos a notar como los otros manipulan la realidad?
Con todo, asumida esta dinámica de análisis sociopolítica, no faltará quien al referirse a ti, exclame, en tono agradable, “¡ese es un personaje!”. Entonces respira profundo y no te preocupes. En mi caso, para no ir más lejos, ya son varios amigos y amigas que me lo dicen a quema ropa y en mi propia cara.
Y yo sigo vivo y escribiendo.