El perro perseguía al pollo por el patio, lo perseguía y yo entraba en un estado catatónico.

Al correr, su pelaje se extendía horizontalmente por el quebranto de la brisa, sus ojos se elongaban también. El pollo movía su cuello en velocidad con ese gracioso balanceo típico de los de su clase, abría las alas, aleteaba dos, tres veces, soltaba plumas blancas, quería volar.

Rozaban los árboles, las hojas, todo lo que se metía en su camino. Yo gritaba. Mi madre no sabía qué hacer para consolarme. Trató de taparme los ojos pero no lo permití, no podía dejar de ver el desenlace fatídico, el destino de un pobre animal indefenso, siendo atacado. Me abrazaba fuertemente, observábamos las dos cara a cara, ¡Agarren al perro!, gritaba, tratando de hacer competencia a mi voz.

Durante los ocho años siguientes, no era yo capaz de compartir el mismo espacio con un perro. Deduzco ahora, que aquel incidente habría sido la primera situación en mi memoria que se convertiría en un trauma conocido, es decir, el primer hecho recordado que desencadenaría comportamientos inadecuados o incómodos frente a una visión sicológica objetiva, o dentro de los cánones de comportamiento humano, tema un poco más subjetivo.

Con frecuencia vuelve a mi memoria esa particular escena de mi infancia, vuelve con la viva imagen, los colores, la luz de la mañana aquella, el movimiento veloz y constante. Quisiera poder sentir de nuevo el miedo que viví entonces, hacer reaccionar mi alma en posición de espectador. Con esto no quiero decir que no tenga la capacidad de solidaridad o de preocupación por el prójimo.  Bien pudiera decir que a veces el perro persigue de nuevo al pollo en mi presencia, pero ya no hay perros, no hay pollos,  mas bien,  sentimientos desencadenados, persecuciones de la razón.

Lo persigue en las noches de insomnio, donde en la habitación vacía se escuchan dos respiraciones propias y ajenas a la vez. En los momentos de desesperación, donde los pensamientos inundan la mente, en las encrucijadas del corazón, en las preguntas sin respuestas, se repite la visión como añoranza, ahora dentro.

Sus garras se entierran para tomar velocidad en mis carnes, la furia y el temor absoluto se conjugan en una sola vivencia. Revoloteando desordenado en el espacio uno, con su cadencia firme y testaruda el otro. Cada cual en su misión.