Uno de los períodos más importantes de la vida institucional de toda República es el de transición entre el gobierno saliente y el nuevo incumbente. Es precisamente el hecho de que exista esa posibilidad de una transición pacífica, sin aspavientos y con un sentido de pertenencia por encima del ego de los que gobiernan lo que hace singular los procesos democráticos, al compararlo con otros esquemas de gobiernos.

Sin embargo este período de transición puede ser supremamente corto (algo típico en Europa), o extremadamente extendido como el caso dominicano. Uno de los casos más similares (en duración) al nuestro, es el de EEUU, que dura aproximadamente 75 días (las fechas tienen ligeras variaciones) frente a los casi 90 nuestros.

El hecho de que este sea un período de transición, en el cual el Presidente saliente y su equipo se supone que vayan entregando los asuntos de Estado a los nuevos responsables de la cosa Pública, se asume que no se van a introducir nuevos proyectos de reformas legislativas, ni a establecer nuevos compromisos con los recursos del Presupuesto Nacional. Por lo que en los EEUU lo bautizaron como “El período del pato cojo o herido”.

Sin embargo, en nuestro país para mala suerte de los más de 2.6 Millones de alumnos que van a ingresar a las aulas el próximo 20 de agosto (4 días después de asumir un nuevo Ministro y su equipo las funciones) aquí no se sabe ni donde guardó la Ministra anterior la tiza. Es decir, el hermetismo y la falta de cohesión institucional entre Danilo y Leonel ha dado como consecuencia que no se haya podido manejar el proceso de transición de manera adecuada, garantizando un flujo conveniente de información, procesos y objetivos capaces de garantizar el éxito de las políticas estatales en ningún sector.

Para mala suerte de las más de 800,000 personas que viven directamente del agro y las industrias derivadas, no conocemos la política agrícola que se va a implementar ni cuáles son los agentes que la manejarán. No sabemos quiénes y cómo van a atacar el problema eléctrico y la enorme secuela que significa la oda a la ineficiencia que reflejamos a través del subsidio millonario a ese sector. En fin la lista es bastante extensa.

Sabemos que el Faraón sigue inaugurando monumentos y alimentando su insaciable ego de líder fundamental de todo lo que huela a dominicano en la tierra de Duarte, Sánchez y Mella. Sabemos que estas acciones acarrean grandes y graves consecuencias para el equilibrio financiero del país y se han realizado a costas de sacrificar legítimas prioridades, demandas y anhelos de una parte mayoritaria de la población.

No han cesado los nuevos proyectos de Ley, incluso llamando a sesión extraordinaria del Congreso para garantizar su aprobación, sin importar lo festinado del mismo y cómo compromete al erario. La carrera desenfrenada de inauguraciones sin importar la poca transparencia y el alto costo que genera la prisa desmedida y desproporcionada.

Lo que no logramos entender es por qué el nuevo líder de los destinos nacionales no ha sido capaz de elegir su gente y presentarla abiertamente a la nación, para que todos juntos podamos garantizar el éxito de cada uno de ellos y no este hermetismo que sólo nos permite asumir graves vacíos, desde la indecisión, la falta de confianza, recelo de los salientes y finalmente improvisación. Ninguna de estas razones para el manejo que le ha dado nuestro futuro presidente el Lic. Danilo Medina a la transición del gobierno de su partido político nos resultan reconfortantes y por el contrario sólo sirven para inquietar por una parte aun más a la población, y por el otro permitir el mal uso de los recursos del Estado en esta transición.

Se hace indispensable sentir la presencia de un liderazgo auténtico, renovador y fuerte que nos guíe hacia la consecución de las acciones pertinentes para resolver los problemas fundamentales de la sociedad dominicana. Contamos, como dominicanos y dominicanas con que esta posibilidad se materialice en nuestro nuevo Presidente, puesto que lo contrario se torna inimaginable.