En tiempos donde la corrupción es el estandarte que representa a la clase política que nos oprime, vale recordar y aclarar, que el futuro de nuestro país descansa en nosotros, la juventud. El peso y el honor de ser ciudadano es la insignia de la tierra que nos vio nacer, la cual se tiñe de todos los nombres y apellidos de los que nos reconocemos dominicanos y dominicanas.

Llegados a este punto introductorio, hay que rememorar el tiempo en que se nos dio el nombre de “futuro del país”,  y comprender que, a diferencia de lo que hemos visto y nos han contado, la parte medular de la revolución ciudadana no está en la violencia.

Nos enseñaron que las revoluciones pueden cambiar el mundo, pero nunca nos dijeron que la primera revolución está en la mente. Nos popularizaron la guerra y no el pensamiento, porque se valora lo efímero y no se toma en cuenta que la finalidad revolucionaria no es un acto, sino que es trascendental. Por lo tanto, la revolución funge su papel como punto de partida para proyectarse en el futuro.

Lamentablemente, debido al alcance de la corrupción a lugares virtuosos, a la podredumbre política y a la falta de autoestima de nuestro país, el cambio ha pasado de ser una realidad posible a  un planteamiento visceral y elocuente, con una estructura aparentemente utópica, que se le repite a los jóvenes año tras año, con la esperanza, de que la llama revolucionaria reviva en alguno de ellos.

Por estos motivos, se tiene que hacer un llamado de carácter imperativo al pensamiento realista. Hay que encaminar a los jóvenes, no a la República utópica, sino a la contemporánea, mostrándoles de esta manera, dónde estamos, a dónde queremos llegar y cómo vamos a lograrlo.

A todo proceso de cambio significativo le ha precedido estrategias que definen la línea de acción, estas se basan en teorías que luego son aterrizadas en la práctica y, que definen, cuáles son las limitantes en el campo de acción y las posibles incompatibilidades entre el pensamiento y la ejecución del cometido.

Hay que recordar, que si bien la pasión es un factor importantísimo para el cambio, también puede representar una limitante si no se encuentra organizada, permitiendo así, el paso de conductas sentimentales que no aportan a la estrategia. Tenemos que eliminar ese pensamiento popular de que las pasiones y la disciplina son incompatibles y comprender que, como dice George Bernard Shaw en su obra Pigmalión, “[…] en todo lo que se hace verdaderamente bien, hay algo de profesional.”, haciendo alusión al método del que nace la acción.

Son por estas reflexiones, y muchas más que no están presentes en este escrito, que todo cambio importante inicia por la lucidez de los individuos acerca de su estado actual, que la transición nace como un proceso doloroso pero necesario y, que el cambio social se presenta de manera gradual, exigiéndonos de esta manera, mucha paciencia, pero, más que todo, coraje y perseverancia.