Recordando a Alianza Meka.

La mayoría de las veces que nos apartamos de nuestras actividades tradicionales de recreación o del itinerario donde regularmente somos y estamos, y nos ponemos a fluir o a inventar en nuevas aguas, a cruzar límites apostando a que solo por esta vez, o porque dique es la moda o el momento de cambiar de pico y porrazo, que dice fulanito, y que si mis amigos y esto que lo otro… y en fin, a ser y hacer "por el coro", corremos el riesgo de terminar no muy orgullosos de la decisión adoptada. Los ejemplos ilustrativos sobran; actuar por el coro es probablemente la forma más fácil de llegar a la camilla de un hospital, al alcohol o a la nicotina como vicios, y por el mismo coro a una adicción insuperable de la droga más letal; pero también a un divorcio no deseado -o al “¿pa qué me casé!?”-, a caer en un liazo (de gratis y no necesariamente de ropa), preso y hasta mal muerto; todo por el coro.

Ser o decidir por el coro plantea riesgos similares a los que se expone el muchacho que juega con fuego; para él algo divertido, chulo y un perfecto mata óseo, pero solo hasta que se quema, pues luego viene el "te lo advertí" del padre previsor (o azaroso), que pica más que la misma herida, sobre todo cuando la sazonan con un fuetazo disciplinario [sí, yo pasé por ahí]. Y es bueno que esto último suceda, pues de no ser así del muchachito jodón podría resultar un peligroso pirómano. Y así, también por el coro de protestar por protestar, reitero, solo por estar en el coro, las consecuencias podrían ser no menos traumáticas que las escenas listadas.

Sucede que, cuando protestamos estamos haciendo política, y esto mismo siempre que nos expresamos e intervenimos con nuestra opinión, el voto o de cualquier otra forma en los asuntos públicos, donde en definitiva se producen las decisiones más relevantes para el bienestar de todos; decisiones que si no son tomadas en base al buen juicio y la capacidad, difícilmente resulten acertadas, con las contingencias que eso significa. Pero sucede que muchos -por no decir la mayoría- de los manifestantes -de ahora y de siempre-, sobre todo de los más jóvenes que de la noche a la mañana deciden participar en la movida de tener influencia en la toma de decisiones públicas, no comprenden qué es esto que hacen al rebelarse frente a las autoridades protestando y reclamando, cuáles son las consecuencias de estas iniciativas, ni reconocen que en definitiva posiblemente son ya tan “políticos” como los que dicen odiar, solo diferenciándose en que unos hacen política de profesión, y otros improvisando, de pasa rato, diversión o por el coro. Dentro de los primeros se identifican los que históricamente han construido la lamentable realidad institucional vigente, por lo que de no ponérseles un freno, todo seguirá igual -es decir de mal en peor-, y de prevalecer las pretensiones de los últimos -que bien podemos denominar “de política light o de vocación provisional”-, difícilmente se logre un cambio que trascienda la coyuntura que originalmente los motivó.

En la obra “Política para Amador” (1992), refiriéndose a jóvenes de una generación hoy  pretérita y de seguro que de una latitud distinta a la que nos pertenece, pero con innegable vigencia que parece traje a la medida para estas reflexiones, así responde Fernando Savater a su pregunta  ¿qué saben los jóvenes de política?: a parte de los escándalos aireados por la prensa, las zancadillas que los partidos se ponen unos a otros y las exaltadas predicas utópicas de los demagogos, sabe muy pocas cosas más. Hay escaso interés en que aprenda de donde vienen históricamente las instituciones democráticas y cuál es su sentido; qué tipo de relación vincula y enfrenta al individuo y a su grupo social; qué significa la libertad política, cuales son las formas de igualdad, a qué solidaridad puede aspirarse. Los jóvenes son para los políticos carne de cañón o carne de voto: en tanto no alcanzan la edad para dejarse matar por la patria o para dejarse engañar en su nombre, apenas nadie se ocupa de su formación política.

Si todos los que de repente -a propósito de las últimas conspiraciones contra la democracia y la institucionalidad posible en República Dominicana- sienten desde una chispita a una comezón en el pecho como motivación para salir a protestar -como en efecto no pocos han estado haciendo-, lograran sino entender lo anterior, al menos reflexionar al respecto, es posible también que muchos acepten que su participación y pasión atómica en estas jornadas de insurrección pacífica son el producto de la necesidad de distracción o de la seducción de lo que pueda entenderse una moda, o bien, se deje de lado el subjetivismo moral inconsciente de que se hace lo correcto, lo virtuoso y lo bueno -y de que el que no opine así está mal-; por igual, crecería la tolerancia de los que tienen los puños al aire y las gargantas laceradas respecto de los que nunca se han puesto el t-shirt negro ni han confeccionado una cartulina con un mensaje subversivo. Y en procura de maximizar la paz, la justicia y la igualdad sociales, como muy buenas razones para actuar, me parece que es mejor que así sea.

En la segunda parte de este artículo listaré algunos tips o situaciones que a modo de test entiendo podrán ayudarte a identificar el verdadero motivo que te mantiene en vilo y acción política, seas o no de los que tienen la noble esperanza de que en el año 2020 iniciará nuestra quinta república; en otras palabras: si eres un rebelde consciente de serlo y con justa causa o un corista extraviado buscando sonido y diversión. Seguimos el próximo lunes…