En la carta que luego del juicio en su contra Joseph Brodsky envió a Brezhnev en protesta por su exilio, se quejaba ante el líder soviético: “Querido Leonid Ilych: Un idioma es algo mucho más antiguo e inevitable que un Estado. Yo pertenezco a la lengua rusa. En cuanto al Estado, desde mi punto de vista, el patriotismo de un escritor no se mide en los juramentos que pronuncia desde lo alto de un estrado, más en cómo escribe la lengua de la gente entre quienes vive…Aunque estoy perdiendo mi ciudadanía soviética, no dejo de ser un poeta ruso. Creo que regresaré. Los poetas siempre regresan en cuerpo, o en el papel”.
Si bien no creo que todavía en el clima actual que vive nuestro país puedan progresar normas de controles al trabajo intelectual, siempre será necesario que la sociedad, los artistas, escritores y periodistas, especialmente estos últimos, se mantengan vigilantes para hacer esa tarea imposible. Por eso estamos obligados a permanecer atentos contra esa amenaza permanente, hija de la incansable vocación de la clase política, ya se sitúe en la izquierda, al centro o la derecha.
Por más que se le considere como un paso de avance en el campo cultural, los organismos estatales en esa área, por lo general están basados en leyes estructuradas verticalmente, que crean órganos de conducción superior en esa área de la actividad humana. En manos de un gobierno con vocación autoritaria terminan convirtiéndose en instrumentos de control del pensamiento y la creación artística y literaria. Como dijera una de las representantes del régimen castrista en la Feria del Libro, en Cuba no se editan libros contrarios al gobierno, porque es el Estado el único autorizado a imprimirlos. El es quien decide qué obra tiene calidad y qué pueden y deben leer los cubanos. Los artistas, intelectuales, periodistas y funcionarios que aceptan esas reglas se convierten en seres despreciables.