En mi pasado artículo, me referí a la naturaleza de las interrogantes filosóficas. Desde una perspectiva superficial, pueden parecer alejadas de la vida cotidiana de las personas, porque remiten a la búsqueda de un sentido último de la realidad. Sin embargo, esta creencia es errónea.

Desde el siglo V antes de la era cristiana, en Atenas, emergieron los sofistas, un movimiento que encabezó la primera revolución ilustrada de Occidente. Acostumbrados a desplazarse de una ciudad a otra, los sofistas observaron que las normas de una comunidad variaban de un lugar a otro, estaban condicionadas por el modo de autoorganización que cada grupo humano decidía darse a sí mismo.

A diferencia de la creencia común, llegaron a la conclusion de que los preceptos morales y jurídicos no eran leyes naturales, sino normas creadas por los seres humanos y por tanto, modificables.

Se preparaba el escenario para un giro reflexivo en el mundo antiguo que la figura de Sócrates de Atenas llevó hasta sus últimas consecuencias. El hombre que se refirió a si mismo como un tábano, porque picaba con preguntas fundamentales sobre el sentido de la vida en sociedad, desafió el orden politico de su tiempo examinando a los principales responsables del mismo.

Desde entonces, la filosofía ha tenido la particularidad de ser un saber contestario y peligroso. Alrededor del 529  de  la era cristiana, el emperador Justiniano proscribió la enseñanza de la filosofía griega.  A lo largo de la historia y en múltiples localidades, ha sido prohibida o eliminada por el poder político, que la mira con suspicacia por ser una actividad dirigida a cuestionar los fundamentos de las decisiones humanas, su sentido y racionalidad.

Hoy día, el mayor peligro proviene de un orden internacional que apela a la utilidad mercantil como fin último de la vida y pretende anular cualquier posibilidad de alternativa al modo de vida que impone por doquier. Ante esta nueva forma de totalitarismo es rescatable la postura de T. W. Adorno, según la cual la filosofía es necesaria hoy como crítica, como “asilo para la libertad”.