La trágica muerte a destiempo de la joven locutora y estudiante de periodismo de Franchesca Lugo Miranda, en el curso de un violento intento de atraco perpetrado por dos agentes policiales y un miembro del cuerpo que había sido dado de baja, pone de nuevo a discusión el reiterado tema de la grave contaminación del cuerpo de orden público por la presencia de una nutrida cantidad de elementos indeseables, que con preocupante frecuencia aparecen vinculados a graves actividades criminales.
Y por nueva vez se reclama, en esta ocasión, al recién nombrado jefe de la uniformada, mayor general Nelson Peguero Paredes, todavía de estreno y como quien dice tratando de coger el piso, proceder al saneamiento de las filas de la institución.
¿Hasta dónde resulta un remedio eficaz? ¿No es el mismo reclamo que se ha hecho una y otra vez a los distintos jefes que han ocupado el mando supremo de la Policía Nacional? ¿Acaso han sido inventadas las elevadas cifras de depuración ofrecidas en cada oportunidad por los respectivos jefes que han pasado por la posición? ¿No fueron miles los oficiales y rasos, entre expulsados y puestos en retiro, bajo la gestión precedente del mayor general Castro Castillo? ¿Y no suman también miles los dados de baja por el que estuvo antes que él y el que ocupó la posición antes que este y así sucesivamente en cuenta regresiva? Y, lo más importante…¿Con qué personal se ha sustituido esas bajas?
A nuestro modesto juicio, como diría el siempre bien recordado Cantinflas, el ocurrente agente 7-77…”ahí está el detalle”. Es, consideramos, aunque a fin de cuentas la nuestra no pasa de ser opinión de lego sin experiencia en la materia, donde radica el problema. Lo que pudiéramos llamar el pecado original: el reclutamiento.
Despojados de todo prejuicio y de los grandes márgenes de desconfianza que la Policía Nacional genera en el grueso de la ciudadanía, dediquemos un instante a reflexionar con serenidad y honestidad…¿qué tipo de persona confiable, con vocación de servicio, dotado de sentido de responsabilidad y valores es posible reclutar para ingresar en la Policía Nacional bajo las actuales condiciones miserables de salario, falta de incentivos y seguridad social y familiar que ofrece el cuerpo?
¿Qué ciudadano consciente con apenas un par de dedos de frente estaría en disposición de ponerse un uniforme y echarse un arma al cinto para enfrentar una delincuencia cada vez más agresiva y violenta para, a todo riesgo personal, dedicarse a proteger las vidas y bienes de una sociedad que le ofrece a cambio la pobre perspectiva de una vida de extrema miseria para él y su familia?
¿Cuántos de los ciudadanos que nos quejamos de la Policía nos hemos puesto a pensar en dónde residen la gran mayoría de sus agentes y en qué condiciones de angustiosa marginalidad se desenvuelve su existencia personal y familiar? ¿Cómo puede sobrevivir no ya con dignidad, que esa es una condición extraña a su existencia, sino con extrema precariedad con el mísero salario que percibe? ¿Cómo resuelve la educación y la salud de sus hijos? ¿Cómo los alimenta, los viste y los calza?
Un viejo axioma, verdad de a puño, postula que “toda sociedad disfruta del grado de seguridad que está en disposición de pagar”. Pagando en cheles como pagamos, no podemos esperar nada mejor de una institución, cuyas posibilidades de reclutamiento resultan tan pobres y en la que, a pesar de todas sus limitaciones, militan elementos capaces y dedicados que en más de una ocasión nos sorprenden favorablemente con demostraciones de gran eficiencia, como en el caso de la infortunada Franchesca, joven, hermosa, toda una tronchada promesa de vida y futuro, los responsables de cuya muerte fueron identificados y apresados en apenas unas horas.
Mientras tanto, pensemos en como remediar el pecado original que arrastra el cuerpo policial sin la opción del bautismo redentor, para que no tengamos que pedir una y otra vez a cada nuevo Jefe Policial que proceda a sanear la institución para una nueva etapa de reclutamiento donde solo cambian los rostros y no la actitud.