Uno de los grandes entretenimientos y que proporcionan mayor placer es el cine. Podemos encontrar películas de todos los géneros y que nos dan momentos de alegría, de tristeza, de reflexión, de terror e incluso de dolor. Pero para llegar a tener estos sentimientos provocados, antes ha habido personas que se han encargado con su talento, de proporcionarlos.

Los festivales son eventos que premian cualquier tipo de arte. Hay de música, de danza, de cine, de pintura, etc.

Uno de los festivales de cine más importante y el más antiguo de esta clase es “El Festival de Venecia” que junto con el de Cannes y el de Berlín, conocido popularmente como La Berlinale, forman la trilogía considerada “Los tres grandes”. Junto a estos tres también tenemos el de San Sebastián.

Hoy precisamente termina el de Venecia y estamos a la puerta del de San Sebastián que empieza dentro de unos pocos días.

Cuando yo era cinéfila, no me perdía ninguna de las películas premiadas en esos festivales ya que eran la antesala o presagio para llevarse los premios “Oscar”.

Uno de mis temores de llegar a la edad madura era que me pusieran lentes bifocales porque ese era el mejor ejemplo de estar llegando a “la edad”, gracias a Dios cuando me tocó existía otra forma de camuflar los lentes. Pero un día amanecí con la convicción de que el paso del tiempo es indetenible. Acepté mis lentes bifocales, no con las rayas que exponen, pero sí los progresivos. Otra de las cosas que he adoptado con mucha altura ha sido la salida de las canas.

El tiempo de la pandemia no ha significado un dolor de cabeza para mí  con esto de los cabellos. He visto como la mayoría de mis amigas han tenido una angustia ya que al estar cerrados los salones de belleza tenían que apelar a su propio ingenio para tintar el cabello blanco cómplice de los años vividos. Las que le mantienen el pelo oscuro a sus maridos le ha sido fácil, porque es una práctica común, ya que esto se mantiene como secreto de estado y ellas mismas se encargan de eso.

El festival de Venecia me ha traído una gran lección de vida con su famosa “alfombra roja”. He visto desfilar a uno de los actores perteneciente a la generación “Z” más amado en el mundo. El niño querido de Hollywood. Con una piel tan blanca, casi transparente que permite ver hasta sus venas. Con unos ojos color avellana, de mirada misteriosa, profunda y brillante, con un cabello ondulado y un cuerpo estilizado. Se trata de Timothée Chalamet, de veinticinco años y protagonista de varias películas nominadas o galardonadas.

Cuando vemos tanta juventud y belleza no podemos olvidarnos de los actores Jane Fonda y Robert Reford, considerado el hombre más bello de Hollywood,  quienes en su momento fueron tan hermosos como Timmy Chalamet. Al verlos una con ochenta y tres años y el otro con sus ochenta y cinco solo nos queda decir que “el tiempo no pasa en vano”.

En estos días Julio Iglesias comentó saliendo al paso a los comentarios sobre su salud, que él estaba como le tocaba según su edad.

Todas las personas que pasamos  de los sesenta estamos marcadas por los achaques. No es raro ver el lento caminar, las marcas del tiempo en la piel, sobre todo en la cara y manos. El color blanco o gris de los cabellos a pesar del tintado que no deja nada a la imaginación.

Si revisamos las habitaciones veremos una mesita de noche con una serie de medicamentos: mentholatum, bay rum (berrón), friccilicont, mentol ice polar, y todo tipo de pomadas refrescantes y paliativas del dolor. Además de una linterna, (por si acaso). Mesita de noche para quienes tienen compañero y lado en la cama para las solitarias, anexando además un libro.

La belleza y la juventud son tan pasajeras que lo importante es vivir a plenitud cada etapa y aceptar el paso de los años con glamour, dignidad y alegría, a menos que queramos tener la eterna juventud como en “El retrato de Dorian Grey” novela escrita por Oscar Wilde, en el que el retrato se encargó de vivir el paso de los años manteniendo joven a quien posó para el mismo.