“La tensión diplomática entre Colombia y Venezuela aumentó el jueves 27 de agosto del 2015 tras el llamado a consultas de sus embajadores en medio de la crisis fronteriza que deja ya unos 7 000 colombianos afectados, entre deportados y repatriados voluntarios, mientras en la ciudad de Cúcuta los expulsados intentan reencauzar sus vidas”. Cable de AFP
Las noticias sobre la crisis fronteriza colombo-venezolana, crisis de seguro azuzada por factores políticos internos y externos, me trajeron a la memoria mis propias vivencias cuando estuve en aquella frontera en enero de 1972.
Entre las que he tenido oportunidad de ver, esta es la más parecida a la frontera dominico-haitiana.
Sucedió aquella vez que mi amigo y antiguo compañero de estudios Ángel Antonio Peña y yo ansiábamos viajar, a donde fuera; los viajes y las noticias del extranjero figuraban siempre entre nuestros temas de conversación.
Así que, a finales de 1971,nos presentamos ingenuamente a solicitar visa en el consulado de Estados Unidos en Santo Domingo. Carentes de las condiciones mínimas impuestas por EEUU para entrar a su territorio, nos la negaron. “Vuelva cuando esté en un curso más alto”, me respondió el oficial consular. Recuerdo que mi amigo me dijo que volvería a ese consulado cuando se lo pidieran, lo cual efectivamente ocurriría años después, en cierta forma, tras él obtener una beca del propio gobierno estadounidense para estudiar en aquel país.
Nuestra alternativa fue Venezuela, en cuyo consulado sí obtuvimos un permiso de viaje y el 2 de enero de 1972 abordamos el conocido vuelo 797 de la aerolínea venezolana Viasacon destino a Curazao y Caracas. El avión, un DC9 con su característica falta de espacio entre un asiento y otro que te da calambres a los 45 minutos de estar en el aire, hizo escala en el aeropuerto “Albert Plesman” de Curazao. Al sobrevolar aquel aeropuerto me llamó la atención que desde el aire no se observaban árboles y que la isla entera era tan pequeña que se divisaba entera. En el aeropuerto de Maiquetía nos topamos por primera vez con una escalera eléctrica, cosa que solo habíamos visto en películas. También me llamaron la atención numerosos turistas europeos con pantaloncitos cortos y calzando chancletas, yo acostumbrado a ver en nuestro aeropuerto internacional Punta Caucedo a los dominicanos que salían para Nueva York con traje y corbata y las mujeres todas emperifolladas, fuera invierno o verano.
Una vez en Caracas, nos alojamos en un hotel esa primera noche y al día siguiente nos encaminamos donde una señora dominicana que nos habían recomendado desde Santo Domingo. Ella era nuestro único posible contacto en Venezuela. Y resultó bien ya que la mujer, contenta de ver a gente de su país, nos consiguió alojamiento en una especie de cuartería donde ella vivía. Ahora entiendo su alegría (hasta nos besó, sin conocernos) porque en ese tiempo no existían las comunicaciones instantáneas de hoy día y los emigrantes se la pasaban meses y años sin contactocon sus seres queridos.
Nosotros simplemente queríamos divertirnos y conocer nuevas tierras y gente. De modo que nos dispusimos a recorrer Caracas. Estuvimos en El Conde, El Silencio, Sabana Grande, el teleférico y Monte Ávila, avenida Cota Mil, Miraflores, avenida del Libertador, el Paseo de los Próceres, el campus de la Universidad Central de Venezuela. Caminábamos asombrados contemplando los altos edificios de cristal y acero del centro capitalino de una Venezuela que derrochaba a manos llenas su riqueza petrolera. A lo lejos divisábamos los cerros donde habitaban los pobladores marginados de que habla la canción de Los Guaraguaos “Las casas de cartón” (habitan allá en los cerros…), barriosdonde nunca llegamos.
Sin nada más que ver en Caracas decidimos viajar al interior. Como no nos poníamos de acuerdo puesto que yo quería ir hacia el sur, hacia Colombia, y mi amigo no, partimos con rumbos diferentes. Él se dirigió hacia el noroeste, a Maracaibo, la segunda ciudad de Venezuela, mientras yo tomaba un autobús hacia el suroeste. Bordeando el lago Valencia mi autobús pasó Maracay y Valencia. Luego, atravesando la inmensa sabana, Araure, Guanare, Barinas, Barinitas, San Antonio del Táchira y San Cristóbal del Táchira, siempre contemplando a la derecha en el horizonte las estribaciones de la cordillera oriental de Los Andes (ramal de Mérida). Tras 28 horas dando rueda llegamos a la frontera con Colombia, marcada por el rio Meta. Este es un largo río (casi mil kilómetros) de la Orinoquia colombiana, uno de los mayores afluentes del Orinoco, que discurre por territorio colombiano y forma en su tramo final la frontera con Venezuela por 220 kilómetros. Yo nunca había visto un rio tan ancho y me maravilló el puente fronterizo. A los pasajeros no nos pidieron identificación al cruzar la frontera. El destino final de aquel autobús y de mi recorrido era la ciudad colombiana de Cúcuta, Norte de Santander; aunque yo quería haber llegadohasta Bucaramanga, no pude hacerlo. Allí pasé dos días, con cinco dólares, los cuales me alcanzaron para todo. Me alojé en un hotel, comí bastante, compré recuerdos. Al momento de partir me quedaban tantos pesos colombianos que le pagué a un limpiabotas la limpieza de mis zapatos y comí bagre al horno en un restaurante, y todavía partí con unos cuantos pesos que nadie quería; así estaba de devaluada entonces la moneda colombiana.
Al regreso nos topamos con unas autoridades menos amables. Detuvieron el autobús en el lado colombiano e hicieron bajar a todos los pasajeros y los dividieron de acuerdo a su nacionalidad. A unos jóvenes argentinos se los llevaron a registrarlos y hacerles pruebas en busca de drogas. A mí, bastó con que vieran mi pasaporte dominicanopara que me trataron con distinción y me sentaran a esperar el procedimiento a la sombra.
Reanudada la marcha, recorrimos los mil kilómetros que separan Cúcuta de Caracas con una inconveniente parada nocturna que nos hizo el ejército venezolano en plena sabana (en ese tiempo todavía había guerrillas en Venezuela). Los pasajeros solo murmuraban en voz baja “¡Ejército!, ejército, ejército”.
Ángel y yo nos reencontramos en Caracas, y nos pusimos a relatar nuestras respectivas experiencias. Me contó que había pasado un pequeño susto cuando estaba tomando fotos frente a una instalación militar en Maracaibo y le llamaron la atención. El 6 de enero asistimos a un juego de los Leones de Caracas en el estadio universitario. Regresamos a Santo Domingo con muchas cosas que contar, algunos regalos para la familia y ni un peso en los bolsillos.
Luego de graduarse como biólogo en la UASD Ángel regresaría a Venezuela, a la Universidad de Mérida, donde concluiría sus estudios y realizaría su trabajo de tesis. Posteriormente, obtendría una beca Laspau con la cual estudió en universidades de Estados Unidos, antes de casarse en 1976con Julia Martínez (Ada), su novia de juventud, a quien había conocido durante un paseo que hicimos al lago Enriquillo con el pastor Ezequiel Molina del programa Batalla de la Fe. Con Ada procreó a sus tres hijos: Judá, Jairo y Jabes. Mi amigo impartió clases por muchos años en la UASD, hasta que se retiró. Desde 2001 es profesor adjunto del colegio universitario comunitario Broward, de Florida, Estados Unidos. En resumen, mi amigo Ángel y yo cumplimos nuestro sueño de viajar que, para nuestra condición económica en aquella época, fue un logro poco común.
Concluye esta serie “Memorias”
Con este artículoconcluye la serie “Memorias”, que inicié el 4 de mayo de 2013 aquí en Acento.com.do, de una manera casual, con el artículo sobre el desaparecido grupo Cristianos pro Defensa de los Derechos Humanos. Posteriormente siguieron otros y ya no pude parar, hasta este que es el número 120, alentado por el sorprendente interés que despertaron muchos de los temas. De ello me quedan tres satisfacciones:
El no haber sido desmentido, prácticamente, sobre ningún hecho importante de los que conté. Al contrario, muchos de los relatos fueron corroborados por otros testigos.
La popularidad que alcanzaron algunos artículos. “Danilo se encamina a ser el tercer Presidente más poderoso en 100 años” es el artículo de opinión con mayor cantidad de shares en la historia del portal Acento.com.do, hasta hace poco.
Los numerosos mensajes privados y comentarios. Entre ellos hubo algunos de personas que conmovidas con relatos nostálgicos como el de “Los helados de batata y de auyama del Constelación” . Un mensaje especial que guardo fue el de una señora nacida y criada en la antigua avenida Santa Cruz, hoy Hermanos Pinzón, de Villa Consuelo, actualmente residente en el extranjero y quien conoció el colmado Constelación en sus días de gloria. Otros mensajes sobre ese artículo procedieron de hijos y nietos del señor Robles, de quien lamento no haber obtenido una foto que me sirviera de ilustración.
Yo escribo más como testigo que como protagonista. Algo así como lo quelo hizo doña Francisca Valerio,quien pasó a la historia dominicana por su descripción de la entrada y recibimiento de Toussainten Santo Domingo en 1801. Aconteció que el general ToussaintLouverture, autoproclamado gobernador de la colonia de Saint Domingue y leal a Francia, cruzó al Santo Domingo español al mando de dos cuerpos de ejército integrados por más de 20 mil hombres y puso sitio a la capital.
Su objetivo era hacer cumplir la disposición del Tratado de Basilea (de 1795) que cedía a Francia la colonia española de Santo Domingo y, de paso, proclamó la libertad general de los esclavos. Relata la hispanófila damaFrancisca Valerio: “El día 3 de enero (de 1801) entró el levantado Toussaint en nuestra ciudad (Santo Domingo), que solo faltó recibirlo debajo del Palio, porque según entiendo, a nuestro monarca no se le hubiera hecho más”.
Termino, expresando el deseo, como me ha sugerido más de una persona, de ver estas memorias convertidas en libro en un futuro no lejano.
En cuanto a mi presencia en Acento.com.do, continuará, gracias al beneplácito de los responsables de este medio, con una nueva columna de opinión que iniciaré el domingo 13 de septiembre.
2. http://acento.com.do/2013/opinion/209539-los-helados-de-batata-y-de-auyama-del-constelacion/
3. Doña Francisca Valerio: carta al presbítero doctor don Francisco González y Carrasco, en Emilio Rodriguez Demorizi: Invasiones haitianas de 1801, 1805 y 1822. Academia Dominicana de la Historia, Ciudad Trujillo, 1955, página 71.