Se dice que para entender (definido como el percibir el sentido o significado de algo) pero no comprender (interpretado como el encontrar razonables, justificados los actos) la idiosincrasia o cultura de los dominicanos, muchos psicólogos y psiquiatras recomiendan a los interesados la realización de ciertas visitas a lugares que para ellos son demostrativos de lo que somos como pueblo o nación.
Son ellas: ir al Santo Cerro un 24 de septiembre; a Higuey un 21 de Enero; a la playa de Boca Chica en Semana Santa; haber ido a un programa de Lucha Libre al Eugenio Maria de Hostos; ver la salida de Aduanas a los dominican York en Navidades; mirar desde los bleachers los juegos de pelota profesional; asistir a los desfiles del Carnaval en el Malecón; montar en una guagua de la OMSA en horas pico y visitar la UASD en época de clases.
Me parecen sitos cuya asistencia aportarían buena cantidad de datos o pormenores en relación a como somos y nos comportamos. No creemos cometer un desvarío o exageración si a las incursiones antes sugeridas le adicionamos una exploración o correría por el célebre parque Enriquillo en la ciudad capital, así como a la cercana esquina de la Duarte con Paris, aunque a la hora actual la gran presencia de nacionales haitianos -en los dos- pueda comprometer el muestreo.
Construido durante el gobierno de Horacio Vásquez para convertirse en la primera obra inaugurada por Trujillo en agosto de 1930, este parque fue bautizado con el nombre de Julia en honor a su madre cuya progenitora Erciná Chevalier era originaria de Haití. Resalto este último y familiar parentesco para que los “Nacionalistas” del patio no se incordien ante la masiva presencia de haitianos en un espacio inicialmente enaltecido con el nombre de una de sus ascendientes.
Las palmeras reales por su altura, altivez, elegancia al ser agitadas sus palmas por la brisa han sido siempre de mi especial agrado, y más cuando se constituyen en ordenado palmeral como lo están en este parque. A la muerte de mi padre y durante los años 1960-61 visitaba este espacio pues estaban en sus proximidades la Ferretería Villa, La Artística de Don Rafael Feria y la ferretería “El Marino” de la avenida Mella con quienes sosteníamos relaciones comerciales. En los altos de este último establecimiento residía una tía donde solía dormir y almorzar.
Los juegos nocturnos de voleibol en el Centro Social Obrero y algunas películas en el cine “Diana” que tenía un no sé qué de mi complacencia hacían que también merodeara por el Julia hoy Enriquillo. En aquellos tiempos la banda de Música de la Marina o el Ejército ofrecían retretas en su pintoresca glorieta interpretando danzas de Juan Manuel Campos y merengues de Ñico Lora. Mucha aprensión me provocaba cuando al bajar la Duarte escuchaba a Máximo López Molina expresar al lado del cine Max -local de MPD- horrores contra Trujillo. Me parecía un extraterrestre. Actualmente y ya nonagenario vive en París.
Plomeros, electricistas, albañiles, carpinteros, pintores de brocha gorda y cerrajeros ya jubilados por el paso de los años, utilizaban distintos bancos del parque haciendo sus tertulias respectivas donde sentados o no relataban sus vivencias cuando laboraban en CAMI, PIDOCA, en la emisora de Paco Escribano, en el viejo aeropuerto General Andrews o en casa de Cristiana Peynado. Mientras a esto se entregaban un frasco o una chata de Ron Jacas o Siboney pasaba de mano en mano estimulando su locuacidad.
Desde siempre y por su ubicación metropolitana este parque ha sido de vocación proletaria caracterizándose por ser un totum revolutum es decir un revoltijo de cosas y personas pudiendo un paseante encontrarse con un trilero colocando en el suelo barajas o tapas de forma fraudulenta para engañar a los incautos; más allá predicadores religiosos que proclaman la inminente llegada del Señor y presuntos profesores que les pronostican al grupo de ingenuos que los rodea cosas sucedidas en su pasado o que le sobrevendrían en el futuro.
Era regocijante ver como un supuesto profesor Lima -asesinado luego en Los Mina- le vaticinaba a cómplices en contubernio con él toda clase de hechos pretéritos y venideros. Los usuarios de este espacio me parecían antes náufragos en tierra firme, se paseaban como si su vida posible fuera más que su destino y en una oportunidad se sentó junto a mi un individuo de unos 30-40 años de edad que al preguntarme no se qué, su respuesta y reacción jamás he olvidado.
Me cuestionó sobre el posible sentido de la vida y el valor de nuestra existencia, y al ser optimista y confiado le dije que mi único temor -en esa época- era el de morirme. Notaba que estaba prendido de mis labios, que se bebía mis palabras y fijando su vista en el suelo se encerró en un profundo silencio. Al dejar de hablarle me dijo sacándose una cuerda del bolsillo: mire esta soga la compré hace poco para guindarme y si no lo hubiese escuchado esta noche lo hubiera hecho. Se levantó, tiró la cuerda y se marchó. Solo en el parque Enriquillo podía suceder esto.
Por estar en medio de varios cines como el Diana, Atenas, Coliseo Brugal, Max, Julia o Estela, Héctor y más tarde el Doble, Triple y el Balani, en horas crepusculares y nocturnas -hasta la medianoche incluso- siempre habían transeúntes por el parque, y como los cineastas eran hombres en su mayoría los/as profesionales del erotismo pululaban a pie o sentados/as quienes en no pocas casos verbalizaban el menú de sus prestaciones sexuales que estaban en condiciones de ofrecer a sus posibles arrendatarios.
Los representantes del amor que no se atreve a pronunciar su nombre también tenían su avanzada, su vanguardia, reforzada al filo de la medianoche por la vecindad del antiguo “Toldo” que al parecer fue el primer club LGTB en la capital. El escritor Marcio Veloz Maggiolo ha escrito interesantes obras sobre la vida bohemia de la ciudad durante la dictadura, así como algunas ocurrencias que tuvieron por escenario las inmediaciones de este singular espacio. Sus descripciones sobre Borojol, la Rafael Aloa y el Trocadero son muy amenas.