HACE AÑOS, cuando era miembro de la Knesset, decidí organizar una manifestación en la sala plenaria.

Me puse una camiseta con el lema "La paz es más grande que el Gran Israel". En el medio del debate me quité la chaqueta, mostrando el lema.

Después de unos minutos, un acomodador se me acercó y me dijo cortésmente: "Al Portavoz le gustaría verte en su oficina".

El que hablaba era Yitzhak Shamir, un ex comandante del grupo terrorista Lehi. Me recibió con una amplia sonrisa, me pidió que me sentara y me dijo: "Uri, ya has aclarado tu punto. Ahora te pido que te quites la camiseta y vuelvas a tu asiento". Por supuesto que lo hice.

Recordé este pequeño incidente esta semana, cuando sucedió algo mucho más serio en el Knesset.

EL VICEPRESIDENTE estadounidense honró a Israel con una visita y fue recibido como un rey.

¿Por qué? No lo sé. En mi opinión, el hombre es un tonto guapo y bien vestido. Dondequiera que se detuvo, pronunció discursos que deberían haber hecho sonrojar incluso a sionistas ardientes. Alabó a Israel en términos de adulación infantil, acumulando elogios desvergonzados sobre historia falsa.

El Israel oficial estaba extático. Nadie le recordó al público que el extremo evangelismo cristiano propugnado por Pence tiene un final poco feliz. Dice que después de que todos los judíos se hayan reunido en la Tierra Santa, Cristo regresará a la tierra y todos los judíos se convertirán a su religión. Los que no perezcan.

El punto culminante de la visita fue el discurso de Pence en el pleno del Knesset. Esto en sí mismo fue curioso. Tales honores están reservados para jefes de estado extranjeros. Pence, como un simple vice, no tenía ese derecho. Pero el gobierno israelí se disponía a halagar al hombre que algún día podría convertirse en Presidente.

(En realidad, la única razón que puedo imaginar para no botar a Donald Trump es la aterradora idea de que Pence se convierta en presidente).

Como antiguo miembro del Knesset, me invitaron a estar sentado en la Sala Plenaria en esta ocasión, pero por supuesto, rechacé el honor. Lo que siguió fue vergonzoso.

Cuando el vicepresidente comenzó a pronunciar su retahíla de adulaciones, los miembros se levantaron de un salto y le rindieron una gran ovación. Esto se repitió una y otra vez, arriba y abajo, arriba y abajo, y se veía ridículo y desagradable.

A diferencia del Congreso de Estados Unidos, el Knesset no permite aplausos. En mis 10 años como miembro, durante el cual asistí a cada una de las sesiones, no recuerdo ni una sola palmada, para no mencionar múltiples ovaciones de pie.

Después del discurso del invitado, los representantes de los partidos tenían el derecho de responder. Todos los partidos judíos elogiaron al político estadounidense de todo corazón. No hay diferencia entre coalición y oposición.

PERO LA escena realmente vergonzosa vino justamente al principio. Cuando Pence comenzó a hablar, los miembros de la Lista Árabe Unida se pusieron de pie y agitaron carteles en los que protestaban por el reciente reconocimiento de Trump de Jerusalén como la capital de Israel.

La guardia del Knesset parece haber sido advertida. En una fracción de segundo, cayeron sobre los 13 miembros de la lista y los sacaron a la fuerza. Fue un espectáculo irritante, empeorado más por los aplausos brumadores de la mayoría de los miembros judíos.

La Lista Unida es una combinación de tres partidos árabes con puntos de vista ampliamente divergentes: comunista, nacionalista e islamista. Se vieron obligados a unirse cuando la mayoría judía promulgó una ley que elevaba la cláusula del mínimo con la intención obvia de deshacerse de los partidos árabes, ninguno de las cuales tenía la posibilidad de pasar el mínimo admisible por sí solo. Crearon entonces una lista conjunta y se convirtieron en la tercera facción mayor del Knesset.

La fea escena completa fue bastante superflua. Después de un minuto, el Vocero podría haber actuado como lo hizo Shamir en mi caso: pedir a los miembros árabes que se sentaran después de haber expresado su punto de vista. Pero el vocero actual no es Shamir. Fue un activista sionista en la Rusia soviética, con una mentalidad muy diferente.

PARA LOS dos millones de ciudadanos árabes de Israel y las decenas de millones de árabes en los países vecinos, la escena transmitió un mensaje claro: los árabes, en realidad, no pertenecen al Estado de Israel.

El impacto visual fue inequívoco: todos los judíos del Knesset aplaudieron el desalojo de todos los árabes. Esa fue una clara división nacional, que demostró que los árabes son extraños en el "estado judío", sin importar cuántos siglos hayan vivido aquí.

Sin embargo, la división no es tan absolutamente limpia: la lista árabe contiene un comunista judío, mientras que la mayoría de las facciones judías tienen un miembro árabe cada una. En el humor popular los llaman “árabes mascotas”.

Pero este no fue el final. Al día siguiente, la policía anunció que recomendarían que los tres miembros nacionalistas de la Lista Unida fueran juzgados por violar la ley de financiación del partido.

Dado que los partidos representados en el Knesset reciben subsidios estatales, la ley prescribe qué otras donaciones pueden recibir. Los ciudadanos israelíes están autorizados a donar hasta un máximo; desde el extranjero están prohibidas.

Ahora la policía anunció que el Partido Nacional Árabe, Balad, había recibido grandes donaciones en efectivo del extranjero, disfrazándolas con documentación falsa. La investigación, se reveló, ha demorado dos años, con 140 personas interrogadas.

¿Ah sí? De ser así, ¿por qué se hizo la revelación exactamente un día después del incidente del Knesset? Los ciudadanos árabes y otros se ven obligados a creer que la divulgación fue una sanción por insultar al vicepresidente de Estados Unidos.

¡Qué maldad! ¡Que estúpidez!

SIN EMBARGO, los árabes no son las víctimas más desafortunadas de este gobierno. Este papel está reservado para los africanos.

Los negros que huyen de Sudán y Eritrea nos han estado llegando durante años después de un largo y penoso viaje, cruzando la frontera entre Sinaí e Israel. Al final, Israel construyó un muro y detuvo el flujo. Pero antes de que eso ocurriera, unos 35 mil africanos negros ya habían llegado a Tel Aviv, donde se establecieron en las secciones más pobres y pronto se pelearon con los lugareños.

El Gobierno construyó una prisión especial para ellos, pero muchos tuvieron que ser liberados. Fueron empleados ilegalmente lavando platos y tareas por el estilo.

Ahora el gobierno israelí ha llegado a un acuerdo secreto con los gobiernos de Ruanda y Uganda: por un pago por persona, estos países recibirán a los inmigrantes. Las propias víctimas recibirán unos pocos dólares si se van voluntariamente; de lo contrario, serán encarcelados indefinidamente.

La decisión levantó una tormenta. En general, se suponía que en estos países africanos las vidas de los refugiados estarían en peligro, que serían saqueados, violados y asesinados; que otros tratarían de llegar a las costas europeas y serían eliminados en el camino.

El aspecto racista es dolorosamente obvio. Israel está lleno de trabajadores extranjeros, desde ucranianos hasta chinos. Los africanos podrían fácilmente desplazarlos y hacer su trabajo. Pero ellos son negros. Y podrían  ̶ ¡Dios no lo quiera! ̶  casarse con muchachas judías kosher.

Pero de repente, sucedió algo completamente inesperado: un levantamiento moral. Después de una ola creciente de protestas y artículos, los ciudadanos hablaron con una nueva voz.

Cientos de pilotos y otros miembros de tripulación aérea pidieron a las aerolíneas que rehúsen transportar a los refugiados de Israel a África. Muchos anunciaron que ellos mismos se negarían a llevarlos. Juraron no ser como los conductores de locomotoras alemanes, que transportaron a los judíos a la muerte en los campos de exterminio.

Una mujer anciana, sobreviviente de uno de estos campos, anunció por televisión que escondería a cualquier refugiado que buscara su ayuda. Llamó a todas las mujeres israelíes a hacer lo mismo y esconder a los refugiados en los áticos de sus casas. Esa fue una clara alusión a Ana Frank, que estuvo escondida con su familia en un ático en Amsterdam durante el Holocausto.

Esto está ocurriendo ahora, como una marea creciente: una voz israelí que no se había escuchado durante mucho tiempo. Una voz que ha estado muda durante muchos años; la voz de mi Israel, la voz del Israel de ayer, y espero que el de mañana.

Hubo un tiempo en el que podía sentirme orgulloso de ser israelí. Tal vez ese tiempo esté regresando.