Los habitantes originales de la isla de Santo Domingo no conocieron al carnaval. Este llegó con los españoles en el proceso de colonización. Documentalmente, el carnaval aparece por vez primera en la ciudad de Santo Domingo antes del 1520, de acuerdo con el investigador Manuel de Jesús Mañón Arredondo, convirtiéndose de esa manera en el “Primer Carnaval de América”.
Cuando el ciclo de la industria azucarera entró en su plenitud, la élite gobernante colonial no tenía dónde divertirse ni existían los espacios recreativos sociales acorde a su estatus de “nuevos ricos”, debido a un estricto control religioso-policial por parte de la Iglesia católica, vigilante del control moral y el comportamiento social de los ciudadanos, acorde con los principios cristianos, en el espacio restringido de la ciudad colonial.
El carnaval se transformó en compensación del control social existente, ya que se convirtió en un espacio de libertad y de catarsis social. El carnaval pasó a ser el espacio de permisión, de poder hacerse todo lo que negaba la sociedad. Era el tiempo y el espacio para mostrar lo que la gente realmente era, lo que quería ser y soñaba, donde las personas se mostraban tal como eran realmente. No había que fingir, se atentaba contra los prejuicios sociales, se trascendía a la trasgresión y a la impunidad. El que quería ser un príncipe o mostrar su homosexualidad, solo tenía que disfrazarse de su personaje, sin censura ninguna.
El centro de la concentración del carnaval colonial era en la Plaza de Armas, hoy Parque Colón, enfrente de la catedral y allí, alumbrados por faroles, todo el mundo estaba disfrazado y luego cada persona escogía su destino. Todo el que quería divertirse, sin que nadie supieran quien era y sin peligro de interferencia de su voluntad hacía donde iba después del carnaval, solo tenía que disfrazarse. ¡El carnaval era la impunidad!
Por esta necesidad de diversión en una ciudad de tantas limitaciones y controles sociales, el carnaval era una necesidad, era una catarsis social obligatoria, razón por lo cual, en diversas actividades, como el aniversario de la ciudad, el día dedicado a San Juan Bautista o a las Mercedes, terminaban en carnaval. Desde entonces, había varias fechas de carnaval, trascendiendo al carnaval de carnestolendas traído por los españoles, comenzando a criollizarse la función del carnaval en el contexto colonial.
No conozco documentación del papel del carnaval durante la ocupación haitiana (1822-44), ni del periodo posindependentista; habiendo encontrado algunas referencias documentales en el espacio posterior a la epopeya de la Restauración, un poco durante la Primera Intervención Norteamericana, donde fue prohibido por miedo a las críticas en contra de esta intervención política- militar gringa.
Aunque el carnaval afloró a nivel popular durante la dictadura trujillista, jugando un papel importante en la élite de la capital y de los pueblos, porque el carnaval se convirtió en una de sus manifestaciones sociales y culturales más trascendentes. Los casinos y los clubes sociales fueron los escenarios de los bailes de salón de los grupos dominantes locales, exclusivos y excluyentes de la presencia de los sectores populares.
Con la caída de la dictadura, en el periodo postrujillista, comenzó la transformación de la sociedad dominicana en un esquema liberal y dependiente, donde la privatización y sobre todo la comercialización, afianzaron la consideración de concebir a la cultura como una mercancía, en una sociedad donde cada vez eran menores los espacios de esparcimiento y diversión para los sectores populares. ¡El carnaval fue impactado profundamente!
Con el tiempo, disminuyó a su máxima expresión del carnaval espontáneo barrial, desparecieron los recorridos populares, organizándose y comercializándose los “desfiles” de carnaval, perdiéndose el papel de catarsis barrial y la realización colectiva popular, luchando los comerciantes y las elites alienadas para querer convertirlo en espectáculo, en una ilusión hacia el “preciosismo”, en detrimento de la identidad, cuya idealización es que cada vez más se parezca al carnaval de Río de Janeiro, en Brasil.
Aún así, el carnaval quedó como la única manifestación artística-cultural donde el pueblo puede participar, gozándoselo, sin tener que pagar para hacerlo, convirtiéndolo en una reivindicación popular, escapando existencialmente el pueblo a su realización, posibilitando una catarsis social, donde se puede hacer lo que niega la cotidianidad de una sociedad de clases, injusta, excluyente y contradictoria.
Cundo “la lucha por el medio millón para la UASD”, el Desfile Nacional de Carnaval fue escenario para estas protestas reivindicativas al igual que las respuestas contestatarias y denunciantes del Sindicato de los trabajadores de la Compañía Dominicana de Electricidad en su época.
La pasión por el carnaval es tan profunda a nivel popular, que Papo, un miembro de la tradicional Comparsa de los Indios de San Carlos, por su edad, en la vida normal había que ayudarlo a subir las escaleras de cualquier lugar. Fui testigo que al llegar el carnaval, al vestirse de “indio”, podía caminar dos y tres kilómetros a pasos largos sin mostrar cansancio. ¡Eso sí, después del carnaval había que ponerle “paños tibios!
Es tan profundo el significado del carnaval, por necesidad estructural y coyuntural en nuestra sociedad, que ninguna actividad en cualquier pueblo puede competir con él, aun los partidos políticos en tiempo de campaña. El carnaval es sagrado, es un espacio del pueblo, es una conquista popular, es un patrimonio nacional.
Recuerdo que en Cotui en una oportunidad había una huelga que coincidió con los días de carnaval. Paralizaron la huelga y celebraron el carnaval el 27 de febrero. Lo mismo ocurrió en una oportunidad en Salcedo. Se pospuso la huelga, el domingo más cercano hubo carnaval y el lunes hubo de nuevo huelga.
Aunque hay personajes individuales, el carnaval es colectivo. Las comparsas son la esencia del carnaval, por eso, en este tiempo, no hay posibilidades públicas ni colectivas reales de carnaval sin tentar esta pandemia. El distanciamiento social es su contradicción. Cualquier intento es caricatura y provocación, para no decir irresponsabilidad. Este es un tiempo de repensar y redefinir lo que se ha hecho para ver hacía donde debe de ir el carnaval dominicano.