Desde la caída de la tiranía, la prensa ha jugado un papel muy importante en el afianzamiento de las libertades públicas. Pero esa labor ha atravesado por diferentes etapas, muchas veces con grandes riesgos personales e incluso empresariales. Uno de los más emblemáticos ejemplos lo tenemos en la revista Ahora, cuyas instalaciones fueron destruidas en un atentado terrorista, durante los cruentos días de enfrentamiento posteriores a la guerra civil de 1965, por elementos vinculados al poder y movidos por anacronismos ideológicos, renuentes a aceptar toda posibilidad de cambio social o político.
En el lapso transcurrido entre esos hechos y la salida temporal del doctor Balaguer del poder, en 1978, el costo de la independencia periodística fue muy alto. Si bien el control sobre la propiedad de los medios se ejercía de manera muy sutil, hubo muestras paradigmáticas de independencia que honraron el papel de la prensa en esos tiempos difíciles, en los que los niveles de libertad se medían sobre la frágil tolerancia de un régimen sin total control de aquellos que en su oportunidad el propio presidente de la República llamó "fuerzas incontrolables".
Los asesinatos de los periodistas Orlando Martínez, autor de una columna muy crítica en el periódico El Nacional, y la posterior de Gregorio García Castro, ejecutivo del vespertino Ultima Hora, ya desaparecido, ambos a plena luz del día y en lugares céntricos y poblados de esta capital, quedaron como señales inequívocas de la intolerancia de una época caracterizada por el enfrentamiento de dos concepciones del poder, en las que el ejercicio del periodismo estaba condicionado por un clima de censura casi tácita, que invitaba a una inhibición forzosa.
Es a partir de 1978, incluyendo incluso los diez años de la segunda y última etapa de gobierno constitucional de Balaguer, cuando el clima para la práctica del periodismo se torna más abierto y los medios comienzan en realidad a influir en las grandes decisiones políticas.
Sin embargo, al igual que en los treinta años del trujillismo, los clanes políticos dominantes se han servido siempre en nuestro país de parte de la elite intelectual para dotar de una base doctrinaria lo que en la práctica ha sido un uso de sus recursos para provecho personal, en violación a las más elementales normas de la moral y la ética y, lo que es peor, en franca violación muchas veces de las leyes y la propia Constitución de la República, cuyo irrespeto parece ser una norma de conducta en la vida política del país.
De muestra podrían servir, por ejemplo, el servicio exterior de Trujillo, periodo caracterizado por la sumisión mostrada por los intelectuales que formaban parte de su cuerpo diplomático.
Fenómenos recientes relacionados con la tecnología y los cambios en la estructura de la propiedad de los medios, han venido a producir cambios trascendentes en la prensa y paradójicamente dificultado su control por el gobierno, como consecuencia de uno, mientras le quedaba asegurado cierto nivel de control, muy sutil y casi imperceptible, a causa del otro.
Me refiero al Internet, que ha dado paso al auge de un nuevo tipo de periodismo, el digital, que hace más dificultosa la tarea de control de las opiniones del público por parte de los estamentos del Estado, y que ha permitido a periodistas asumir la propiedad y la fijación de las políticas editoriales e informativas de esos medios, sin más restricciones que aquellas que les imponen sus propias valoraciones del oficio y del valor que confieren al derecho del público a estar bien informado; es decir a saber lo que hace y no hace el gobierno. El surgimiento de esta nueva modalidad de periodismo, facilita, además, la participación de la clase pensante, desde una perspectiva distinta al diario quehacer informativo, lo cual añade contenido de calidad a la oferta mediática, haciéndola más diversa.
El otro gran fenómeno en el espectro, ha sido la adquisición de los grandes medios tradicionales por parte de grupos económicos, cuyo verdadero interés no ha sido el periodismo. Si bien esto ha permitido un mejoramiento de la calidad técnica de los medios impresos y audiovisuales, y en muchos casos mejorado las oportunidades de los periodistas, e incluso ampliado su cobertura, también trajo consigo un nuevo método de control, que se ejerce a través de la amenaza y el chantaje, siempre subrepticio por supuesto, a otros intereses de negocios vinculados a la propiedad de los mismos.
Esta nueva modalidad ha alcanzado dimensión artística en la actualidad, con un control efectivo ejercido de manera muy sutil a través de la militancia política de parte de gente incrustada en los medios por vocación o simplemente por infiltración, llenando así los espacios radiales y televisivos de programas bien sustentados por la propaganda oficial, con el sólo propósito de ejercer así el tipo de control que ya no parece posible con el uso de la fuerza y la amenaza como en otros tiempos sucedía.
Esas reediciones del Foro Público y Radio Caribe se han convertido en los Catón del nuevo siglo, pretendiendo ser guardianes públicos de una moral oficial inexistente.