En diversos temas, la Iglesia Católica se aferra a ideas ancestrales que no se corresponden con los problemas y desafíos de las sociedades actuales. La procreación y los métodos anticonceptivos es uno de ellos.
En sus ya acostumbradas declaraciones espontáneas, el Papa Francisco reafirmó a los periodistas en su viaje de Filipinas, la oposición de la Iglesia a los métodos artificiales, aunque señalo que ser católico no significa reproducirse como conejos. Agregó que el promedio de hijos por familia debe ser tres para mantener la población a niveles saludables, y no ocurra como en Italia donde pronto no habrá quien mantenga a los viejos.
Me parece bien el llamado del Papa a no ser conejos, ¿pero tres hijos por familia? ¡Oh Dios! No creo que actualmente haya un país en el mundo que pueda sostener adecuadamente ese nivel de reproducción. Unos porque están superpoblados, y otros porque tienen mucha pobreza; o ambas cosas.
En esta isla hay dos muestras alarmantes. República Dominicana y Haití tienen en conjunto más de 20 millones de habitantes. Cuba es más grande y tiene 11 millones. Un promedio de tres hijos por familia representa una verdadera catástrofe humana. En pocas décadas duplicaríamos la población.
La Iglesia Católica, con el poder que tiene, debería asumir el tema de la reproducción con mayor responsabilidad. Es un tema muy complejo para dogmatismos.
No vivimos en sociedades rurales donde cada familia produce en su parcela lo que necesita para subsistir y la educación es insignificante. No vivimos en sociedades donde el Estado garantiza alimentación, educación, salud y vivienda a todos los niños y jóvenes. No vivimos en sociedades de prosperidad donde los padres, ni siquiera las madres, puedan permanecer en el hogar por largos años hasta criar a los hijos. No vivimos en sociedades donde el salario de la mayoría alcance para criar decentemente tres hijos.
Seamos sensatos: ¿cuántos hijos pueden criar las familias dominicanas con salarios menores de 25 mil pesos mensuales?
Si la Iglesia Católica insiste en oponerse a los métodos anticonceptivos, debería consecuentemente abrir muchos albergues para atender a millones de niños en el mundo que no pueden ser mantenidos ni atendidos por sus padres. Porque el método del ritmo es altamente impreciso y las parejas en la cama impredecibles.
Si la Iglesia no está dispuesta a ofrecer este servicio social a la humanidad, entonces debe dejar a discreción de los padres la decisión de cuántos hijos tener y cuándo. La oposición a los métodos anticonceptivos que propaga la Iglesia Católica es también una “ideología colonizadora”, para usar un término papal.
En República Dominicana y Haití se necesitan medidas efectivas de control de la natalidad, porque la reproducción en la pobreza sólo genera más pobreza. Ambos países tienen un bajo nivel educativo, Haití peor; y hay una fuerte correlación entre pobreza y procreación: a mayor pobreza, mayor número de hijos por la falta de información.
Ahí radica un gran desafío de esta isla; porque una vez criados en la pobreza, muchos jóvenes, restringidos en sus posibilidades de movilidad social, se vuelven delincuentes. Que los maten en los barrios no es una política social aceptable, como tampoco es el encarcelamiento, por más algarabía que se haga cuando se aumentan los años de cárcel a los criminales.
El control de la natalidad no es por sí solo una política de desarrollo social, pero sin ello será imposible que muchos países mejoren el nivel de vida. La evidencia está en nuestras narices. La sobrepoblación y la pobreza desangran esta isla. El panorama desolador de Haití es el espejo dominicano.
Artículo publicado en el periódico HOY