Hablaba con un amigo que por años ha ido, poco a poco, acondicionando su apartamento que tiene vocación panorámica por la limpieza visual que desde allí se puede otear buscando el horizonte montañoso que cierra el telón de fondo del oeste con Risolí y Cambita.

Su decepción de los últimos meses ha sido como para deprimir el alma.

Le han levantado, justo frente a sus ventanas, una valla de grueso fuste metálico que impide ver más allá del ominoso letrero y que allí colocada, rompe el escenario natural que se alcanzaba a mirar en los días claros o en sus atardeceres de luces cambiantes.

Y él se pregunta qué institución debe velar por garantizar el respeto adquirido de un comprador de años pasados, que consolida su hogar a esfuerzos, sobre la base (entre otras cosas) de poseer una panorámica reconfortante que permite visuales lejanas y atractivas, y que ahora han sido violentamente obstaculizadas por un mamotreto comercial y/o político (habría que ver si es publicidad o propaganda).

En República Dominicana el paisaje es una eme. No se valora y se tiene a menos. Por eso las carreteras están llenas de bloqueos al atractor del paisaje.

Letreros inmensos de cervezas y políticos sonrientes, impiden disfrutar fugazmente del esporádico montaje que ofrece la naturaleza de ratos en ratos. Cuando el Ingeniero Eleuterio Martínez llegó a la entonces Sub Secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales (hoy Vice Ministerio) creí que iba a empezar el desmonte de la salvaje agresión al paisaje carretero (hasta le escribimos dándole algunas ideas). Incluso se lo dijimos al Dr. Jaime David Fernández Mirabal, que era el Ministro, en una ocasional visita que hiciéramos miembros de la Fundación Palm para tratar otros asuntos (que no fructificaron).

Este alegó que esa tarea era muy difícil por el componente económico que podría afectar a los municipios donde se encuentran estos megaletreros. Con ese pobre argumento mercantilista entendí que no sería posible que, en esa administración, salieran a limpiar el paisaje rural.

Aunque estamos en las mismas, abrigamos la esperanza de que alguna vez llegue alguien por allí, que tome en consideración estas nimiedades derivadas de la conducta humana (él es siquiatra, pero ya no está) y que afectan subliminalmente la psiquis colectiva incitando o provocando consumos y facilitando engañifas.

Hace ya tiempo, la epidemia de agresiones visuales se aposentó en las ciudades… Las lecturas se potencian en estas fechas, comerciales (navideñas) y preelectorales. Con o sin permisos de la municipalidad (léase el Ayuntamiento o ahora Alcaldía), de Salud Pública (que debiera tener vela en esos entierros tubulares), y de Medio Ambiente (pero imagínense, si estos no hacen nada con las torres de transmisión de energía que pasan campantemente por toda la ciudad, enfermándo con sus radiaciones, qué podrán hacer con estos letreros…)

Mientras tanto, como a mi amigo, a cientos les bloquean sus panorámicas paisajísticas, les niegan la escenografía natural o urbana, les impiden la lectura limpia de visuales que regocijan con su encanto, que atraen por la yuxtaposición volumétrica de elementos compositivos que se articulan entre sí creando arritmias, o ritmos acompasados de formas insinuantes, o sencillamente dejando salir la vista a buscar herramientas de escapes sostenibles en estas acogotadas ciudades sin escrúpulos comerciales ni políticos, vapuleadas por la comercialización del espacio terreno y ahora, ya hace tiempo, del espacio virtual aéreo, como virus informático creciente, en donde el Ayuntamiento o Alcaldía es el Hackers y no otro…

El destino de estas ciudades se escribe empezando con jota. Así será mientras sean cómicos de baja estofa, populares güireros, parlanchines atropellantes del lenguaje, y burdos triquiñuelos de la política artesanal, los que conduzcan la que debe ser una administración urbana, pulcra en su esencialidad, en la ética y la moral urbanística, con la sabiduría científica a manos, siendo vista en el espejo de otros ejemplos mejores y factibles de ser alcanzados…