El país en el que queremos vivir es muy diferente al que nos han construido. Y el que nos han construido ha sido hecho a imagen y semejanza de una clase política que se ha vuelto parasitaria del poder, hasta el punto de que no concibe su existencia fuera del disfrute de las mieles del poder y por eso hasta se ha atrevido a proyectar el usufructo de los bienes públicos más allá de la década del 2030.
El país donde queremos vivir dista mucho del que está edificado sobre los cimientos de los privilegios, de las canonjías, de los barrilitos que permiten a diputados y senadores hacer muestra de falsa generosidad en repartos clientelares. Pero esa generosidad se da sobre la base de la apropiación individual de lo que es colectivo, de lo que no es de ellos sino de todos, de lo que ingresa al patrimonio público a través de los impuestos que pagamos.
Los dominicanos nos merecemos un gobierno que tome partido por la justicia, la equidad y el bienestar social y no por el grupito que se ha hecho excesivamente poderoso concentrando bienes y riquezas
El país al que aspira la mayoría de los dominicanos es uno fundamentado en una Nueva Democracia centrada en una sociedad humanista, en la libertad, en la igualdad y justicia social; donde se privilegie al ser humano por encima de todo, una nueva forma de gobernar que sea la negación total de lo que le han dado por llamar democracia.
El país que deseamos construir, reivindica los intereses de los marginados, aboga por la equidad en el disfrute de la riqueza social, apunta hacia un nuevo tipo de sociedad inclusiva donde participen empresarios con una visión de nación progresista, empleados y trabajadores, profesionales, los campesinos, la clase media, los medianos y pequeños productores, en todo el proceso del desarrollo, creando oportunidades para que potencialicen toda su capacidad creadora.
Los dominicanos nos merecemos un gobierno que tome partido por la justicia, la equidad y el bienestar social y no por el grupito que se ha hecho excesivamente poderoso concentrando bienes y riquezas, controlando grandes redes de comunicación (en la radio, prensa, televisión), los cuales se han convertido en los principales beneficiarios de nuestra corrompida partidocracia.
El país en el que queremos vivir es un país donde no se penalice, del modo que lo hacemos aquí, la actividad productiva sino que se incentive la generación de riqueza, eliminando las principales trabas impositivas que obstaculizan la producción material. Tal es el caso del cobro del ITBIS en Aduanas cuando aún el empresario no ha transformado las materias primas en productos o el cobro del anticipo, el cual es una aberración ya que se sujeta a la proyección de ganancias no devengadas y que nadie puede anticipar en virtud de su eventualidad.
A su vez, queremos y necesitamos una producción orientada hacia la satisfacción de nuestras necesidades más concretas y donde la búsqueda de las utilidades no esté reñida con el logro del bien común; una sociedad donde el fruto de lo producido se redistribuya con sentido de justicia y que no esté basada exclusivamente en la obtención del lucro y el egoísmo posesivo.
El país en el que queremos vivir es un país donde Loma Miranda sea declarada Parque Nacional como parte de una verdadera política de preservación, defensa y respeto del ecosistema y nuestra biodiversidad, donde el cuidado de nuestros ríos, bosques, aire, suelos y otros recursos naturales esté fuera de toda duda.
El país en el que queremos vivir es un país donde a la corrupción, al boato y al peculado, se le corten todos sus tentáculos y donde los trabajadores honrados no sufran la burla de quienes pasean su impunidad por las calles en vehículos lujosos y residencias ostentosas que ofenden la moral, el espíritu y el trabajo de quienes ganan salarios de hambre que no les permiten cubrir sus necesidades básicas ni vivir dignamente.
Aspiramos a vivir en un país donde la medicina y las atenciones medicas sean verdaderamente gratuitas, donde los niños no tenga que morir por falta de equipamiento médico.
Pero para lograr ese tipo de sociedad que aspiramos se necesita que los buenos dominicanos demandemos otro tipo de participación en los asuntos públicos, otra manera de hacer política, donde se destierre la compra de conciencia, el clientelismo, y todo lo asociado con la actual partidocracia; donde el poder y el control proceda realmente del pueblo y éste sea el protagonista en la construcción de su propio destino.
En fin, para llegar al país que queremos, necesitamos superar al país que tenemos y esto solo es posible si transformamos la actual democracia representativa en una democracia participativa que promueva las transformaciones económicas y sociales que necesitamos, y donde el hombre no sea un león que devora a un hombre.