En la primera entrega de esta serie El País que insistimos desconocer: La Escuela dominicana de la Superstición (1), analizábamos a partir de los sucesos del llamado peregrino en Puerto Plata, el por qué y el cómo las clases privilegiadas del país suelen juzgar y condenar las prácticas de sobrevivencia (material, intelectual, afectiva, política, etc.) de las clases subalternas de la nación. En esta ocasión, trataremos sobre cómo llegamos a este estado de moralidad dominante, donde la indiferencia e incluso menosprecio por los de abajo ha sido una norma en los últimos 50 años de historia nacional en las clases dirigentes dominicanas.

Este segundo capítulo de la serie lo hemos titulado El viento frío que precede la Pandemia, en directa referencia al poemario de René del Risco, desde cuya obra trataremos de establecer algunas pautas para comprender la historia política y social del modelo dominante de sociedad que hoy padecemos, donde la distancia social, lejos de ser una novedad hoy, ha sido moneda corriente de un específico tipo político de convivencia: cómo llegamos a este estado de cosas, cómo se instauraron sus fundamentos institucionales, bajo cuál contexto ideológico se asentó una visión conservadora del mundo en República Dominicana. Para tratar de responder a estas cuestiones, lo haremos en tres entregas. La primera de hoy aborda al Viento Frío como el punto de ruptura entre una era y otra en términos netamente políticos; la derrota militar de la revolución dominicana, ante la victoria armada de la contrarrevolución conservadora de este país, y esto, gracias a la intervención del ejército de los Estados Unidos en 1965, y la permanente colaboración desde entonces de la Agencia Central de Inteligencia. En una segunda entrega, analizaremos el paradigma de sociedad que ese conservadurismo instauró y los sutiles mecanismos institucionales y sociales mediante los cuales sus normas se fueron normalizando en la vida cotidiana de los dominicanos. Finalmente, una tercera entrega, ensayaré la exploración de algunas pistas que el propio René proporciona para proseguir la resistencia al Viento Frío que todavía hoy prevalece como verdugo de aquella primavera que no llegó para todo el mundo.

El presidente constitucional coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó habla al pueblo dominicano en 1965.
El presidente constitucional coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó habla al pueblo dominicano en 1965.

1-El inicio del Viento Frío

El 22 de enero de 1966, el coronel Francis Caamaño, antiguo presidente de la República en armas, sale al exilio como parte de los acuerdos impuestos por las necesidades, para el cese de fuego en la guerra patria de abril de 1965. Desde ese momento, un cierto “viento frío acerca su hocico suave a las paredes” de la república, y “tocará la nariz” de una nación vulnerable, entrando en todo el territorio nacional, y continuará lentamente por la calle de la historia dominicana hasta nuestros días.

Ese inicio del viento frío es no es más que la continuidad de los ingentes esfuerzos de la clase dirigente empresarial de entonces, de hacerse del poder político para poder satisfacer así sus intereses en momentos de convulsión ideológica, marcado con un fuerte prestigio de las ideas de izquierda en el continente americano de la época. Desde el Consejo de Estado, la Unión Cívica, las llamadas marchas de reafirmación cristiana, las huelgas patronales al gobierno de Bosch, el Golpe de Estado a Bosch del 25 de septiembre de 1963, el asesinato de Manolo Tavárez y sus compañeros guerrilleros alzados en contra del gobierno de facto, el Triunvirato y sus Austins y las exoneraciones tributarias para grandes consorcios industriales del país, fueron parte de los grandes maniobras desplegadas por la derecha dominicana para contener la democracia progresista y popular en el país.

Por eso, cuando el 24 de abril de 1965 se inicia la ofensiva constitucionalista, y cuando apenas días después la victoria era inminente, luego de la derrota de las tropas del CEFA en el puente Duarte y la Toma de la Fortaleza Ozama, las tropas golpistas de San Isidro y el embajador W.T. Bennet alertan al presidente Johnson en Washington, quien decide intervenir militarmente la tarde del 28 de abril de 1965. Durante varios meses de resistencia heroica, defendiendo a un Santo Domingo libre y una idea de soberanía política de los dominicanos, los constitucionalistas, militares y civiles combatientes, se vieron en la necesidad de negociar una salida al conflicto. Los vencedores militarmente fueron imponiendo sus reglas, comenzando por desarmar al bando revolucionario.

En un país intervenido por las tropas norteamericanas, se celebran elecciones el primero de junio de 1966, donde se impone a Balaguer como presidente de un país en ruinas institucionales y sociales como resultado de la guerra. Era la fuerza “anticomunista” y la propaganda era fortísima contra todo lo que oliera a rojo; era el “orden” versus las “revueltas”; era la reacción contra el “desorden” revolucionario; era la vuelta de un antiguo régimen donde la República sería dirigida por Notables, con un poder económico como sostén de un poder político con una primerísima misión específica: desmontar la estructura revolucionaria aún activa en el país, y aniquilar el programa mínimo de liberación nacional traído por los expedicionarios de Junio de 1959, el cual estructuraba una idea completa de un proceso auténtico de democratización política, social y económica para todos. Pero la ideología conservadora no lo vio así y quiso interrumpir todo eso. Por eso, Balaguer y sus fuerzas criminales, se fueron con todas a desaparecer, por vía de la eliminación física, a toda disidencia beligerante al nuevo orden, al viento frío.

No se respetó lugar ni condición humana alguna: ni a las adolescentes (Amelia Ricart Calventi), ni a las universitarias (Sagrario Díaz), ni a las envejecientes (Mamá Tingó), ni a la juventud agrupada en asociaciones deportivas culturales (Los cinco jóvenes del Héctor J. Díaz). Mataban en la calle, a plena luz del día (Homero Hernández, Pichirilo), frente a sus hijos (Amín Abel), los cercaban y los ametrallaban con saña (Amaury, Virgilio, Bienvenido, Ulises, Orlando Mazara, etc.), en la cárcel (Pérez Guillén asesinado a palos en La Victoria) Hasta fuera del país se fue la derecha a matar revolucionarios (El Moreno). Caracoles, Orlando Mazara, Otto Morales, la lista es un verdadero cementerio. El plan era utilizar el miedo como política de Estado, o más bien, como instrumento del Sistema político del orden dominante, en el cual el Estado es una mano represora más. El viento frío nace así en charcos de sangre.

Además del crimen político, utilizaron las desmovilizaciones sutiles: físicas con la entrega masiva de visas para migrar a Estados Unidos a muchos afines a la revolución dominicana. Por eso, muchos dominicanos en el exterior siguen constituyendo hoy por hoy, con sus recuerdos vivos y anhelos interrumpidos de más de cinco décadas, unos de los territorios de mayor arraigo de ideas de izquierda en cierta población de edad avanzada. Y precisamente de dónde salían esos nuevos emigrantes, la base moral de la comunidad quedaba expuesta curiosos elementos inducidos, traídos desde los Estados Unidos, y que mermaban la capacidad de disenso político y movilización de la juventud que quedaba huérfana de orientación, sin sus líderes del barrio idos al extranjero, presos o asesinados.

El presidente Joaquín Balaguer, rodeado de los altos militares.
El presidente Joaquín Balaguer, rodeado de los altos militares.

Aún así, los barrios de entonces continuaban siendo territorios de un activismo político y cultural importante contra la reacción dominicana. De ahí la saña de Balaguer con enviar a la banda colorá a esos barrios, donde perdieron la vida muchos jóvenes no necesariamente cuadros políticos. Era solo necesario parecerlo para perder la vida. Y de ahí también la obsesión de Balaguer con desbaratar en sus diez años próximos muchos de esos barrios que le hicieron resistencia política en sus doce años. De igual manera, muchas Organizaciones No Gubernamentales fueron creadas por agencias internacionales vinculadas al gobierno de los Estados Unidos, y de repente, las cuestiones políticas se convirtieron en problemáticas sociales, relocalizando las responsabilidades como especies de “fallas” culturales o disfuncionamientos institucionales del sistema en sus agendas “sociales”. Militantes de la revolución dominicana, se convirtieron en muchos casos en una especie de trabajadores sociales, que sin demeritar sus labores ni sus oficios (tan importante como lo otro), disminuyeron en sus tareas la búsqueda de un cambio de régimen político, mutando de problemas políticos estructurales de un sistema, como problemáticas sociales mejorables en el mismo sistema que antes se combatía. Muchas conversiones, no ideológicas, pero sí del tipo de militancia se dieron así.

El Estado y sus economías fueron creando normas de comportamiento, y los críticos a esas normas, comenzaron a llamarles “cabezas calientes”, como si ellos fuesen esos fosforitos que podrían atentar contra ese Viento Frío que empezaba a instalar sus normas de vida y convivencia en la gente. En resumen, el Balaguerato de los 12 años sirvió de base para la primera operación del Viento Frío: terminar de liquidar lo esencial de la resistencia militante al Viento Frío, para permitir en las décadas posteriores el paso a tecnologías más sutiles de gobierno y control de poblaciones.

2-El viento frío y el análisis de la historia dominicana

René del Risco.
René del Risco.

Qué nos puede decir un libro de poemas escrito hace cinco décadas sobre la historia reciente del pueblo dominicano. El viento frío, la única publicación realizada en vida por René del Risco, contiene una serie de claves fundamentales para comprender la era contemporánea en República Dominicana. Unos célebres físicos (Kirchhoff & Mach, citados por Schröndinger) definieron la ciencia como esa “descripción de hechos, con exhaustiva compleción y la máxima economía de pensamiento”. Si menos sería más en términos literarios, la poesía sería aquello que sigue cuando la ciencia para, extenuada de su positivismo limitado. Dicho de otra manera: ahí donde la ciencia no puede más, solo la literatura tiene la capacidad de proseguir el camino del conocimiento, porque la literatura en general (poesía y el cuento, para el caso de René), tiene la destreza de cristalizarnos ese saber experiencial, no abstracto, que logra ingresar de manera más profunda hasta en las “últimas habitaciones de la sangre” del ser humano en sociedad, como refería Lorca en su Teoría del Duende, dejando entrever esa posibilidad que tiene el conocimiento literario de lidiar con esa historia clandestina de la humanidad: los sentimientos y las historias sociales que los ordenan. Por eso, para nosotros, tratar de comprender los sentimientos que se tienen desde el Poder y desde cierta clase de privilegiados sobre las clases marginadas en la actualidad, y que el Covid-19 ha venido a revelar como nunca antes, es importante conectar la obra de René y cómo pudo lograr articular momentos cruciales de nuestra historia moderna.

La primera es sin duda nombrar un pasaje de un momento a otro de la historia. A veces no son suficientes lo hechos, faltan obras culminantes para zanjar las fronteras de una era y otra, de un momento u hecho de transición en la historia. Así como Tocqueville escribió El Antiguo Régimen y la Revolución, promulgando desde ya con un mero título una temporalidad (pasado, presente y futuro de un hecho), y en cuya obra esclarece las rupturas que eran más continuidades, y las aparentes continuidad históricas que sí fueron rupturas, René del Risco logra en su obra trazar la línea divisoria entre, de un lado, la breve república de izquierda que gobernó o fue hegemónica en el país desde diciembre de 1962, fecha de las elecciones de Bosch como presidente de la República, hasta la salida de Caamaño del país, el 2 de enero de 1966, y, por otro lado, la restauración de la República de derechas, que hasta el día de hoy gobierna en la República Dominicana.

El viento frío es una extraordinaria obra de arte, cuya estética vanguardista y ética artística deslumbran, pero cuya epistemología poética nos aporta una documentación valiosísima, un testimonio riguroso de la historia no oficial de los inicios de una época que no ha terminado, y que hoy podemos reconocer sus muchos de los símbolos que el poeta supo hacer su inventario. De ahí la modernidad extraordinaria del Viento Frío como obra, su capacidad de describir con gran cuidado lo que iba a ser este país en las próximas décadas, y no como un mero adiós a las armas que muchos pudieron o quisieron interpretar de los versos de René.

Continuará…