En algún lugar de la obra de Boris Pasternak, aquel premio nobel ruso de 1958, leí sobre el tema de los hombres y las épocas. El escritor proponía una simbiosis entre hombres, tiempos y épocas.
Apenas era yo un adolescente, cuando iba la Avenida San Martín, sede de El Nacional aún, a llevar mis textos para el suplemento cultural de ese periódico vespertino. Eran los tiempos del director Freddy Gatón Arce, amigo de los girasoles y del cine estudiantil crítico norteamericano de los años 70 del siglo XX.
Allí estaba Radhamés Gómez Pepín, meditando desde una vieja máquina de escribir, pensando sus Pulsaciones con el país en el corazón.
El país pulsaba y en su pulso el temblor de la injusticia era visible, palpable.
Eran los años duros, cuando la sangre diaria alimentaba a los sicarios y esbirros de Joaquín Balaguer, indiferente a todo pero con sus perros de presa, babeando con sed, en busca de la vida de los otros.
No eran los mejores tiempos para recordar, no era la mejor forma vida dominicana en muchos años.
Con su visión y sensibilidad, con su arrojo discreto y responsabilidad, El Nacional bajo su mando se convirtió en una casa popular de refugio para quienes buscaban justicia, espacio abierto en búsqueda de la verdad y la libertad.
Leer Pulsaciones cada tarde era entrar en contacto con un análisis inteligente, sugerente y perspicaz. El valor de la información, el carácter confidencial de las informaciones y, y sobre todo, en Pulsaciones había un eje fundamental: hacer pensar a quienes leíamos sobre la época sombría en que los acontecimientos se desarrollaban
A veces, en la esencia de los regímenes autoritarios, su modus operandi, el terror y la tristeza infligida, hace que la gente aterrorizada busque un lugar de auxilio, eso fue el Nacional en su mejor tradición de defensa de los valores humanos en los que Radhamés Gómez Pepin profesaba.
Intuitivo para la noticia, con una curiosa noción campechana de aquel santiaguero que nunca dejó de serlo y que al mismo tiempo, con el recuerdo provinciano como una canción a no olvidar, nos narraba las sabrosas anécdotas de personajes junto a sus primeros pasos en el más viejo periodismo.
Tuvo determinación en los momentos que hubo que tenerla. Acudía al Palacio de la Policía Nacional, como ya fuera el lugar conocido para reclamos y convocatorias, porque en ese trajín mantuvo siempre el juramento sagrado de respeto a la fuente; lo mantuvo bajo cualquier circunstancia en tiempos donde la vida de nadie valía nada, mucho menos la de un periodista que mantenía en jaque a aquel régimen de ignominia.
Leer Pulsaciones cada tarde era entrar en contacto con un análisis inteligente, sugerente y perspicaz. El valor de la información, el carácter confidencial de las informaciones y, y sobre todo, en Pulsaciones había un eje fundamental: hacer pensar a quienes leíamos sobre la época sombría en que los acontecimientos se desarrollaban.
Quiero, con la más alta humildad, recordar a este brillante fruto de la historia del periodismo dominicano, porque de modo muy positivo marcó a toda nuestra generación, porque siempre fue asequible, convivial y estimulador de lo mejor en todos nosotros.
Ahora cuando pienso en Rhadamés Gómez Pepín con los recuerdos revueltos y tímidos, vuelvo a recordar a Boris Pasternak, cuando solía sentenciar que los que ayer fueron grandes hombres, hoy, como Radhamés Gómez Pepín, son épocas (CFE).