El acostumbrado escándalo de cada mes vino esta vez desde fuera, en boca del periodista y escritor Jaime Bayley: una supuesta asociación de Leonel Fernández con capos venezolanos residentes en el país. Como es habitual, esta denuncia desencadenó un reperpero, la negación rutinaria de los involucrados, la indiferencia de las autoridades, y algún que otro pujo crítico de la oposición. Como parte de nuestra tradición, apenas pasaron unas semanas, el atentado contra el estelar David Ortiz erizó los pelos de medio mundo y sepultó las graves acusaciones al expresidente. Y muy pronto, les aseguro, ese hecho criminal quedará desdibujado por otro crimen.  

Las tratativas de las fuerzas armadas, la policía, los políticos, y parte de la sociedad, con el narcotráfico y sus negocios hace mucho que no son secreto. Basta leer lo poco que aparece en los periódicos y estar atentos a la dinámica de esta comunidad para darnos cuenta de lo que aquí sucede. El baratillo de gatilleros; sicarios que se contratan con la misma facilidad con la que se contrata cualquier “perico ripiao” antes de una fiesta campestre, es tan sabido como la influencia de los capos en nuestro diario vivir.     

El poder determinante de las fortunas del crimen organizado y del saqueo político de aquí y de América Latina, es algo que podemos comprobar en las riquezas  misteriosas de muchos personajes, campañas políticas millonarias, impunidades vergonzosas, y encubrimientos descarados. 

Aun el más ignorante de los ciudadanos; el votante que vende su voto para emborracharse, o por un cheque; el millonario exitoso; el soldado raso y el general; políticos insignificantes y relevantes; maestros y catedráticos; profesionales y obreros; curas, monjas  y pastores; vírgenes y prostitutas; actores buenos y malos; músicos afinados y desafinados; funcionarios de segunda, ministros, expresidentes – y  hasta el mismo presidente –  no cesan de utilizar a diario la expresión de que “esto se jodió”. Los más optimistas, y quienes se benefician de ese mundo delictivo, a veces dicen que “esto se va a joder”, acomodando la tragedia en el futuro.

Los Everglades en la Florida constituyen uno de esos extraordinarios fenómenos de la naturaleza que esconde más de lo que enseñan. Es una belleza contaminada; allí habitan pumas, cocodrilos, serpientes venenosas, tarántulas, aligátores, escorpiones. El que se adentra en ese hábitat sabe muy bien de la capacidad letal de las fieras que allí se ocultan. Aquí sucede lo mismo: sabemos de los feroces antisociales y depredadores políticos que intentan ocultarse dentro de una prosperidad grupal y detrás de una falsa institucionalidad. Creen que pueden disimular las porquerías y los delitos que nos hacen sufrir.

Quizás, como defensa psicológica, minimizamos la tragedia, negamos la realidad, nos hacemos indiferentes. Entonces, aparece en los medios o en las redes parte del destrozo ocasionado por las fieras humanas de esta nación. En ese momento nos ponemos las manos en la cabeza indignados, quejosos. Sin embargo, apenas pasan unos días, volvemos a sumergirnos en el sopor de la indiferencia facilitando   nuevas tragedias. 

Navegamos por la ciénaga social dominicana sorprendiéndonos de que salten los cocodrilos a nuestro alrededor, sabiendo en lo más íntimo que siempre han estado allí ejerciendo su animalidad noche y día; mientras nosotros, en general, dejamos que se aplique el destroce mirando hacia otro lado.  

Esta negación, ese no hacer nada, ese dejar pasar, ese quejarnos solamente cuando pega muy duro la realidad en la cara – esa complicidad directa e indirecta – lleva irremediablemente a un solo lugar: al mismo infierno al que llegaron México, Honduras, San Salvador, Colombia, y Venezuela.

Ya no es cuestión de si estamos o no jodidos. Es cuestión de si podemos o no dejar de estarlo. Es asunto de si podremos o no sacudirnos de la negación y la indiferencia en la que nos hemos sumido; o si dejaremos que las fieras impongan su códigos selváticos,  sometiéndonos a todos.

Pero cada vez que se descubre una de estas atrocidades, una fracción de las que a diario suceden, la conmoción entre la ciudadanía y algunos medios es como si fuese un descubrimiento: como si nadie nunca hubiese sabido nada, como un trágico descubrimiento que no esperábamos.