Una vez se le preguntó a alguien: si fueras a una isla desierta y tuvieras que llevarte solo dos libros, cuáles serían? Este contestó (fue un historiador bonaerense): la Biblia, y la Historia de la Filosofía Occidental de Bertrand Russell (1945) ¡Vaya libros! Muy claro que la Biblia puede ser súper entretenida. Bien leída por muchos, la historia de Russell, traducción de Gómez de la Serna y Antonio J. Dorta, publicado en Espasa-Calpe en 1947, puede dar testimonio a miles de generaciones que vendrán en el futuro. Seleccionas lo que te gusta.
Con mucha atención, leo un libro en la costa del Este –Punta Cana– (se trata de Angel Jorge Casares), mientras el sargazo tiene mala publicidad. En la costa, le he preguntado a ese pescador qué pasó con la política: “nada, me dice con énfasis, que ella no podía cometer un abuso con nosotros”. La veda, le pregunto y veo que abre los ojos. Se levantan a las seis de la mañana todos los días y se adentran en el mar para buscar el sustento de sus familias. En otros mares, ocurre lo mismo: los pescadores tienen que “buscársela”. Viven de la pesca y la idea es que ellos sepan cómo vivir con el ecosistema.
En la costa, no veo periódicos viejos por aquí, y tampoco estoy con el celular en la mano todo el tiempo. En otra playa dominicana, cercana a Santo Domingo, en Saint Tropez, he visto cómo los turistas se funden con un lugar bastante bonito, –se ven turistas canadienses con “amigos” dominicanos–, de reducido costo y de amables servidores. Pasé casi una hora allí: la biblioteca de la orilla me deja entender lo mágico que puede ser un lugar. Más al Este, en Little John, –Punta Cana– he visto a turistas que tienen claro que esta arena es mágica: el viaje ha valido la pena para todos. Los números que ha publicado la Secretaria de Turismo son elocuentes. Y nosotros, como país, vivimos del turismo. Tenemos sol durante todo el año.
En mis manos, el libro no es la historia de Russell, pero tiene lo que queremos saber en este momento. Como dice en sus páginas, es la vieja cronometría de un profesor que fue a la Universidad de Puerto Rico desde Buenos Aires, Angel Jorge Casares, “panorama de grandes lineamientos”, –como dice en la intro–, magnífico curso con una primera edición de 1964. Este libro tiene la habilidad de hablar de filosofía en buenos términos.
Ahora en la capital del país, –una semana después de mi visita a la costa–, he llamado por impulso a un restaurant del Este para que me informen si todavía hay sargazo.
Atendiendo a mi llamada, el muchacho fue muy amable. Sin embargo, entiendo que estaba muy ocupado para darme una respuesta. En el fondo de la llamada había música, lo que es normal para un restaurante. No he ido al sitio en varios meses, y por esto llamé. Creo que hubiera sido mejor llamar al departamento encargado de la Secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Creo que se llama “Recursos Costeros” o algo así. Lo cierto es que me pueden decir, porque ya es octubre, si esos sargazos terminaron eliminándolos de la costa. Esta preocupación mía viene desde la infancia. El sargazo es un alga que viene de otros mares. Las noticias publicaban jornadas de limpieza de nuestras costas. Un gran esfuerzo que tiene que ser reconocido. En algunas playas hicieron una barrera contra ellas.
Entre otros especialistas, la misma gente de Medio Ambiente te puede decir cuáles son las playas más afectadas, y hacerte un inventario de las iniciativas que se han tenido para limpiarlas. Imagino a un pescador en Samaná limpiando la costa con la ayuda de las autoridades. El líder de los pescadores tiene la habilidad para dar órdenes.
Hay un viejo aserto que se expresa en la siguiente frase en inglés: I live where you vacation. Vivo donde tu vacacionas. La verdad que es un asunto importante: conocemos gente que vive en la zona costera y que viene de cuando en vez a Santo Domingo. La evolución de estos pueblos costeros es tal que allí te encuentras de todo: supermercados grandes, tiendas y bares, aparte de los grandes hoteles que ya son costumbre. Estos pueblos están llenos de vida. Si vives en un pequeño pueblo de la costa, hallas todo allí. Tengo en mi cuenta de Instagram una foto de una tienda de cigarros en la costa. Si están allí es porque hay público para ello.
Como otros seguramente han visto, en las azoteas de algunos hoteles dominicanos de lujo, hay –las ha habido–, turistas que leen las obras de Anne Rice y otros bestsellers. Se arden la piel con el mismito sol de Punta Cana, ahora en la ciudad capital dominicana. Algunas de esas personas vienen al país, en alguna medida para asuntos de negocio. El sol es tan intenso, repito como en el Este, solo que hay que saber atraparlo: no estar en las oficinas o en los autos, cubiertos de sus rayos. Así replicaremos la experiencia de una persona que se acueste en la orilla de la playa para que la piel le cambie de color. Es ya una clásica foto la de una turista en esas azoteas. Toda la ciudad puede ser vista desde allí. Y pasas un gran momento con alguna bebida.
A su manera, está claro que las autoridades controlan el asunto: en Internet está toda la crónica de lo que ocurrió con el sargazo en aguas dominicanas. Tengo en la memoria la vez en que le pregunté a un turista de Samaná en Las Galeras, si se sentía cómodo. Sonrió y me dijo: “este sitio es como ningún otro”. Cierro el libro y pienso en algunas medidas tomadas y las que faltan.