EN 1975 fui apuñaleado en el pecho en la puerta de mi apartamento. El asesino falló en herir mi corazón por escasos milímetros

Fue atrapado por mis vecinas y arrestado. Al parecer no tenía motivos políticos: estaba molesto porque yo había instalado dispositivos de escucha en su cabeza.

Mientras yo estaba en el hospital recibí una llamada desde Londres. Era de un representante de la OLP que me hacía llegar los mejores deseos de Yasser Arafat

Unos minutos más tarde, recibí una visita: el general Rahavam Ze’evi, conocido por su apodo de “Gandhi”, un extremista de derecha, vino a verme. El personal del hospital estaba pasmado.

 “¿Qué tipo de arma lleva usted?”, preguntó. Le dije que un Webley, un revólver del servicio británico.

 “Muy malo”, comentó. “El percutor está demasiado expuesto. ¿Dónde lo lleva?”. Le dije que generalmente en mi cinturón

 “Peor aun”, comentó. “Antes de sacarlo, ya usted está muerto”.

Me mostró su propia arma. Era un  revólver especial producido para los guardias personales, un Colt con un percutor que no se destaca, por lo cual se puede llevar activado sin peligro de que se dispare inesperadamente. “Usted tiene que llevarlo en la mano siempre”, me aconsejó.

Y eso hice. Durante 15 años llevaba el revólver en la mano todo el tiempo, excepto cuando estaba en mi casa u oficina. Desarrollé una manera especial de ocultarlo mientras mantenía el dedo en el gatillo. Nadie sospechaba.

Después de 15 años, cuando mi revista Haolam Hazeh cerró, fui a la Policía y les entregué mis dos armas como regalo.

RECORDÉ ESTA historia esta semana, cuando un programa de TV presentó una investigación sobre Ze’evi, revelando que era un asesino de presos, un violador en serie, un asociado de figuras prominentes del bajo mundo y más.

Esto es muy embarazoso, porque hace algunos años, el Knesset aprobó una ley especial para “externalizar” la “herencia” de Ze’evi.

¿Por qué, por el amor de Dios? Bueno, él era un hombre de la extrema derecha. Cuando Isaac Rabin, un hombre de la izquierda moderada, fue asesinado por un judío, se aprobó una ley de este tipo por él. La derecha también quería tener un mártir. Eligieron Ze’evi, que fue asesinado hace 15 años por los árabes.

El programa de televisión produce dolor de cabeza. ¿Qué hacer ahora? Continuar “externalizando” a un asesinato de prisioneros y, además de eso a un violador? ¿Anular la ley? Nadie lo sabe, y aquí estamos.

EN REALIDAD, había pocas novedades para mí en las revelaciones de la televisión. Mis relaciones con el hombre fueron siempre diferentes en varios niveles. En lo político, éramos polos opuestos. En lo personal, pertenecimos al mismo grupo, combatientes de la guerra de 1948.

Las relaciones entre nosotros comenzaron en 1953, cuando un grupo de jóvenes me atacó después de la medianoche en la calle frente a mi oficina. Yo acababa de subirme en mi Jeep cubierto cuando me atacaron con palos. No tuvieron éxito en arrastrarme fuera del coche, pero me rompieron los dedos de ambas manos.

 (Esto tuvo un final feliz. Puesto que no podía realizar ni siquiera las tareas más elementales, una chica que apenas conocía se ofrecido a vivir conmigo por alrededor de una semana a fin de ayudarme. Su nombre era Rachel y ella se quedó conmigo hasta su muerte, 58 años después).

La cuestión era quién había enviado a los atacantes. Mi primera suposición fue Ariel Sharon, el comandante de la “Unidad 101”, que acababa de cometer una masacre terrible en un pueblo árabe llamado Qibya. Mi revista había condenado el acto.

Otra suposición era el Shin Bet, el servicio secreto, cuyo jefe me tenía un odio patológico.

Pero entonces me dieron un mensaje secreto de Ze’evi, diciéndome que era Moshe Dayan el responsable. Me advirtió que tuviera cuidado. Ze’evi era el hermano cuñado de un miembro de mi equipo. Dayan, el luchador anti-árabe por excelencia, ya era mi enemigo mortal.

REHAVAM ZE’EVI era un hijo de su tiempo. Incluso su apodo era típico: en una fiesta de la escuela secundaria se había aparecido envuelto en una colcha, lo que le daba un aspecto parecido al adorado líder indio. El apodo se le pegó. Ze’evi, un hombre violento por excelencia, era, por supuesto, todo lo contrario del Gandhi original.

En su adolescencia se unió a la milicia sionista clandestino semi secreta, el Palmaj. En la guerra de 1948 él era un soldado de combate conocido por su valor físico, pero no mucho más. Más tarde, como comandante de batallón en 1951, participó en la batalla de Tel Mutila contra los sirios, que fue un desastre. Desde entonces no mandó tropas, pero subió de manera constante en la escalera de mando, sobre todo, creo que debido a su real talento para organizar.

Era considerado poco fiable e indisciplinado. Una vez fue detenido al tratar de cruzar la frontera de Jordania con el objetivo de liberar a un soldado que había sido capturado allí.

Fue miembro del destacad Estado Mayor bajo el mando de Rabin, que ganó la impresionante victoria de la “Guerra de los seis días” de 1967, pero no dirigió tropas. Pero después de la guerra, como jefe del Comando Frente Central, participó en muchas cacerías humanas.

Estas cacerías humanas se convirtieron en una especie de deporte. Árabes de Cisjordania, que habían huido a través del río Jordán durante la guerra, estaban tratando de volver a casa por la noche. Muchos fueron capturados en emboscadas del ejército. El comandante del frente no se suponía que estuviera presente, pero Gandhi lo disfrutaba demasiado como para mantenerse alejado. Incluso invitó a sus amigos civiles −actores, compositores y otros bohemios− a viajar con él en su helicóptero. Los capturados fueron asesinados en el acto.

Cuando los soldados sorprendidos me informaron de esto a mí, le escribí a Rabin, que aún era jefe del EM. En un intercambio de cartas secretas, él me prometió intervenir.

En ese momento, yo era un miembro del Knesset, el parlamento. Cuando un caso concreto de un asesinato cometido por Ze’evi me llamó la atención, presenté una “moción para el programa” formal contra él. Fue trasladado a una audiencia secreta. Poco después, recibí una comunicación secreta del nuevo jefe del Estado Mayor, Haim Bar-Lev, que era muy respetado como oficial decente. Me informó que una investigación había encontrado que la causa de muerte en este caso no era Ze’evi, sino otro agente que ya había muerto en acción.

GRACIAS A su talento especial para la auto-publicidad, Ze’evi se estaba convirtiendo en una celebridad. En este “tiempo de la locura”, como yo llamaba a los delirantes seis años entre la gloriosa “Guerra de los Seis Días” de 1067 y la desastrosa “Guerra de Yom Kipur” de 1973, los oficiales del ejército de alto rango fueron tratados como semidioses. Las travesuras de Ze’evi eran famosas. Una de ellas era tener una leona viva en su cuartel general, para el deleite de los visitantes famosos.

Fue entonces cuando sus relaciones sexuales con niñas-soldados llegaron a ser conocidos, sin provocar mucha oposición. En las revelaciones de la semana pasada, éstas tuvieron un papel importante. Varias mujeres testificaron, que Ze’evi forzó a decenas de ellas, si no más, en su mayoría niñas bajo su mando. Algunas fueron violadas brutalmente.

La actitud hacia la violación ha cambiado radicalmente en Israel en los últimos años. Entre los hombres en los años 1950 y 60, se consideraba más bien como una broma. “Cuando ella dice que no, ¿qué es lo que quiere decir?”, preguntaba una canción famosa. La opinión general entre los hombres era que las niñas realmente “quieren”, pero tienen que fingir lo contrario por las apariencias.

En general, se aceptaba en el ejército que los agentes tienen derecho a tener relaciones sexuales con sus subordinadas. Era uno de los privilegios de rango. En la Edad Media, se suponía que los nobles disfrutaran de un “derecho de pernada” o jus primae noctis, el derecho a tener relaciones sexuales con las mujeres locales en la noche de bodas. (La exactitud de esta historia está en duda.)

Los oficiales creían que tenían algún derecho parecido. Un dicho famoso, acuñado por el comandante de la fuerza aérea, decía: “Los mejores hombres para volar, las mejores mujeres de los que vuelan”.

Cuando estaba en el ejército, me llamó la atención el gran número de mujeres soldados que no tenía un trabajo real, salvo hacer el café para el oficial. Las mujeres en Israel se reclutan como los hombres. Cuando me convertí en editor de la revista Haolam Hazé, uno de mis primeros artículos fue la de exigir la abolición del proyecto de reclutar a las mujeres. Al darles un salario adecuado y un bonito uniforme, escribí, va a tener suficientes mujeres voluntarias para los puestos de trabajo reales.

Cuando presenté este artículo a la censura militar, el jefe del Estado Mayor me envió el portavoz del Ejército, amenazando con cortar todas las relaciones con mi revista si lo publicaba. Yo lo publique por supuesto, y durante los siguientes 40 años, el ejército no compró ni un número de mi revista. (Sin embargo, seguía siendo, con mucho, la revista más popular en el ejército.)

El ambiente general en el ejército explica por qué Ze’evi podría hacer todas las cosas, muchas de ellos repugnantes, que fueron relatados por las víctimas en el informe de televisión. En el momento en que sucedió, las mujeres tenían demasiado miedo o vergüenza para contarlas.

ZE’EVI NO tenía ninguna posibilidad para convertirse en Jefe de Estado Mayor, por lo que abandonó el Ejército. Y se dedicó a su otra gran pasión: el amor a la patria.

En general, “el amor a la patria” es una frase vacía. En el uso sionista, es un término abstracto para el nacionalismo. Pero para Gandhi era algo muy real, una devoción por el país real, por cada rincón de él, su historia y su presente.

Aquí es donde nos encontramos, metafóricamente. Creo que el amor común de este país, ya se llame Palestina o la Tierra de Israel, puede convertirse en un fuerte vínculo entre los dos pueblos.

Para ello, ambas partes deben aprender desde una edad temprana a mirar la historia del país en su conjunto, a través de todas las edades −a los cananeos, filisteos, israelíes, samaritanos, judíos, griegos, romanos, bizantinos, árabes, cruzados, mamelucos, otomanos, palestinos, sionistas, británicos, israelíes y todos aquellos en el medio− como una sola historia, consecutiva. Yo tenía un socio en este esfuerzo: Ze’evi.

A él lo nombraron director de una pequeña institución Tel Aviv llamado "Museo del País", que, con su talento organizativo, pronto se convirtió en un sitio importante. También cambió su nombre a "Museo de la Tierra de Israel". Celebra todos los estadios de la historia de este país.

Ze’evi también escribió una serie de excelentes libros sobre diferentes partes del país. Me envió una copia de cada uno con una dedicación cálida.

UNA PARTE muy diferente de su compleja personalidad fue su afinidad con el mundo subterráneo.

Durante la década de 1970, la policía y los medios de comunicación comenzaron a hablar de “crimen organizado” en Israel. Se refiere principalmente al contrabando de drogas duras. Algunos de los líderes eran también figura en los círculos bohemios de Tel Aviv. Ze’evi se hizo amigo de ellos.

Un día, dos figuras del bajo mundo fueron asesinados por sus rivales. La policía había interceptado llamadas telefónicas hechas en esa noche por los presuntos asesinos a Ze’evi, pidiéndole que viniera inmediatamente. Él había prometido hacerlo.

Un intenso debate comenzó sobre el papel de Ze’evi en el asunto. Mi revista iba a escribir sobre esto, cuando recibí una llamada urgente de Ze’evi, pidiéndome una reunión inmediata. Lo invité a mi casa.

“La verdad es que esa noche yo fui a conocer a una chica y tener relaciones sexuales con ella”, me confió: “Utilicé a mis amigos como coartada. Pero si publicas esto, mi esposa va a divorciarse de mí”.

Yo no le creí ni una palabra.

AL FINAL, Ze’evi volvió a la política activa. Su lema era “transferencia voluntaria”, lo que significa que un día todos los millones de árabes en los territorios ocupados, y quizá también en Israel, podrían salir del país a cambio de una compensación adecuada. Puesto que nadie en su sano juicio podría creer de verdad en esto, se entendió por todo el mundo que lo que se pretendía era la expulsión en masa por la fuerza.

Antes de él, el abiertamente fascista Meir Kahane había propuesto algo similar, y fue expulsado del Knesset por el Tribunal Supremo. Pero Kahane era un nuevo inmigrante de EE.UU., un extranjero, y detestado universalmente. Ze’evi era un israelí real cinto por ciento. Sus ideas fascistas eran toleradas.

Sirvió en el Knesset durante 12 años y fue nombrado Ministro de Turismo. Eligió vivir en un hotel en la parte oriental ocupada de Jerusalén. Como él hombre de verdad real, desdeñó a los guardaespaldas que tenían otros ministros. Un día, unos empleados árabes del hotel lo asesinaron.

TOMADO EN su conjunto, Gandhi fue un eterno adolescente, una versión muy israelí de un adolescente. Con sus gafas, parecía más a un estudiante que un soldado.

Una vez hablé de él con Isaac Rabin, su antiguo comandante. Rabin se refirió a él con cierto desdén, pero aun así lo aceptó como “uno más del grupo”.

La ley le ha convertido en un héroe nacional, con un "Día de la Memoria" especial, en que todos los alumnos en el país están obligados a estudiar su “legado”.

Bueno, fue algo ridículo desde el principio, y ahora es absolutamente un absurdo.