En el trajín de la existencia, vamos modificando lo que creemos sobre todo lo que existe alrededor de nosotros: la naturaleza, los espacios y la sabiduría espiritual. Para los humanos mantener una psiquis sana debemos sentirnos parte del mundo en que vivimos. No estamos aislados, no somos autosuficientes, ni lo seremos. Podemos alcanzar un alto grado de individualidad, pero no seremos entes aislados.
¿Cómo seguir un camino espiritual dentro del trajín cotidiano? ¿Cómo encontramos un equilibrio entre la soledad, la vida entre los muros de nuestro propio ser, y la vida en comunidad?
En realidad, no se puede lidiar solo con la complejidad del mundo y de nuestra propia vida. Aunque uno es el responsable, y el que debe tomar las decisiones que afecten su existencia, el proceso es complejo, y a través de un sano intercambio con otros se puede llegar a buen puerto. Aun así, las respuestas a las encrucijadas de la existencia tenemos que buscarlas en nuestro interior. En nuestros corazones.
En el camino reconocemos al otro; a través de otros encontramos significados y propósitos, y, además, vemos un reflejo de nosotros mismos.
En ese proceso, compartimos nuestras experiencias y percepciones hasta que logramos construir una inteligencia espiritual. Trabajando en conjunto se puede producir la revelación de nuestro propio descubrimiento. Ahora bien: si funcionamos desde nuestro ego, en vez de volar nos hundimos. Cuando nos permitimos volar o fluir, sin prejuicios ni ideas preconcebidas, el espíritu florece.
Si permanecemos anclados a nuestro ego, a nuestros miedos y deseos, aferrados a nuestros problemas personales, no oiremos la voz del universo. No nos liberaremos.
Uno tiene la experiencia de conectar con otros en los sentimientos; cuando se comparte con alguien por un buen tiempo, uno puede sentir empáticamente el estado sentimental del otro: la alegría se contagia… la tristeza también.