Tuve la oportunidad de conocer al Mag. Wilson Camacho mientras asistía en condición de estudiante a las clases de formación para la función de fiscal. En ese entonces, más de 200 abogados se esforzaban por aprobar la fase académica exigida como prerrequisito para el ingreso al Ministerio Publico; pues como es bien sabido el concurso público y de oposición no solo implica transitar con éxito a través de 3 etapas probatorias, sino también pasar sin inconvenientes la Maestría en Ciencias Penales impartida desde las aulas de la Escuela Nacional del Ministerio Publico y abalada para ese entonces por la UASD.
Así como el Dr. Joaquín Balaguer confiesa en su encumbrada obra “Memorias de un cortesano en la era de Trujillo” haber adquirido el amor por la literatura de su maestra Rosa Smester, particularmente inicié, a través de las clases impartidas por el Mag. Camacho, a prestar atención a una de las etapas más hermosas y estelares del proceso penal: El juicio de fondo. Por él me interesé no solo en conocer la consistencia del Juicio, sino también en estudiar literaturas al respecto. Muy pronto descubrí la existencia de un mundo apasionante dentro de la profesión que elegí estudiar sin necesariamente sentir pasión por la misma, llegando a comprender que el Juicio Penal desarrollado dentro del contexto que ofrece el sistema acusatorio adversarial es siempre una especie de garantía en favor de los encartados.
El Dr. Balaguer, en la obra precitada, describe a la profesora Smester como una maestra vocacional que amaba apasionadamente las letras y que distinguía sobre todo a sus discípulos, según el grado de sensibilidad literaria. Algo parecido acontecía en el profesor Camacho en su respectiva área, quien al través de su modulo revelaba la pasión que siente por la litigación Oral. Creo que la mayoría de los aspirantes a fiscales descubrieron los tecnicismos de la litigación más refinada, incluso técnicas o formalidades extrañas para los Tribunales Penales de nuestro país. Aprendimos el modo de emplear correctamente un alegato de apertura, un interrogatorio directo, un contrainterrogatorio, responder a incidentes y desarrollar de forma armónica con nuestro procedimiento un alegato de clausura. Su frase, “solo se aprende a litigar litigando”, lo comprobamos algún tiempo después en la practica diaria.
Una de las cosas que particularmente me llamó la atención fue la importancia de ingeniar un Lema para la debida identificación de los casos penales. Según el profesor, de acuerdo siempre a la doctrina con la que contamos, los lemas no solo buscan identificar los procesos, en una palabra, sino también resumir de forma impactante el contenido de los mismos. Cada nombre, cada lema, cada título, se trata de una caratula en sentido figurado que describe magistralmente los entramados de un proceso en particular. Se trata de una técnica propia de la litigación moderna que sella de manera distintiva los casos, y que resulta muy útil a la hora de matizar inicialmente la presentación de los hechos delictivos. Wilson Camacho, hoy titular de la Procuraduría Especializada contra la Corrupción, nos enseñó esa técnica, la cual fue refrendada por el autor de este escrito en manuales de litigación tan importantes como el de Mauricio Duce y Baytelman; litigación Penal y Juicio Oral.
Lástima que, en nuestro país, la Republica Dominicana, a pesar de haber dado un paso de avance en la modernización del sistema penal, se desprecien dichas técnicas que embellecen la litigación y se fuerce a los fiscales casi de manera arbitraria a proceder estrictamente con la lectura fría y monótona de la acusación.