Un país no es solamente un territorio; el territorio específico no es más que sus cimientos. El país es la idea que se erige sobre esos cimientos; es el sentimiento de amor, el sentimiento de fraternidad que une a todos los hijos e hijas de ese territorio. A ese sentimiento se ha llamado nacionalismo, otros le llaman orgullo patrio.
Pero el nacionalismo va más allá del amor al país, el orgullo por sus éxitos y la preocupación por su bienestar. Las metas del nacionalismo son defender el bienestar del país y defender los valores y características sobre los que se erigió desde el principio un sentimiento compartido de identidad y destino.
Dentro de las concepciones del nacionalismo existe el conservador cuya ideología se empinaría sobre el prejuicio racial y la desafección hacia lo negro como negación de la dominicanidad ideando un proyecto de blanqueamiento social y creando un nuevo color denominado indio oficializado en los documentos personales.
Es que el nacionalismo también con frecuencia exige una devoción fanática que excluye a otros y puede alimentar un sentimiento de superioridad sobre ellos.
En la construcción de los discursos nacionalistas se tejen unas redes de mentiras sin el menor asomo de vergüenza, un discurso que idolatra en sus templos a gigantescos ídolos de la avaricia, enorgulleciéndose de los onerosos rituales de culto al que denominan patriotismo llegando a fomentar la ceguera moral bajo la forma del culto a ese patriotismo.
Cuando prevalece el espíritu del nacionalismo se enseña desde la infancia al pueblo entero a fomentar odios y ambiciones por todos los medios, fabricando mentiras y verdades sobre los hechos históricos, presentando desfavorablemente a otras razas y cultivando sentimientos de animadversión hacia ellas, conmemorando sucesos, algunos falsos, y tramando constantemente malévolas amenazas contra sus vecinos y contra otras naciones.
Imbuir a todo un pueblo de un orgullo desmedido de superioridad, enseñarle a presumir de su insensibilidad moral y a perpetuar la humillación de las naciones vencidas utilizando las escuelas para instruir a los niños y niñas en el desprecio hacia los demás, es inadmisible, pero así funcionan las naciones.
El triunfo de Luisito Pie ha sido la peor bofetada a esa clase que promueve el nacionalismo basado en el odio. Verle agitar con orgullo una bandera que muchos entienden no les pertenece es la mejor sátira contra quienes no hacen otra cosa que vivir del discurso pregonando un amor a la patria que no sienten porque su hipocresía va más allá que el amor mismo.
El único dominicano que obtuvo una medalla en los recién concluidos juegos olímpicos de Rio no tiene apellido sonoro de la oligarquía que se sirve de la mano de obra barata ilegal ni procede de grandes residenciales ni de zonas exclusivas.
La medalla de Luisito duele, sobretodo porque viene de un atleta que encarna la cara del odio. Alex Rodríguez niega ser dominicano, pero a este le alabamos. Félix Sánchez ni habla bien el castellano, pero disfrutamos sus triunfos. Tuvimos dos glorias del tenis de mesa en nuestro país: Luis Lin Ju y Nieve Xu, pero no son de origen haitiano. Joder
Para terminar de darle en la madre a los hipócritas del nacionalismo su frase después del triunfo de seguro lacera el alma de muchos: “No he luchado por millones de pesos, he luchado por millones de dominicanos que sienten el orgullo por su bandera”. Precisamente tenía que ser él, Luisito Pie.
Por cierto, hace 54 años Juan Bosch escribió uno de sus cuentos emblemáticos titulado “Luis Pie”, ¿Habría presagiado este momento?