Oficio de vivir. Oficio de escribir. Oficio de morir. Los tres oficios fueron un poco la misma cosa en la vida y en la obra del escritor César Pavese. Un escritor que vivía y escribía y moría intensamente y que dejó una huella indeleble en la literatura italiana contemporánea.

En los libros de Pavese no sucede nada extraordinario. Tratan de la cotidianidad existencial, de la existencial cotidianidad. Pavese es un escritor introspectivo, volcado siempre hacia dentro. Construye mundos interiores sobre el escenario de una inmediatez neorrealista en el que desfilan personajes de la llamada vida real y de la vida irreal. Toda su obra, su oficio de vivir y de morir, es puro monólogo interior, una continua reflexión. Pavese escarba continuamente en sus personajes, tanto como en sí mismo. Presiente que todas las victorias son derrotas secretas y que “la cosa más secretamente temida ocurre siempre”.

Escribe un poco más de una docena de libros (poemas, novelas y relatos) en los que su sentimiento de soledad y desarraigo se reafirman constantemente : Trabajar cansa, Pueblos tuyos, La playa, La cárcel, Antes de que el gallo cante, El bello verano, el Compañero, Diálogos con Leucó, Entre mujeres solas, El diablo en las colinas, La luna y las fogatas.

A pesar de la variedad de los títulos, y de los variados motivos de su arte, el tema de la soledad es el gran tema. El tema reincidente. La obra de Pavese termina donde comienza: “Todo el problema de la vida es éste: cómo romper la propia soledad, cómo comunicarse con otros”.

El oficio de vivir, el diario que escribió durante gran parte de su vida, es el gran testimonio de su drama existencial.

Lo que escribe César Pavese, a los cuarenta y dos años de edad, el 16, 17 y 18 de agosto de 1950 en ese diario íntimo, es el testimonio desgarrante y abrumador de la soledad de un escritor. Un triunfador vencido. La enésima reafirmación de su vocación fatalista. La frágil condición de un ser humano. De los seres humanos.

La literatura le dio todos los triunfos, pero la vida le dio todas las derrotas. Derrotas sentimentales. A sus triunfos le “faltaba la carne”. Ahora la inútil espera, quizás la esperanza de realización a través del amor, ha terminado. Ahora “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”.

16 de agosto

Querida mía, quizá tú seas verdaderamente la mejor —la verdadera. Pero ya no tengo tiempo de decírtelo, de hacértelo saber —y además, si todavía pudiese, queda la prueba, la prueba, el malogro.

Veo hoy claramente que desde los 28 hasta hoy siempre he vivido bajo esta sombra —alguien la llamaría un complejo. Diga sin embargo que es algo mucho más sencillo.
También tú eres la primavera, una elegante, increíblemente dulce y flexible primavera, suave, fresca, esquiva —corrompida y buena—, «una flor del dulcísimo valle del Po», diría quien yo sé.

Y sin embargo tú eres sólo un pretexto. La culpa, después de mía, es sólo de la
«inquieta acongojada que sonríe ella sola».

¿Por qué morir? Nunca he estado tan vivo como ahora, nunca tan adolescente.
Nada se suma al resto, al pasado.

Volvemos a empezar siempre.

Un clavo saca otro clavo. Pero cuatro clavos hacen una cruz.

Mi papel público lo he hecho hasta donde he podido. He trabajado, he regalado poesía a los hombres, he compartido las penas de muchos.

17 de agosto

Los suicidios son homicidios tímidos. Masoquismo en vez de sadismo.

El placer de afeitarme después de dos meses de cárcel —de afeitarme yo, delante de un espejo, en una habitación del hotel, y fuera estaba el mar.

Es la primera vez que hago balance de un año todavía no terminado.
En mi oficio soy rey.

En diez años lo he hecho todo. ¡Si pienso en las dudas de entonces!

Nunca he estado más desesperado y perdido que entonces. ¿Qué he conseguido?

Nada. He ignorado durante unos años mis taras, he vivido como si no existiesen. He sido estoico. ¿Era heroísmo? No, no me ha costado nada. Y luego, al primer asalto de la «inquieta acongojada», he vuelto a caer en las arenas movedizas. Desde marzo me debato en ellas. No importan los nombres. ¿Son algo más que nombres al azar, nombres casuales —si no aquéllos, otros? Queda que ahora sé cuál es mi más alto triunfo —y a este triunfo le falta la carne, le falta la sangre, le falta la vida.

No tengo nada que desear en este mundo, salvo lo que quince años de fracasos excluyen ahora.

Éste es el balance del año no acabado, que no acabaré.

¿Te asombra que los demás pasen a tu lado y no sepan, cuando tú pasas al lado de tantos y no sabes, no te interesa, cuál es su pena, su cáncer secreto?

18 de agosto

Siempre sucede lo más secretamente temido. Escribo: Oh Tú, ten piedad. ¿Y después?
Basta un poco de valor.

Cuanto más preciso y determinado es el dolor, más se debate el instinto de
vivir, y se debilita la idea del suicidio.

Parecía fácil, al pensarlo. Y sin embargo hay mujerzuelas que lo han hecho. Hace falta humildad, no orgullo.

Todo esto da asco.

No palabras. Un gesto. No escribiré más.

(El oficio de vivir | Cesare Pavese | Descargar epub y pdf gratis | Lectulandia https://www.lectulandia.co/book/
el-oficio-de-vivir/)

“El sábado 26 de agosto de 1950 Cesare deja la casa de su hermana María con un maletín que únicamente contenía un libro para no regresar nunca más”.

Nota: Cesare Pavese: El cadáver de la habitación 346 | EL ESPECTADOR
El domingo 27 de agosto de 1950 (…) el conserje y el dueño del Hotel Albergo Roma, en Turín, ambos un poco nerviosos, se dirigieron con la llave maestra a la habitación 346. El hombre de gafas y de nariz larga que la alquiló el día anterior, había exigido que tuviera teléfono. Fue complacido. Sin embargo, el cliente no había llamado a la recepción, no había salido, nadie lo había solicitado. Lógico, antes de intentar entrar tocaron la gruesa puerta de madera y lo llamaron en voz alta tres veces. Quedaron a la expectativa. Les respondió el silencio. El ya conocido silencio de los malos augurios.

(https://www.elespectador.com/el-magazin-cultural/cesare-pavese-el-cadaver-de-la-habitacion-346-article/).