Con el advenimiento de la ilustración se produjo un punto de inflexión en Occidente, la manera de comprender la realidad, de conocer el mundo, de relacionarnos y convivir, explicada y justificada a través de los mitos y la moral cristiana se hacía cada vez más cuestionable, la evidencia se presentaba más desafiante, compleja y revolucionaria para lo que la iglesia podría demostrar sin destruir con ello los ardides y defensas que habían construido para modelar la realidad y constituirse en la autoridad indiscutible para guiar al ser humano. Los desafíos que presentaba la evidencia implicaba un cambio de paradigma profundo, radical e inminente para la humanidad.
La racionalidad le ganó la guerra al mito y a las creencias, la ciencia es el hito que marca el después de un antes que no será más, al convertirse en la herramienta por excelencia para explicar las causas de todo fenómeno en sustitución de la teoría creacionista, que las concebía como idea y creación de Dios con un diseño lineal e inteligente que culminaría en el encuentro divino; el ser humano pasa a ocupar el centro, lugar indiscutible que pertenecía a Dios; y a través de muchas revoluciones independentistas liberales, las naciones deciden extrapolar las ideas modernas a su organización política, se le ganó la batalla a las monarquías y a la iglesia, dando paso a la secularización para constituir Repúblicas que se permitan guiarse por la justicia y la razón de manos de la ciencia.
Y fue así como en la Modernidad se demostró que ante la única autoridad que debe doblegarse el ser humano es a la autoridad de la razón, presente en toda mente humana y como explicó Kant que la inmadurez mental y salida del hombre de la tutela del dogma es a fin de cuentas causada por su culpable incapacidad y que por tanto el desafió es el de atreverse a saber, el problema que cada ser humano posee y debe resolver por sí mismo y no bajo la autoridad de clérigos, políticos y cualquier figura de dominio que pretenda imponer la de su propia prudencia.
Actualmente, curiosamente en lugar de estar presentes ante el florecimiento de la cultura de la razón y la justicia con el auge grandioso de la ciencia y los descubrimientos que han tenido lugar hasta el momento. Contrario a este espíritu científico en la Posmodernidad los discursos que imperan son las teorías conspirativas, la doxa, la lucha entre los sexos con el discurso desgastado del heteropatriarcado propuesto por feministas radicales y de izquierda, la religión en Latinoamérica y los discursos de odio, llamados así porque están dirigidos a exacerbar los prejuicios, complejos y creencias que polarizan las relaciones humanas y nos enfrentan constantemente; en lugar de predominar la inversión en investigación, desarrollo de tecnología, innovaciones y educación, es curioso también, ver como a fragor de nuestra batalla el político es el que emerge como único mediador posible, producto de nuestra culpable incapacidad de ponernos de acuerdo para dar respuesta y solución a la violencia que históricamente ha sufrido la humanidad, producto precisamente de quienes se han arrogado la autoridad moral y política de decidir lo que es “conveniente” para todos y entregando en manos de estos además el monopolio de la violencia legítima si no acatamos la decisión de lo que es bueno para la generalidad decidido también por estos. Es decir, que los hemos hecho nosotros mismos jueces y partes para la resolución de los problemas y sin éxito para generar soluciones se han multiplicado los problemas y el control social, gracias a todo el poder que hemos depositado en estos.
Con la democratización de las relaciones humanas que tiene por base la justicia propuesta y acordada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se pone en evidencia que la historia de la humanidad no ha sido otra que el triunfo de la injusticia y producto de esta, las disensiones y las revoluciones que violentamente se han tenido que producir para dar lugar a acuerdos que subsanen dichas injusticias, pero adicional a ello la disputa que aún se presenta es la de la autoridad. La iglesia, los partidos políticos, los colectivos incluido el feminismo, los influencers y líderes de opinión, la politización de la sociedad, los mesías políticos, los medios de comunicación, son ejemplos claros de que nos negamos a abandonar esa instintiva moral primitiva de poner nuestra mente bajo la tutela de cualquier figura de dominio para ser guiada como un esclavo u oveja de rebaño hacia su propia destrucción. Nos estamos resistiendo al conocimiento, a la búsqueda de la verdad, a pensar y a cuestionar la realidad por nosotros mismos para establecer acuerdos en base a la razón y no a la necesidad del vientre y las pulsiones de las bajas pasiones.
Vivir y guiarnos por medio de la razón y el conocimiento no significa que dejarían de existir el conflicto y los problemas que desde siempre han atormentado a la humanidad, atrevernos a saber significa qué hay miles de formas para dirimir los conflictos y resolver los problemas que no es a través de la violencia. Significa también que hay un potencial creativo y brillante dormido en nosotros y que las diferencias físicas, morales, espirituales y sociales son solo eso, diferencias, y que no definen el potencial del ser humano para despertar a la razón a no ser porque uno mismo así lo decida amparado bajo estas excusas basadas en la identidad.
Los niveles de racionalidad se miden tanto por la capacidad de una persona para resolver los problemas y que dicha solución a su vez represente una solución y un avance para toda la humanidad, como grandes pensadores y científicos han demostrado con su ejemplo, como por poner su capacidad creativa al servicio de quienes por condiciones naturales y contingentes se ven imposibilitados para poder parar a la razón sobre sus propios pies, estos seres son los niños, los envejecientes y los afectados en sus capacidades motoras y cognitivas desde el nacimiento o producto de un accidente, pero una “razón” dispuesta al control, la manipulación, la concupiscencia, la irascibilidad y el irrespeto constante a los DD HH del prójimo no habla del predominio de la capacidad racional y consciente del individuo y su grupo, habla más bien de una ignorancia descarnada, perversa y maliciosa al servicio de la autodestrucción y con ella la destrucción de quienes han sucumbido a su dominio.
La libertad no es una condición es una decisión como bien dijo el Dr. Víktor Frankl, es la decisión de aprender a resolver los conflictos históricos con la religión no quemando las Iglesias sino llegando acuerdos de respetar los límites y ámbitos de acción de unos y otros y de perdonar el daño sufrido que es el verdadero acto divino y el compromiso de no volver a repetir tan degradante conducta. Es la decisión de respetar las preferencias sexuales de los demás, pero también la de entender que esta no es justificante para exigir privilegios que no sean extensibles al prójimo y que este deba asumir a través de una carga impositiva, es la decisión de entender que las cuotas de género en la cultura política no es un regalo a mujeres “mediocres” que le quita el puesto a un hombre más preparado que ella, siendo que esta cultura no responde a este esquema de “merecimiento”, sino que son producto de las relaciones de poder que históricamente excluían a la mujer del establecimiento de reglas justas para convivir en sociedad y que producto de configurar al igual que el hombre la mitad de la población mundial, igualmente debemos también gobernar en representación de estas.
Toda decisión responsable es un acto de libertad. La decisión de educar sin violencia bajo un esquema científico y no ideológico es la decisión de no politizar una problemática de salud pública y será una muestra clara de que como humanidad nos hemos dado cuenta que el odio y la violencia nos han enfermado y hemos decidido ponernos en manos de la ciencia y no bajo la tutela de autoridad de personas igualmente enfermas, hostiles y profundamente infelices, haciendo confesión con ello de nuestra culpable incapacidad. Una persona está más enferma cuanto mayor es su necesidad de controlar, manipular y someter a los demás para el provecho de sus propios fines, como bien nos enseñó Sócrates: la justicia tiene valor por sí misma, y es como la salud para el cuerpo, la salud del alma y la injusticia por el contrario es la enfermedad que finalmente perjudica al que la practica, dando claros síntomas de que es profundamente infeliz y por tanto nada es suficiente para alguien así hasta destruirlo todo.