En uno de mis artículos he escrito sobre la pasión que siento por los debates. En otros, he incluido videos de debates clásicos franceses, tales como los que tuvieron lugar entre Giscard d’Estaing y Mitterrand y entre este último y Jacques Chirac, los cuales además analicé. No soy ni politólogo ni experto en comunicación ni pretendo serlo, lo cual no me impide externar mis impresiones sobre los debates que observo.

Tengo suerte de vivir en Europa. Aquí no solo debaten los candidatos a la presidencia, sino todas las figuras públicas, desde políticos hasta periodistas, desde economistas hasta sicólogos. Y no debaten solamente cuando hay elecciones, sino todos los meses, todas las semanas, todos los días. El debate es fecundo particularmente en Francia, país que se jacta de ser cartesiano. Es tan popular, que abunda un “oficio”: el de los polemistas.

Nuestra realidad en este campo es, lamentablemente, muy distinta. En Francia, abundan los polemistas: Natasha Polony, Michel Onfray, Caroline Foret, Eric Zemmour…; En Quisqueya, muy pocos. En Francia el debate es frecuente; en Quisqueya, inexistente. Si no me equivoco, aparte de otro que recuerdo – y al que me referiré más adelante – el único que ha tenido lugar fue el que enfrentó a Bosch y Láutico Garcia en 1962…¡Hace más de medio siglo! Solo de vez en cuando se desata una polémica en los periódicos, de lejitos, la cual sigo con interés.

Un debate de calidad es aquel en el que la mayoría de los intercambios se basan en argumentos, en la razón. Lo mismo pasa con las polémicas. Pero a diferencia de los debates, en los que pueden justificarse ciertos exabruptos causados por la fogosidad del combate, cara a cara, cuerpo a cuerpo, las polémicas publicadas en los periódicos deberían estar exentas de ellos. Esto así porque cuando se escribe, se tiene el tiempo de calmarse, tachar, sustituir, sopesar lo escrito.

Las polémicas donde domina la pasión me parecen, personalmente, de muy baja calidad. Como ejemplo, utilizaré la polémica que ha enfrentado recientemente en ACENTO a los académicos Manuel Núñez y Odalis Pérez, en relación al reconocimiento que en días pasados otorgó la Academia Dominicana de la Lengua a Vincho Castillo. No es casualidad que me concentre en los argumentos de Núñez: el mismo es un miembro importante, un líder, de una corriente de pensamiento que en los últimos tiempos ha ganado una gran cantidad de adeptos entre los dominicanos. No comparto la visión de Núñez. Sin embargo, en las líneas que siguen me limito a aspectos meramente “técnicos”. Mi análisis se apoya, además, en la polémica que sostuvo hace algunos meses con Miguel De Mena y se limita a ambas.

Lo primero que me llama la atención es que en ambas polémicas, refiriéndose a sus contradictores, Núñez se pregunta: ¿Quién se cree que es este señor? Parece desconocer que como figura pública que es, sus actuaciones están sujetas al juicio de sus conciudadanos. Y que los otros, al igual que él, también tienen derechos a expresar sus opiniones. En eso consiste la democracia. Volveré sobre ello.

(Por cierto, si se preguntara que quién me creo ser, le respondería que soy un simple ciudadano preocupado por el rumbo que lleva nuestra nación y por la irresponsabilidad de la grandísima mayoría de sus políticos, causantes del caos que nos afecta en todas las esferas. Me parece que me asiste ese derecho y ese deber).

Núñez parece ser muy sensible a las críticas que se le hacen y tomar como ataques personales los que en general se limitan a sus acciones. Es cierto que Pérez – a quien por cierto no conozco – externa apreciaciones tales como “supuesto” humanista e intelectual que podrían ser calificadas como argumentos ad hominem. Pero Núñez lo supera con creces: lo llama “caso para la siquiatria”, lengüetero, “lengua de máuser”, asesino de reputaciones, burrillo, inferior a los perros y a los caballos, chacal, sanguijuela, esquizoide…Lo llama incluso sujeto. Núñez, en su calidad de académico de seguro sabe, que en nuestro español ese término es peyorativo. Esta fogosidad y falta de control son puntos en su contra.

Pero esto me parece secundario. Lo esencial de esta polémica la resume Pérez cuando afirma que Núñez, quien al parecer fue el autor de la propuesta de homenaje, es  “…subalterno político del señor Marino Vinicio Castillo y aspirante a diputado por la FNP…”.  La afirmación me parece sumamente pertinente y en modo alguno fruto de los delirios de un loco. Me parece sumamente extraño, además, que en su larga e inflamada respuesta, Núnez no se refiera a este punto, que no haya aclarado si la propuesta la hizo en su calidad de académico o de candidato a diputado por el FNP. Puede que no quiera responder a Pérez, del cual, al parecer, lo separa una de esas enemistades tan frecuentes entre intelectuales. De acuerdo, es su derecho, pero debería responder al resto de sus conciudadanos. La pregunta es pertinente porque en un país donde todas las instituciones están politizadas, no existe ninguna razón para que esta academia no lo esté.

Núñez calló sobre este punto y al callar, creo, concedió. Punto en contra.

Volviendo al tema de la democracia, me parece curioso que Núñez se refiera a ella cuando es miembro (o allegado o simpatizante, no lo sé) de un partido que nunca la ha practicado en su seno.

Por otro lado, ante las consideraciones que hace Pérez sobre la moral de Vincho Castillo, me resulta curioso también que Núñez solamente amenace con someterlo, pues seguramente obtendría en los tribunales un fallo histórico, una victoria que en esta polémica no me parece que haya obtenido, en razón, repito, por un lado, del silencio que guarda sobre el punto antes mencionado y, por el otro, de los bullosos ataques ad hominem en que se concentra. Si decide no acudir a los tribunales donde, reitero, obtendría una cómoda victoria, al menos podría debatir frente a frente con Pérez. Vincho Castilo, su líder, lo hizo al menos una vez, que recuerde. Se trató de un debate contra Hatuey Decamps, frente a las cámaras de televisión, durante el gobierno de Guzmán (Aunque luego rehuyó el debate con la doña que lo desafió en un pasillo gubernamental). Es una lástima que sus hijos y seguidores no imiten su ejemplo de hace treinta años.

Al mismo tiempo, salir en defensa de Vincho, en lugar de dejar que se defendiera él solo, en una polémica sobre una acción de la Academia Dominicana de la Lengua, refuerza la percepción de que la línea que separa al Núñez académico del político es finísima, si es que existe. En consecuencia, es perfectamente razonable sospechar que el reconocimiento en cuestión fue de carácter político.

Me parece, repito, por las razones anteriores, que Núñez salió mal parado de esta polémica. Es esta mi opinión y, repito, tengo derecho a expresarla.

Hasta aquí mi análisis. Concluyo compartiendo unas reflexiones con los políticos dominicanos, incluyendo al señor Núñez.

Debatir los temas nacionales sin apasionamientos fortalece la democracia. Rousseau lo decía: Las dos condiciones necesarias para que la democracia sea funcional son el desapasionamiento en la política y la participación de los ciudadanos, de todos, en el debate de los temas capitales para la nación. Si falta una de esas condiciones, no se trata de una verdadera democracia.

El político que dice ser democrático debe probarlo, promoviendo intercambios que, aun siendo duros, permanezcan dentro de los límites de la razón. Magro servicio a la patria hace el que se deje llevar por la pasión, dando el mal ejemplo a quienes lo leen y lo siguen.

Una democracia en la que la pasión sea la regla y la razón la excepción, es una democracia que corre el peligro de dejar de serlo.

Una nación donde no impere la razón es una nación abocada a un ocaso que la llevará al fracaso.

En un político, el ocaso de la razón me parece un crimen de lesa patria.