Por primera vez en la historia democrática de la República Dominicana, se han suspendido unas elecciones nacionales debido a la corrupción del sistema informático que regula el voto automatizado.

En todo el territorio nacional se presentaron adulteraciones de la boleta electoral: ausencia de candidatos, casillas borrosas, entre otras irregularidades.

La corrupción del proceso electoral de este pasado 16 de febrero se suma a una larga historia de irregularidades, distorsiones y actividades fraudulentas con la intención de desestimar la voluntad mayoritaria de la ciudadanía. Se trata de una cultura política instaurada desde los orígenes mismos de la nación y reproducida a pesar de los cambios de mentalidades, de sensibilidades y de innovaciones dirigidas a modernizar la sociedad dominicana.

A pesar de las referidas transformaciones, se afianzan el espírirtu autoritario y la lógica tribal, el apandillamiento para operar como una corporación mafiosa dispuesta a violentar todas las reglas del juego democrático de un país con profundas debilidades institucionales.

Todo ello en un clima que favorece dichas prácticas, por el bajo nivel de conciencia crítica de la ciudadanía dominicana, que vota, en muchos casos, por un sentimiento acrítico del deber mas que por un compromiso consciente con el modelo democrático.

En medio de esta crisis, me llega a la mente la tradición del pensamiento dominicano, según la cual, el factor de la inmigración extranjera constituye la gran amenaza a la sobrevivencia nacional, mientras se hace caso omiso a los responsables internos de nuestros males. Del mismo modo, pienso en como los males educativos acumulados, con su secuela, la falta de actitud crítica y carencia de autonomía, se presentan como un muro infranqueable en el sendero a un futuro promisorio.