La nueva orientación de la política exterior americana se ve ahora con más claridad, luego del anuncio de la composición del equipo diplomático anunciado por el próximo inquilino de la Casa Blanca.

El equipo diplomático de Biden está constituido por muchos altos funcionarios de la administración Obama, que tendrán por misión dejar atrás el unilateralismo de Donald Trump.

Desde el pasado mes de noviembre, Biden anunció para el puesto crucial de secretario de Estado a Antony Blinken, quien formó parte del equipo Obama, y la número 2 de la diplomacia americana será Wendy Sherman, consejera diplomática durante la administración Clinton y subsecretaria de Estado durante Obama, puesto en el que jugó un importante papel en el acuerdo con Irán sobre la cuestión nuclear.

Otro miembro de la administración Obama, Brian McKeon, ocupará la secretaría de Estado adjunta de la gestión y recursos. McKeon fue también durante mucho tiempo consejero de Biden cuando era senador.

Antony Blinken y su equipo se ocuparán no solo de reparar los daños provocados por una política exterior marcada por el nacionalismo y unilateralismo que prevaleció durante la era Trump, sino también de reimaginar la política exterior americana y recuperar su liderazgo mundial.

Para expresarlo con las propias palabras de Biden, “estas nuevas caras encarnan mi convicción profunda de que América es más fuerte cuando colabora con sus aliados”.

Ya ha anunciado que uno de sus primeros decretos será el reingreso de Estados Unidos al acuerdo de París sobre el clima. Contrario a Trump, que siempre se burló del consenso científico sobre el calentamiento global, Biden tiene bien claro que este es el principal problema al que está confrontada la humanidad, por eso ha anunciado su intención de hacer adoptar un plan climático de 2000 millares de dórales, dirigido a favorecer la energía verde y a alcanzar el objetivo de una América descarbonizada de aquí al 2050.

Además de asumir el liderazgo en la lucha contra el cambio climático, Biden desea también retomar el liderazgo de Estados Unidos en otros dominios, como la defensa de los derechos humanos, la ayuda humanitaria y la promoción de la democracia. En ese sentido, ya ha anunciado el rápido reingreso de los Estados Unidos a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la organización de una reunión de alto nivel sobre la democracia, destinada a frenar el empuje de los regímenes de extrema derecha en el mundo.

En materia de inmigración, durante los primeros días de su mandato decretará la anulación de la interdicción de entrada a los Estados Unidos impuesta por Trump, particularmente a los países musulmanes, y una reforma migratoria, dirigida a establecer un proceso para regularizar la situación de 11 millones de inmigrantes. Muchos latinos podrían beneficiarse de esta reforma.

En cuanto a América Latina, Biden, a diferencia de Trump, tiene un buen conocimiento de la región, y con la ayuda del colombiano Juan Sebastián González, el designado asesor de la seguridad nacional para el hemisferio occidental, está supuesto a darle un mejor tratamiento que su predecesor.

Le tocará sin embargo lidiar con una América Latina muy apartada de lo deseado por Estados Unidos: una Argentina con un gobierno de centro izquierda, el retorno del partido de Evo Morales al gobierno en Bolivia, un convulso Chile que acaba de aprobar un referéndum para desmontar la constitución de Pinochet, una Venezuela en la que Nicolás Maduro se acaba de imponer en las elecciones legislativas y un Brasil gobernado por Bolsonaro (“pana full” de Donald Trump), quien entre sus muchos desatinos, es denunciado en el ámbito internacional por su política de expoliación y deforestación del Amazona.

Tendrá también que lidiar con una Cuba que parece no tener límites en su resistencia al bloqueo y con la que tendrá que bajar la tensión, en aras de un mejor entendimiento con el resto de la región, sobre todo si quiere contar con el petróleo venezolano, el lithium boliviano, la industria agroalimentaria argentina y otros muchos recursos de la región.

No hay que ilusionarse con grandes cambios, pero si habrá una nueva actitud, un nuevo discurso, y las palmaditas en el hombro, siempre más rentables que la crispación y las amenazas, volverán a ocupar un espacio en la diplomacia americana. En cambio, con la permanencia de Trump en la Casa Blanca, nada cambiaría para lo mejor.

Deseémosle pues a Biden más éxitos que los fracasos que obtuvo Trump, tanto en lo político como en lo empresarial: sus dos insólitos impeachments, de los cuales el último posiblemente lo liquide políticamente para siempre y una marca empresarial que del prestigio de los hoteles e inmuebles de lujo y los famosos torneos de golf, ha pasado a ser una marca tóxica, asociada al racismo, a una desastrosa gestión de la pandemia que ha provocado cerca de 400 mil muertos, atropello a las instituciones, incitación a la insurrección y el asalto y vandalismo de que fue objeto el Capitolio, símbolo de la democracia americana. Materia suficiente para que se escriba en su lápida: aquí yacen los restos del peor presidente de los Estados Unidos de América.