En nuestra historia, han existido diversos momentos que han establecido un “antes” y un “después” en nuestra cotidianidad. Estos hechos se convierten en precedentes de reformas y/o revoluciones socioeconómicas que ponen en manifiesto lo cambiante que es nuestra sociedad. Es importante entender que todo lo que somos, solamente lo somos porque así lo hemos decidido. Nuestras prioridades, objetivos y metas son variantes y se adaptan a nuestra realidad. En 1914, bajo su obra “Meditaciones del Quijote”, José Ortega y Gasset promulgó una frase que, en el hoy por hoy, no puede hacer más sentido: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Indudablemente, el instinto de supervivencia siempre saldrá a flote, y nos veremos en la obligación de transitar en veredas accidentadas y poco conocidas.

El COVID-19 ha llegado para ponernos a prueba, como si fuese esto algún designio de Charles Darwin. Este proceso de selección natural no solo nos ha retado individualmente, sino que también los cuerpos comerciales e industriales deben probar su valía ante esta crisis sanitaria. Solo aquellos, cuyos dotes sean lo suficientemente imprescindibles y fuertes, tendrán la dicha de llamarse “aptos”. Por otro lado, quienes no puedan adaptarse a esta nueva forma de “vida”, estarán condenados a perecer ante las garras de un villano invisible.

En 1914, bajo su obra “Meditaciones del Quijote”, José Ortega y Gasset promulgó una frase que, en el hoy por hoy, no puede hacer más sentido: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”

Desde mi óptica, esta pandemia ha suscitado la reestructuración de los procesos cotidianos. En lo económico, muchas fuentes de empleo empezarán desaparecer, pero otras tantas harán un interesante surgimiento. El mundo se tornará aún más remoto y tecnológico, pues tanto el contacto humano como los bienes materiales son nuestros más grandes enemigos. La factibilidad ha disminuido en muchas industrias, como la turística. Otras, sin embargo, han emergido o ganado mucho más fuerza, como el aprendizaje virtual y la industria de artículos de protección sanitaria. Pero en general, todo y todos nos deberemos adaptar a una vida más computarizada y con altos niveles de higiene.

Lamentablemente, la República Dominicana es un país tercermundista. La corrupción y el mal manejo del erario han hecho que nuestras deudas superan el 50% de PIB nacional. Por consiguiente, la cuarentena ha sido imposible de llevar para muchos que sobreviven con trabajos informales y no fijos. Pero no solamente los menos afortunados la pasan mal, sino que también la oligarquía y la burguesía dominicana se ven en aprietos para poder sobrevivir. Las pérdidas se vaticinan millonarias y muchos emprendedores se verán en la necesidad de poner en pausa sus sueños. Es cruel, pero todos nos veremos obligados a integrarnos al mundo laboral, aún bajo el riesgo de contraer la enfermedad. El Estado poca seguridad nos provee, por lo que seremos nosotros y nuestras circunstancias.

En nuestro argot popular, existe una frase célebre que va bien con esta situación: “no hay mal que por bien no venga”. Esta enfermedad ha puesto en relieve las fallas de nuestro sistema social, en todos los ámbitos que pudiesen aplicar. Ha hecho que flexibilicemos nuestras prioridades, atendiendo a que lo que un día fue, no siempre será. Debemos reinventarnos, porque es de este estallido de innovación que podremos superar y sacar adelante a nuestras comunidades. En este camino incierto y sombrío, tendremos la oportunidad de ser líderes o ser peones. Es decisión de cada uno de nosotros elegir el rol a desempeñar.