Sería maravilloso que cuando un obrero pierde su empleo en una empresa de zona franca pase a trabajar al día siguiente como ingeniero en una empresa de alta tecnología. Pero hay un solo problemita: primero hay que graduarlo.

También sería fantástico que cualquier agricultor que no encuentra vías de progreso al trabajar la tierra y producir alimentos, si decide abandonar esa actividad comenzara de inmediato a trabajar en una empresa de diseño de programas informáticos. Pero está ese pequeño detalle: primero hay que graduarlo.

Siempre me ha parecido bastante graciosa, por no decir ridícula, la idea de que ya la República Dominicana agotó sus posibilidades de desarrollo en base al uso de recursos naturales o de mano de obra barata; que el modelo basado en turismo y zonas francas hay que cambiarlo por el desarrollo de sectores de alta tecnología, que generen altos ingresos. Que ahora lo que va no es la manufactura, sino la mentefactura. Pero resulta que eso había que pensarlo un par de décadas atrás, para formar esos "mentefactores".

Y si ahora es que hacemos ese genial descubrimiento, entonces hay que prepararse desde hoy para corregir el modelo dentro de dos decenios. Mientras tanto, hay que preservar los empleos de baja calidad que se tienen.

Hace ya un buen tiempo, la dinámica estaba marcada por un modelo primario-exportador, como fuente fundamental de empleos, de divisas y de ingresos fiscales. Como en los otros países de América Latina, la República Dominicana se planteó cambiar ese modelo, diversificar las exportaciones y desarrollar un sector industrial interno. Pero a diferencia de los demás, en nuestro país el nuevo sector industrial se construyó sobre la ruina del modelo primario exportador. 

Tiempo después, en la medida en que el crecimiento hacia adentro, como lo llamábamos, muestra signos de agotamiento y la economía internacional comienza a desenvolverse más en base a la competitividad internacional y menos en la protección, tiene lugar un proceso de cambios, y comienza a desarrollarse el modelo del turismo y las zonas francas, pero entonces se abandona el desarrollo industrial. 

Las zonas francas constituyeron una importante fuente de empleos, particularmente para incorporar mano de obra femenina y de baja calificación,  que era justamente la más abundante. El turismo, aunque no generara tanto empleo directo, tiene la ventaja de su gran integración al resto de los sectores (agricultura, industria de alimentos, bebidas, mobiliario, textil, materiales de construcción, transporte y comunicaciones, etc.), lo que también se traduce en efectos sobre el empleo. Y si últimamente viene perdiendo integración, es porque la sobrevaluación cambiaria lo ha forzado a traer los insumos de fuera. 

Terminado el siglo XX, el crecimiento del producto se sustenta en sectores no transables, como diría un burócrata. Para decirlo en lenguaje popular, es el modelo de las plazas comerciales, las bancas de apuestas, los salones de belleza y el motoconcho. Las políticas públicas han tenido un marcado sesgo anticompetitividad. Sus dirigentes ya no perciben como fuente de crecimiento el turismo y las zonas francas, ni mucho menos la industria y la agricultura. Y se han propuesto desmantelar lo que queda, pero ahora no identifican cuáles serían las ramas de producción real que podrían sustituirlos. 

En la República Dominicana de hoy, el personal alto nivel de calificación, capaz de integrarse a las ramas de alta tecnología, son unos pocos miles. Pero tenemos varios millones de personas que a duras penas saben leer y escribir. Si queremos el fomento de ramas de alta productividad, y destruir los sectores que teníamos, lo primero que habrá que preguntarse es qué hacer con esos millones que ya nunca podrán trabajar como ingenieros ni doctores. 

Los ya frecuentes estudios contratados con centros internacionales, a los cuales este gobierno es tan aficionado, no pueden entender muy bien cómo puede ser posible que una economía que crece tanto no genere empleo formal, que se mantenga tanto desempleo y que los  nuevos trabajadores solo pueden ubicarse en actividades informales de baja productividad. Y que aquellos que logran conservar su empleo formal lo hagan al costo del deterioro de sus salarios reales. Y ahora comienzan a darse cuenta de que eso no se resolverá mientras se mantenga esta larga tendencia hacia la sobrevaluación del tipo de cambio real, que impide que se desarrolle ninguna nueva actividad productiva que tenga que exponerse a competir internacionalmente.