Cada nuevo año, la gente tiene una esperanza en la que cifra sus sueños y anhelos. Estos sueños se piensan con palabras que reflejan las realidades sociales en que viven los sujetos. Las personas tienen una taxonomía muy especial en la que expresan la concreción o abstracción de cada palabra, evidenciada a través del lenguaje; pensada en la soledad, en el encuentro familiar, en la iglesia, en la empresa, en el trabajo, en la reunión de la agrupación política o en el diálogo consigo mismo.
Si hay algo en lo que la gente pone extraordinario empeño es en pensar en su país y en los males que lo afectan. Los dominicanos, mayoritariamente, piensan en la democracia; los hombres y mujeres del pueblo conocen –muy bien– quiénes los defienden y quienes les hacen daño. Por mucha manipulación mediática para confundir a la población, los ciudadanos van descubriendo quiénes están al servicio de la verdad en los medios de comunicación y en el discurso político; y conocen muy bien a los que viven de la mentira e intentan convertirla en instrumento de propaganda al servicio del poder político.
Lo poco o mucho de democracia que hay en el país no sólo se debe a los líderes políticos de principios, demócratas, patriotas comprometidos con el bien común, sino también a los verdaderos comunicadores y a las voces de los intelectuales al servicio de la nación y de su pueblo. Los que mueren sin venderse y sin rendirse. Eso ocurre en todas partes del mundo.
Ahí están ellos, a la vista de todos; escuchados cada día, cada semana, cada mes, cada año, y siempre. Son altas personalidades y simples ciudadanos. Muchos de ellos echados injustamente de los medios de comunicación por cumplir como soldados defendiendo la verdad y a su pueblo. Algunos de ellos se han refugiado en las redes sociales, porque el poder político los ha perseguido. Los dueños del país esperaban que se rindieran. Pero no lo hicieron. Entonces, sobrevino el destierro!
Todos conocemos sus nombres; no son tantos, ni tan pocos. Todos ellos representan a los diez millones de dominicanos que no tienen voz. Sería un honor plasmar sus nombres; podrían caber en una hoja de papel, pero estamos seguros de que alguien que hace su trabajo desde un lugar apartado del país -quizás en la frontera- quedaría excluido involuntariamente. Y no sería justo!
Los otros son miles y no representan a nadie, sino a ellos mismo y al poder que defienden. Por lo tanto, son menos. Muchos de ellos están muy ricos, vendiendo mentiras y engañando al pueblo. Allí están ellos juntos: programeros, malos periodistas e intelectuales inorgánicos.
Las estadísticas de las encuestas serias reflejan que la inmensa mayoría de los dominicanos anhela un cambio y que no es posible detenerlo. Es de justicia reconocer que todo lo bueno que ocurra para la nación a partir de este nuevo año, será también el producto de una alta contribución de los periodistas y los intelectuales que no se venden ni se rinden.
Rendimos un homenaje, en este nuevo año, a los comunicadores y a los intelectuales que no se venden y que tampoco se rinden.