Hoy dejaré atrás los problemas del país y sólo quiero hablar de ella.

Anoche me visitó la luna. Mientras su claridad se filtraba por los orificios de los blocks calados de la cocina, se aposentó en mi memoria el más hermoso de los recuerdos.

El amor era sentimiento aflorado, y en una de esas noches de lluvias y relámpagos, entre ella y yo nació un amor por nuestros cuerpos y almas, un amor muy puro.

Todo comenzó con pequeños besos a la mejilla,  hasta que nuestros labios se rozaron y aquel beso de inocencia se fue cargando del más sensual deseo, de la necesidad de sentir el placer de nuestros cuerpos y nuestra piel…

… y aquellas sábanas comenzaron a esconder el inicio de un gran amor; un amor sublime al corazón y a la pasión de sentir esa magia que envuelve a la razón y la niega, para dar paso a la fusión de un solo cuerpo que grita y eleva el alma al cielo.

Hasta el día de hoy le rendimos culto a ese sentimiento, gozamos a plenitud de alimentar esa mariposa que aletea en nuestros corazones sin dejar de volar.

He tatuado tu recuerdo al alma y he colgado de mi pecho el sabor humedecido de tus labios y he dicho: Soy feliz por tenerte y porque desde aquella noche mágica he sabido que el amor tiene nombre de mujer, delineado en su silueta, esparcido como escarcha en los rincones profundos del alma, en cuya sonrisa se hospedaron la dulzura y la luz de una vida fascinante.

Un amor así no admite agresiones ni violencia en ninguna de sus manifestaciones. Porque el amor, cuando es sincero, es la esencia del más generoso sentimiento, de ese amor que deja ser, que no aniquila ni se adueña, que ama sin posesión, que expresa libertad.

Porque dejándote ser, también soy. Te amo sin ataduras porque el amor no encadena. Y aprendí que decir amor es pronunciar tu nombre en el más sublime de los sentidos, que pronunciar tu nombre es descifrar sin tiempo ni espacio el nombre del amor.

Nota: Fragmento inédito de mi próximo libro “El nombre del Amor”.