Escribir es un acto del intelecto humano que nace a partir de un don otorgado a alguien y que usualmente se conjuga con el hábito de la lectura. A veces queremos ser escritores sin primero habernos graduado de lectores; es un axioma irrebatible: primero se es lector y luego se es escritor. Alguien pudiese pintar una obra fascinante aun siendo analfabeto; igual puede elaborar una escultura de altos valores estéticos sin haber pisado un aula y sin saber escribir su nombre; pero nadie nunca podrá producir un texto literario sin dominar mínimamente los meandros de la lengua.

Juan Hernández Inirio ha sido dotado del don de la imaginación, del talento para contar historias, que es lo que hace un narrador. Y conjuga ese talento con algo imprescindible para alcanzar altas cotas en materia literaria: la formación. Conocemos sus destrezas como poeta y ensayista y ahora nos muestra sus garras en materia narrativa.

El libro que nos convoca, El nieto Postizo, es un manojo de cuentos de diversa factura; abundan los temas, pero algunos sobresalen por encima de otros.

El escritor es un alquimista que se sumerge en la realidad que le circunda y la convierte en ficción. Eso ha hecho el autor de este libro. Según el doctor Mariano Lebrón Saviñón, en el prólogo que escribiera para mi primer libro, Noche de mala luna, “El cuentista debe tener algo de augur y mucho de atrevido inquisidor; disecar, con notoria impunidad, y con impávida e inconciente crueldad, vidas ajenas, y debe conocer, también, las enmalezadas selvas de las angustias y los abismos, a veces insondables, de las conciencias.”

Juan Hernández Inirio bucea en el mar de las miserias sin recrearse en él, pues, al chocar con los cantiles y lacerarse las carnes, las muestra sin rubor. Pero también las miserias de sus personajes, a veces encuentran un refugio en la ternura, el sexo y el amor.

Los personajes que pululan y deambulan por las páginas de El Nieto Postizo están marcados por traumas de la infancia, por el abandono, las carencias afectivas y económicas. Muchos personajes de los cuentos del libro son sujetos desarraigados, que han sufrido escarnio, rechazo y crecen con grandes frustraciones que se reflejan el comportamiento que asumen en sus vidas de adultos.

Sabemos que una de las primeras decisiones que debe tomar un narrador a la hora de iniciar un cuento o una novela es elegir el punto de vista del narrador; esto es, quién cuenta la historia. En el cuento que da título al volumen sorprende el manejo diestro del autor al atreverse a contar una historia con varias voces que entonan una misma melodía. En este cuento de factura impecable, nos encontramos con el narrador colectivo: cuando sonaron los disparos, nosotros los mercaderes leíamos los periódicos, tomábamos jengibre o sorteábamos los regateos de los primeros clientes de la mañana. Supimos que el hombre asesinado de un tiro en la cabeza y otro en el estómago se llamaba Josías Alfonso…

El narrador colectivo instalado en el nosotros lo han usado maestros de la literatura como Herman Melville y Joseph Conrad en obras maestras como Moby Dick, El corazón de las tinieblas y Victoria. Es un tipo de narrador inusual, y Juan Inirio Hernández lo utiliza con bastante éxito. Como vemos, tenemos a un narrador audaz.

Del narrador colectivo, en el mismo cuento, pasamos al omnisciente o en tercera persona; para más adelante introducir el narrador en primera persona instalado en el yo.

Construir buenos personajes es una labor esencial para obtener un producto narrativo bien acabado. Lelo, Sammy, la vecina, la abuela, Margarita, el expolicía, Salomón, y otros, están dotados de una sicología peculiar, que los une y al mismo tiempo los separa.

Los personajes de estas historias suelen ser muy inusuales, como el expolicía corrupto que cuenta su historia en el relato Una vida sin manchas. El narrador personaje se niega a aceptar que su esposa, a la que considera santa y mártir, le fue infiel en tiempos en que se ausentaba por largos períodos de tiempo. Cuando sucede una infidelidad hay que preguntarse a quién se le ha sido infiel; la esposa del expolicía, Margaret, está a punto de morir. Sus días están acabándose en el calendario de su existencia; pero algo muy grave, según su parecer, la tortura. Y no quiere llevarse su secreto a la tumba. Y confiesa; pero su esposo se hace el que no le cree y toma la confesión de su esposa casi moribunda como un desvarío, como una alucinación fruto de la fiebre, de la medicación que le suministran para tratarle el cáncer. Este personaje se transforma en un sujeto peculiar, porque en vez de estallar y maldecir a la esposa moribunda asume la traición con un estoicismo extraño en nuestras latitudes. El autor ha tenido un gran acierto en el manejo argumental de este cuento.

El cuento pertenece al género narrativo; algunos le llaman subgénero, apelativo que no me entusiasma. Narrar es contar; se cuenta de lo que uno conoce, de lo que sueña, de lo que lee, de lo que le cuentan. Juan Hernández Inirio es un narrador que aborda los conflictos de un grupo de personajes-personas que están ubicados en un territorio muy marcado. Así, casi todas las historias transcurren en su Romana natal y sus periferias; Vista Hermosa y otros barrios romanenses forman parte importante del corpus narrativo de El nieto postizo. Y esto es muy importante: poner nombre y apellido al espacio donde se desarrolla una trama es de gran relevancia. Esto es así porque a través de este mecanismo podemos señalar las peculiaridades, las miserias, los encantos, el humor, la pequeñez y la grandeza de un territorio. Juan Carlos Onetti, uno de los más grandes narradores de todos los tiempos en Hispanoamérica, hizo famosa a Santa María, un pueblo-ciudad producida por su imaginación. Juan ha recurrido a su tierra natal y la ha puesto en el centro de su narrativa. Al paso de los años, La Romana pasará a ser parte del paisaje literario dominicano, y así el escritor estará cumpliendo con un mandato de la literatura: hacer visible el espacio de lo narrado.

En su primer libro dentro del género narrativo, Juan Hernández Inirio hace uso del recurso descriptivo con notable acierto; en determinados pasajes nos regocijamos con las pinceladas argumentativas, pero sobre todo descriptivas; tal es el caso del cuento Noche de Boleros “Era una mujer más o menos en los treinta y cinco años de edad, nalgona, con unas largas trenzas postizas y un lunar sobre el labio superior que piropeaban veinte borrachos por noche, uno de los cuales, si le caía bien a ella y no porque pudiera pagar, descubriría los demás lunares de su piel. Mostraba su ombligo como una insiginia que le llenara de orgullo y bailaba como una serpiente enredada al árbol frondoso de las bachatas y los merengues”.

En este y otros cuentos se hace evidente que el narrador ha sido asediado por el poeta; y en su caso podemos regocijarnos al afirmar que ese matrimonio entre poesía y narrativa ha parido una criatura refinada.

En otros cuentos del libro descubrimos vestigios de la obra de René del Risco Bermúdez y René Rodríguez Soriano.

Hoy al presentar ante el país este libro que inicia el recorrido del autor por los territorios de la narrativa, podemos afirmar, sin sonrojos, que ha nacido un narrador que dejará una impronta en el acervo literario dominicano.