Escribía hace un par de semanas o tres sobre la terrible hambruna que mata a miles de personas en el llamado "Cuerno de África", principalmente en Somalia.
Vuelvo sobre el tema porque hoy, martes, a la hora de escribir esta columna, leo que en estos instantes, en escasas horas, unas 750 mil personas en este país de ocho millones y medio de habitantes morirán de hambre si no se hace algo al respecto.
Decía, y repito, que esta hambre es una vergüenza para la humanidad porque no se debe a la escasez de producción, que hay de sobra y para alimentar varios planetas tierra a la vez, sino a la imposibilidad de acceder a su distribución.
Lo que verdaderamente me indigna es que, como señalan muchos analistas, la verdadera causa del hambre es la especulación.
Ahora que la crisis financiera mundial hace menos atractiva para los inversores la compra de dinero, la adquisición a futuro de alimentos en el mercado mundial se está convirtiendo en un atractivo negocio para los que se dedican a multiplicar por cien y por mil sus dividendos. Como decía con no poca ironía el editorial de un periódico, "el hambre cotiza en bolsa". Dice que la sequía en los mercados financieros ha volcado a ciertos inversores en las materias primas. Fondos de alto riesgo y bancos influyen ahora en el precio del pan en Túnez, de la harina en Kenia, donde ha subido un 100 por ciento en cinco meses o del maíz en México, por poner un ejemplo.
El hambre de los que habitan países que no pueden acceder a comprar en el mercado mundial sus alimentos para estos inversores sin escrúpulos es simplemente un efecto colateral.
Los datos tienen la contundencia suficiente para creer que efectivamente el hambre es un buen negocio y en estos momentos una de las mejores inversiones. Solo en el último trimestre del pasado se triplicó la inversión en alimentos en comparación con los tres meses previos y no porque los estados hayan incrementado el volumen de su disponibilidad alimentaria.
Para los ciudadanos el efecto, directo, no colateral, de esta nueva política de los inversores es la salvaje escalda de los precios de los alimentos para el consumo. Según datos de la FAO, el organismo de Naciones Unidas que tiene que ver con este tema, en marzo de este año se habían alcanzado nuevos records en los precios de los alimentos superándose los ya altísimos de la última gran crisis alimentaria de 2008.
Pensemos que para un africano de Kenia, o de Nigeria, por ejemplo, que tiene que dedicar el 70 por ciento de sus ingresos a la alimentación, una subida de un 40 por ciento en los precios de lo que logra colocar en la mesa familiar se convierte en un arma asesina que le impedirá vestirse, acceder a medicamentos, a vivienda, a educación etc, etc.
Se estima que en un año 44 millones de personas han caído bajo el umbral de la pobreza solo a causa del incremento de los precios de los alimentos, según el Banco Mundial. Son personas que tienen que sobrevivir con menos de 1,25 dólares diarios. Hay más de mil millones de personas que sufren desnutrición en el mundo.
Como escribía en mi anterior artículo sobre el tema, la actual hambruna del Cuerno de África tampoco es consecuencia exclusiva de la sequía, la guerra civil o las élites corruptas, sino de los elevados precios de los alimentos.
Bien, esto es lo que hay, pero, ¿quién tiene la culpa? La culpa la tiene una mutación trascendental de los mercados. La culpa la tiene el mercado de "futuros financieros negociables en Bolsa", que no sé muy bien en qué consiste, pero que huele mal, muy mal.
El truco, dicen, está en que los especuladores nunca convierten los futuros en auténticas mercancías. Inmensas naves repletas de materias primas alimentarias esperan almacenadas el momento oportuno para salir al mercado generando una ficticia escasez que acaba matando a quienes no podrán adquirir el producto a los nuevos precios.
Convertir el dinero en mucho más dinero es el trabajo de los especuladores y hoy, especular con los alimentos es un gran negocio, que mata, pero eso no les importa demasiado.