El pueblo haitiano se encuentra sumergido en una crisis social, política y económica desde hace tres meses porque el presidente, Jovenel Moïse, debía entregar el poder el 17 de febrero, pero según sus cálculos su período concluye en el 2022 ya que su juramentación se produjo un año después de su elección por las cantidades de disturbios que se produjeron después de las elecciones en que salió elegido.
Como si esto fuera poco, a pesar de las tensiones, Moïse anunció un referendo para este mes de abril con el propósito de aprobar una serie de reformas a la Constitución que, entre otros elementos, permite la reelección presidencial por dos términos consecutivos, algo prohibido desde el fin de la dictadura de los Duvalier en 1986.
En medio de ese contexto de caos y perplejidad la gente no se ha detenido a pensar en el tema de la pandemia; el coronavirus pareciera no existir en el país más pobre del hemisferio occidental, lo que ha conllevado especulaciones entre personas comunes sobre si el tema de la pandemia es real.
Pero, aparte del tema de la covid-19, hay otra situación que resulta ser tan grave como la pandemia en sí y se trata de los secuestros que se vienen produciendo desde hace mucho tiempo, pero que, en medio de la actual convulsión haitiana, han cobrado más auge porque el caos beneficia.
Hace poco fueron secuestrados dos jóvenes dominicanos por los cuales sus captores estaban solicitando dos millones de dólares que, convertidos a la moneda nacional, suman unos 115.6 millones de pesos.
Esta situación de tensión conllevó a que el gobierno dominicano enviara fuerzas especiales a rescatar a los jóvenes, acción que lograron sin que trascendiera con cuáles estrategias se pudo conseguir la libertad de los secuestrados en un tiempo aparentemente ágil.
Los secuestros en el vecino país se han convertido en un negocio muy rentable para los delincuentes, quienes solicitan una cantidad de dinero para el intercambio de las víctimas dependiendo de a quién o a quiénes hayan raptado.
A Haití se le ha hecho difícil perseguir y desmantelar estas bandas debido a que gozan de conexiones políticas muy fuertes pues, vinculados a su surgimiento en la década de los ochentas, se encuentran empresarios, políticos y exmilitares que recibieron algún tipo de entrenamientos a nivel internacional y por eso actúan con cierto nivel de profesionalidad.
Esta situación, según algunos comunicadores haitianos, comenzó con la aparición de pequeños carteles o grupos armados un tanto sofisticados dedicados al narcotráfico internacional cuando Haití era un puente relativamente importante a partir de los años 80 y con la caída de la dictadura se intensificó dicha actividad dando lugar a un trueque de armas por drogas con criminales jamaiquinos.
Las armas llegaban por vía marítima traídas por poderosos ligados al sector privado.
En la semana pasada fueron secuestrados siete religiosos católicos en Haití. Los integrantes del grupo, incluidos una monja y un sacerdote de origen francés, fueron secuestrados por la mañana en Croix-des-Bouquets, cerca de Puerto Príncipe, mientras "se dirigían a la instalación de un nuevo sacerdote".
Este evento provocó que la Iglesia Católica se uniera a las protestas de la sociedad haitiana llamando incluso a un paro de labores, una posición que hacía muchos años no se veía. Entiendo que esta situación debe ser seguida de cerca por las autoridades dominicanas, sobre todo en los pueblos fronterizos porque ya vivimos la experiencia de dos dominicanos secuestrados y no sería bueno repetirlo tomando en cuenta de que a esa crisis no se le ve, al menos por ahora, fecha de conclusión.