Si quieres poder, popularidad, dinero mal habido y bien habido también, el del contribuyente, ¿porqué no?, les tengo el negocio de sus vidas. El negocio de la política es esa actividad económica en la que el intercambio consiste en la “representación del pueblo” a cambio de dinero y poder, es decir, el político gana poder, cuantiosas sumas de dinero, incentivos, bonificaciones y privilegios por “representarnos, es decir, por cederle nuestro poder”, técnicamente y a sus fines instrumentales, el pueblo es una cantidad de votos obtenidos por diversas vías (comprados, voluntarios o de castigo) en la competencia electoral; como en todo negocio, el objetivo central es el lucro, con la diferencia de que en el caso de la política no hay valor añadido para el pueblo, o me permito la auto-corrección, los anti valores añadidos para el pueblo son; la enajenación colectiva a través de la retórica panfletaria que manejan y la propaganda buenista del ‘hacedor del bien’, los Do-gooder de la política del cambio, de lo que nunca se ha hecho y del Nuevayol chiquito, la presión tributaria y represión ante cualquier atisbo de autonomía ciudadana, todo con la finalidad de preservar intacto su objetivo, su propio crecimiento económico sin límite alguno.
La representación del pueblo implica la deposición voluntaria de nuestra capacidad de representarnos a nosotros mismos como sujetos democráticos, es una triquiñuela devaluada alegar que se representa al pueblo, si el representante es un individuo con autonomía que delibera primero en su beneficio particular y partidario, los que antepone al pueblo, como se estila en la política del viejo oeste bananero, en el que incluso el eslogan principal de la segunda fuerza opositora es: “Servir al partido [para mucho después y cuando se acuerdan] servir al pueblo”, y porque es técnicamente imposible que se represente un pueblo que en su mayoría decide no decidir, registrando en este último proceso electoral la más alta abstención documentada desde la redemocratización del país, cuando la abstención más alta se presentó en 1990, con el 40%, en este ultimo proceso la más alta en 24 años, fue de un 45%, esto sin agregar que curiosamente aquí votan hasta los muertos.
Según los analistas este nivel de abstencionismo fue debido a la pandemia de la COVID-19, sin embargo, previo a este fenómeno global, el aumento persistente de la abstención en procesos anteriores ya viene advirtiendo sobre la desconfianza en la representación política, los argumentos de la ciudadanía contienen el mismo tufo derrotista tras cada periodo, alegando que: “se vota siempre lo mismo porque todos son iguales de corruptos”, o advirtiendo el subterfugio implícito en líderes creados al vapor o alianzas políticas entre tránsfugas; “cambiar todo” para que nada cambie, pero en vista de que ninguna experiencia ha favorecido reformas estructurales y en la calidad de vida ciudadana menos, la cultura del voto carece de valor, el ciudadano no logra ver la relación ni la importancia que representa su voto entre un sistema bipartidista que concentra el presupuesto de la JCE, el cual asciende para 2021 a RD$ 1,260,400,000 para ser distribuidos entre los ventorrillos políticos, los fósiles de la política que no concitan ni el 3% del electorado, pero que pululan en el medio porque se mantienen al servicio del liderazgo personalista y el culto religioso a la personalidad de las mismas caras de siempre que protagonizan el circo político, ante este panorama se pierde el valor y la utilidad que le adjudican teóricamente a dicho ejercicio, el más elemental de una democracia moderna, dejando el poder de elección a minorías y contradiciendo el sentido original de la democracia.
Como ya mencioné anteriormente, la razón social del negocio político es obtener la mayor rentabilidad posible de su ejercicio político en el menor tiempo y con la menor inversión económica y de “servicio” social posible, los medios de comunicación son de gran utilidad a tales fines, por ejemplo, un senador gana más de 8.2 millones de pesos anuales, además de tres privilegios como: el ‘barrilito’, que otorga 8.3 millones anuales; 9 millones anuales para cubrir los sueldos del “personal auxiliar”; y cada dos años tienen derecho a una exoneración de impuestos sobre vehículos; la ciudadanía ocupa el cuarto nivel de importancia como consumidor final, ante su propio lucro, el crecimiento y fortalecimiento de su partido, luego el benefactor que invirtió en su ambicioso proyecto y posteriormente, extender las migajas del asistencialismo a los pánfilos que le votaron y una serie de trabas burocráticas disfrazadas de servicios gubernamentales, extenuantes, complicados y costosos al capital humano con capacidad productiva, en fin, todo aprovecha para llenarle el buche poco a poco a la gallina de los huevos de oro, huevos que finalmente retornarán a su canasta fiscal paradisíaca, ya que nunca los vemos.
Según el PNUD en República Dominicana existen casi 1.5 millones de Mipymes las que representan el 98% del total de empresas, generan 2 millones de empleos en la economía, lo que equivale al 54% de la población ocupada del mercado laboral y las mujeres lideran el 51.3% de las microempresas, sin embargo, su productividad es extremadamente baja en comparación con las grandes empresas, aportando un porcentaje al PIB de un 38.6% del total de empresas. A pesar del esfuerzo persistente de los campeadores modernos, los obstáculos principales para la apertura y mantenimiento de las Mipymes, según Beatriz E. Avedaño es que el cumplimiento de las normativas impuestas por el gobierno no solo tienen asfixiadas a las Mipymes sino que, también, están haciendo que las empresas se empobrezcan, estanquen y cierren; debido a los altos costos de implementación, poniendo en jaque a los emprendedores que no quieren ver sus esfuerzos perderse, pero tampoco pueden llevarle el ritmo a las exigencias, complejidad, tiempo y dinero que demandan las diferentes normativas en aras de ejercer control sobre las empresas, entorpeciendo la labor empresarial al punto de estancarlas o conducirlas a la quiebra en el peor de los casos, mientras para el político, el negocio de la política representa una palanca de enriquecimiento, un turbofán para dar el salto cuántico de su vida, de la pobreza al poder y sus placeres en un tiempo récord, solo con un discurso insustancial, 500 pesos, un pica pollo y un pote de romo, así se zanja el handicap del Progreso, se le imponen suficientes desventajas a los ‘mapes’ (la ciudadanía) los más aptos en esencia, ya que no recurrimos a la instrumentalización de las relaciones humanas ni a la corrupción para realizarnos personalmente, pues como decía Gilbert K. Chesterton; “si no logras desarrollar toda tu inteligencia, siempre te queda la opción de hacerte político”.