En los últimos días, un grupo de periodistas dominicanos declaró, en rueda de prensa, sentirse amenazado por fundamentalistas nacionalistas dominicanos.

Según los comunicadores, las amenazas se realizan desde llamadas telefónicas hasta insultos personales en lugares públicos. Estos actos pueden interpretarse como la expresión individual de fanáticos que operan de modo aislado, mas que la acciones de un movimiento politico organizado.

Posteriormente a la rueda de prensa, he leido las declaraciones de un comunicador de cuyo nombre “no me quiero acordar” donde señala que los periodistas amenazados deberían ser fusilados por ser unos “vende patria”.

Sí, en el siglo XXI, en una era postnazista y postestalisnista, un individuo llamado a realizar opinión pública promotora de formas de vida civilizada promueve exterminar a quienes no comparten su ideología patriotera.

Es la expresión del “nacionazismo” dominicano, el mismo que entiende la inmigración haitiana como peligro, que exige la construcción de un muro anti-migratorio, que considera traidor a la patria a todo aquel que no vea al inmigrante como amenaza a la soberanía.

Sus defensores tienen mucha influencia. Pertenecen a los sectores dominantes de la sociedad dominicana y ejercen desde los medios masivos de comunicación una propaganda sistemática sustentada en falacias.

Ante esta propaganda, una población de bajo nivel educativo, con poco conocimiento de las disciplinas humanísticas llamadas a familiarizarle con los problemas de la inmigración y la interculturalidad, alienada por una cultura audiovisual idiotizadora y en medio de una situación social que estimula a buscar chivos expiatorios colectivos, es presa fácil de este discurso apocalíptico.

Con frecuencia, los nacionazistas son subestimados por quienes defendemos una sociedad abierta, plural e intercultural. Los vemos como un grupúsculo de locos a quienes no debemos prestar atención. Esto es parte de su poder. Están al acecho, incrustados en las instancias de poder y esperando cualquier situación o incidente para fomentar la violencia.

Mientras tanto, otros dominicanos, preocupados de modo sincero por el futuro de la nación, se ven seducidos por el discurso patriotero, haciéndose compromisarios de quienes constituyen la verdadera amenaza a la soberanía, los mismos que no combaten: la corrupción gubernamental, la impunidad, el nepotismo, la injusticia social, la extorsión ciudadana, la mediocridad de los servicios públicos. Males cuya responsabilidad no son precisamente creación de inmigrantes, sino de dominicanos a quienes no les importa el lugar donde nacieron, sino solo la satisfaccción de sus proyectos personales.

No les importa atacar estos males, porque en última instancia, el nacionazismo dominicano se alimenta de ellos.