A la académica, crítica literaria y gran amiga Daisy Cocco
A la académica, crítica literaria
y gran amiga
Daisy Cocco De Filippis,
dominicana admirable.
Mercedes y H. W. Longfellow
En la revista literaria «Letras y Ciencias» —de circulación quincenal, editada en la ciudad de Santo Domingo y fundada por los ilustres hermanos Federico y Francisco Henríquez y Carvajal en 1892— publicó, el 31 de julio del citado año, su artículo crítico «Evangelina»,1 sobre el poema épico «Evangeline: A Tale of Acadie», del afamado poeta estadounidense Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882), considerado por Pedro Henríquez Ureña uno de los mejores escritores de la literatura de los Estados Unidos de América. Mercedes tenía 20 años de edad. Ese hecho merece la atención del crítico literario Max Henríquez Ureña, quien afirma: «El espíritu sensible y delicado de Mercedes Laura Aguiar se revela en sus apreciaciones sobre la «Evangelina» de Longfellow y en su sentida “Meseniana” a la memoria de Salomé Ureña de Henríquez».(4) Aguiar introduce su bien valorado artículo del siguiente modo:
«Es el simpático nombre de un poema, de un idilio de ternura infinita, escrito en verso por el célebre poeta Longfellow y donosamente traducido en prosa al castellano por el literato y poeta cubano Don Rafael M. Merchán.
¡Con qué exquisito gusto literario, con qué delicado pincel han sido dibujados y poéticamente destacados los rasgos sublimes del amor patrio en el sencillo labrador y los del amor infinito en la cándida niña del Grand-Pré!»(5)
Rafael María Merchán (1844-1905) fue un poeta, crítico, educador y periodista cubano, cuyas ideas independentistas le costaron el destierro. Tradujo al castellano, en 1882, ese poema, escrito por Longfellow en versos hexámetros y dado a la luz pública en 1847. Merchán hizo la traducción en prosa, que fue la versión analizada por la joven educadora y precoz intelectual dominicana. Como en el traductor cubano, ardía en el espíritu de Mercedes Laura Aguiar la llama libertaria, la valentía desafiante, y en plena tiranía lilisista ella escribe en ese artículo, al recoger la desgarradora historia que animó a Longfellow, lo siguiente:
«Desastrosos efectos trae consigo la tiranía. ¡Cuántos hogares llenos de paz y de abundancia se ven angustiados y sumidos en la pobreza por disposiciones arbitrarias de indignos mandatarios!»(6)
Mercedes, Hostos y Martí
Siendo alumna de Salomé Ureña y estando vinculada a la ilustre familia Henríquez Ureña no debe sorprender la admiración de Aguiar hacia los apóstoles antillanos Eugenio María de Hostos y José Martí, a los cuales conoció personalmente. Sobre todo hacia Hostos, quien pronunció un discurso memorable en el acto de su graduación de Maestra Normal y que, tres años después, le da trato de amiga en carta colectiva que escribe desde Santiago de Chile el 17 de abril de 1890, dirigida a ella y a varias personalidades del mundo de la educación dominicana: Salomé Ureña de Henríquez, Federico Henríquez y Carvajal, Luisa Ozema Pellerano y Leonor Feltz.(7)
Al prócer puertorriqueño —con ocasión de su fallecimiento, acaecido el 11 de agosto de 1903— le rinde tributo al escribir su texto elegíaco «Salve», emotiva pieza literaria con la que expresó su gratitud al Gran Maestro de América:
Salve(8)
«Aún resuena en mis oídos su inolvidable '¡Hasta mañana!' Aún repercuten en mi cerebro y en mi espíritu los últimos acentos de su palabra edificante.
Partió el Maestro amado, empujado por la adversidad, mientras de cada pecho se levanta una protesta de cariño, y una ola de indignación.
Luego…tras largos años de empeñada lucha, fatigada por el peso abrumador de sus desdichas, exhaustas las fuerzas, decaído su vigor intelectual, la pobre Patria mia tiende sus brazos y reclama de nuevo su cariño desinteresado, su mirada de amor y su palabra de bien.
Lo llamaba la Patria de sus hijos, la Patria de sus anhelos, la que él supo levantar dándole vigoroso empuje con la fuerza de su verbo redentor, con la convicción de sus ideas.
Y acudiendo a tu reclamo, vuelve a tu regazo, acaricia tu frente sudorosa, se embriaga con los aires de tus lomas, se adormece el murmullo de tus ríos, se adormece con el canto de tus aves, con los tintes de tu cielo, y animado por grandes ideales, forja esperanzas que tornaría en la ansiada realidad, y descorriendo el manto de las sombras hará lucir de nuevo para ti, Patria infortunada, la esplendente luz que baña con limpios arreboles los espacios infinitos de la razón y la conciencia.
Torna a tu regazo, y empuñando el bordón del peregrino, se lanza con esfuerzo denodado a la batalla del pensamiento, recorre valles y ciudades; investiga, lucha y trabaja con celo ardiente, con el amor del hijo amante; cual si hubiera mecido su cuna la brisa que susurra en las palmas quisqueyanas.
Ya se agitará en tus arterias y correrá con impulso vigoroso nueva savia vivificadora; ya se ostentará del uno al otro confín la enseña triunfadora del progreso que eleva y dignifica, ya tienes en tus brazos al batallador, cuyas fuerzas no rinden el trabajo y la fatiga».
En torno al prócer cubano —y a raíz de su muerte, ocurrida el 19 de mayo de 1895—, como homenaje póstumo ella escribe su elegíaco artículo «A Martí», que evidencia su elevado y avanzado modo de pensar:
A Martí(9)
«Tú vives todavía. Tú espíritu inmaculado se cierne en la atmósfera que envuelve a los abnegados patriotas que continúan la magna obra redentora.
Las almas nobles cual la tuya, los corazones viriles, el verbo inmaculado, esos no mueren.
Cuba, tu hermosa patria, adormecida por las arrulladoras ondas del mar Caribe, acariciada por la brisa perfumada de los trópicos, elevaba al cielo sus tristes ojos de virgen prisionera, y pensaba en ti, mientras tú, huésped ilustre de mi patria, alado pensamiento que se remonta con el vuelo del águila, torrente prodigioso que se desborda y se torna en cascadas de flores y de perlas, dulce poeta de alma inmaculada, orador eximio de excelsos pensamientos, abnegado patriota de heroica resolución, revolvías en tu agitada mente la idea de su gloriosa redención.
El amor de la hermosa virgen encadenada llenaba tu alma de patriota y volaste, guiado por irresistible atracción, a combatir por la patria esclavizada. Los campos de esa patria pregonan tu victoria, las ondas de ese mar murmuran tu heroísmo, la aurora de ese cielo bendice tu memoria.
Envuelto en blanco cendal e iluminado por los vivos resplandores del combate, te arrebató el ángel de la muerte. Moriste como héroe, con el santo heroísmo de los mártires, combatiendo por tu patria, acariciando el bello ideal de la Libertad.
Cuba será libre, y tu alma regocijada sonreirá desde los cielos. Tú vives todavía, y vivirás eternamente en el corazón del patriota. Las almas nobles, los grandes corazones, el verbo inmaculado, esos no mueren. ¡Bendito seas!»
Notas:
(4)Max Henríquez Ureña. Panorama histórico de la literatura dominicana. Edición especial de la Colección Pensamiento Dominicano. Santo Domingo: BANRESERVAS, 2009. Vol. IV, p. 437).
(5) En: revista Letras y Ciencias (Santo Domingo), I (10): 75, julio 31 de 1892. Recogido en su obra citada, pp. 16-20.
(6)Loc. cit.
(7)Publicada en el periódico El Teléfono (Santo Domingo), número 386, agosto 31 de 1890.
(8)En: Eugenio M. Hostos. Biografía y bibliografía. Santo Domingo: Imp. Oiga, 1905.
(9)En su: Op. cit., pp. 23-24.