El mundo literario de Mercedes Laura Aguiar (1)

Por Miguel Collado

 

A Daisy Cocco De Filippis,

por sus aportes en la difusión

de la literatura femenina dominicana

 

 

Preámbulo

 

Educadora, escritora, gestora cultural, oradora y feminista. En cualquiera de esas cinco facetas Mercedes Laura Aguiar fue sobresaliente y alcanzó niveles de excelencia, lo cual no era muy común todavía en el sexo femenino  a finales del siglo XIX en la América hispánica, por lo que tiene ella ganado un lugar preponderante, ¡de pionería!, en la historia de la cultura dominicana y específicamente en el capítulo reservado en la historia de la lucha por los derechos de la mujer. Multifacética y valiente, de amplia cultura y poseedora de una precocidad intelectual demostrada en sus escritos iniciales dados a la luz pública en la prensa siendo muy joven. De profunda formación hostosiana, como su insigne maestra: Salomé Ureña de Henríquez.

Salomé Ureña de Henríquez (1850-1897). Poetisa y educadora.

Aquí resaltaré la segunda de sus facetas citadas —la de escritora—, ya que en torno a las demás bastante se ha escrito; especialmente de la primera de ellas por haber sido una de las seis primeras maestras normalistas graduadas, el 17 de abril de 1887, bajo el influjo del pensamiento pedagógico hostosiano y como discípulas de la insigne educadora Salomé Ureña de Henríquez. Todas egresadas del Instituto de Señoritas fundado por la eximia poetisa el 3 de noviembre de 1881 en la ciudad de Santo Domingo, todavía intramuros: Leonor Feltz, Luisa Ozema Pellerano, Ana Josefa Puello, Altagracia Henríquez Perdomo y Catalina Pou Arvelo fueron sus condiscípulas.

Mercedes Laura Aguiar (1872-1958). Escritora y educadora.

Aguiar supo armonizar su honda vocación de educadora con la de amante de las letras: publicó en revistas y periódicos de la época ensayos y artículos literarios. Algunos de esos medios con los que colaboró: en los periódicos «El Eco de la Opinión» y «Listín Diario» y en las revistas «La Cuna de América», «La Crónica», «La Revista Literaria» y «Letras y Ciencias». Fue Socia de Honor de la Sociedad Cultural Alegría, de Venezuela, entidad de carácter feminista que editaba una revista: «Flores y Letras» (1891-1895). ¿Habrá sido Aguiar colaboradora de esa revista? Es posible.

Un escritor es, en gran medida, el resultado de sus vivencias, de sus experiencias existenciales, que aun inconscientemente se reflejan en su obra literaria. Parte importante  de esas vivencias son sus lecturas, las cuales influyen de un modo u otro, en el acto creador. ¿Y cuáles fueron las lecturas iniciales de Mercedes Aguiar antes de sobrepasar la etapa de la adolescencia? Henry W. Longfellow, William Shakespeare, Víctor Hugo, Henrik Ibsen, José Enrique Rodó, José Martí, Rubén Darío, entre otros autores clásicos. Nada sorprendente si recordamos que fue Salomé Ureña de Henríquez su guía formadora, a través de la cual recibió el influjo del pensamiento hostosiano.

 

Mercedes, la creadora

 

Era inevitable la influencia lírica de su maestra Salomé. La poesía se aposentó en el espíritu de Mercedes, haciendo germinar las evocaciones, las sublimes añoranzas, en su poema en prosa «Sursum corda», escrito en 1896 a la edad de 24 años:

 

Sursum corda(1)

 

«Venid a mí, dulcísimos recuerdos de la infancia, envolvedme con vuestro albo ropaje, y adormecedme la compás de vuestras suaves melodías.

Ensueños de ventura que halagasteis mi soñadora fantasía, purísimas imágenes que pasasteis por mi alma entre destellos de luz, volved a mí y traedme gratas reminiscencias de las dichas infantiles.

Risueñas alboradas de mi adorado cielo quisqueyano, iluminad mi frente juvenil con vuestros vívidos fulgores, ¡y bañadme con vuestras dulces claridades!

Besadme, blandamente, rumorosas brisas tropicales, y modulad en mis oídos los arpegios que traéis en vuestras ondas.

***

¡Levántate, alma mia! Sacude el letargo febril en que yaces, acaricia de nuevo ideales de gloria y porvenir, y saluda, alborozada, las plácidas horas de estas noches quisqueyanas.

Y desde aquí, donde tantas veces, envuelta en perfumes de flores y en ondas de gloriosa admiración, resonaron los ecos de su lira inmortal, lleva hasta ella la dulcísima cantora del Ozama tiernos suspiros del alma.

¡Allí la encontrarás!

Y cuando, adormecida por las ondas de ese mar que la cautiva, contemple la altiva cumbre que se envuelve en alba túnica de nubes; cuando, arrobada en éxtasis de maternal amor, sueñe en su nativo suelo, imprime en su pálida frente dulcísimo beso de inefable ternura.

¡Que al rumor de ese beso bullan en su mente recuerdos de indecible afecto! ¡Que en las ondas del mar, en los rayos de la luz, en las alas de la brisa, lleguen hasta mí los purísimos efluvios de su alma inmaculada!»

 

En su texto preciosista «A Luz», publicado en septiembre de 1897, hay elementos propios del modernismo literario y del post-romanticismo: el intimismo al expresar la autora sus sentimientos más profundos, su trasfondo humano, expresado con ternura; su belleza lírica y el cuidado en el uso del lenguaje, de evidente riqueza lexical, y esa libertad poética no sujeta a norma métrica alguna. Es un escrito con características propias del ensayo y del poema en prosa. Transcribimos un fragmento a continuación:

 

A Luz(2)

 

En sus quince años

 

«Dulces reminiscencias, recuerdos de simpático afecto agolpan a mi memoria.

¿Recuerdas?…. «Lucía abril, y lucía galas la estación primaveral», y en este hogar, albergue de ternuras y efusivas alegrías, en este hogar, donde el ángel tutelar derramaba dulcísimo aroma de simpatía, hubo expansiones de júbilo, numerosos ecos de alegre satisfacción, y todo era luz y contento, placer y felicidad.

Y en esa noche de bendición, lucía el cielo del materno hogar sereno y limpio, como luce el cielo de tu alma angelical; navegabas en tranquilo mar, rizado por suave brisa y solo el placer empujaba el dichoso bajel de tu existencia.

¿Lo recuerdas…..?

Entonces, en tu infancia, más dichosa que hoy mirabas sonreída la bendecida fiesta del hogar, que presidía tu madre y rebosabas alegría guiada por su dulce fraternal afecto.

            Después… se desató la borrasca; el límpido cielo se tornó en cielo de tempestad; la blanda brisa en furibundo aquilón y la nave de tu vida zozobró desviada por el terrible golpe.

La reina del hogar ascendió a los cielos y el negro manto de la orfandad te envolvió, dulce amiga mia, y al bullicioso enjambre de este «grupo de amor y de inocencia» sucedieron lamentos de infinita tristeza…..

Pero… ¡bendita una y mil veces tú! Bendita tu candorosa existencia que en medio de la ruda tempestad, en aquel horrible naufragio, iluminado por los rayos ardientes de infinito amor, bañado por la intensa luz del santo e inmenso amor de tu padre….»

 

La muerte de Salomé —su mentora,  su modelo pedagógico, su maternal amiga— hiere profundamente  su ser interior, produciendo en ella un estremecimiento emocional tal que la impulsa a escribir una de sus piezas literarias de mayor significación lírica: «Meseniana».(3) Este canto elegíaco —en el que Aguiar, con hilos de dolor, a la vez que va expresando su hondo pesar, nos ofrece un retrato de la eximia poetisa: «¡Educadora, redentora y madre! ¡Dulce y augusta trinidad, que eleva y dignifica!»— fue publicado meses después del fallecimiento de la que tantos honores póstumos recibió del pueblo dominicano que la admiraba.

Es conmovedora —tanto, que estremece el alma— la forma en que Aguiar pasa de la tercera a la segunda persona gramatical para dialogar con esa Salomé que ya se ha ido para significar el grado de doloroso vacío espiritual que ella ha dejado entre sus discípulas con su partida física: «Ellas necesitaban aún del suave calor de tu mirada, de tus consejos nutridos de la más alta moral, de tu cariño inefable…».

Nadie ha descrito, como Mercedes Aguiar, ese dramático momento en que —doblegada su voluntad por la enfermedad que la aquejaba— Salomé yacía en la cama en la que esperaba, serena y resignada, la parca a la que había cantado en su poesía cada vez que la vida de alguno de sus seres queridos corría peligro:

 

«Y ya en el lecho de muerte, donde se iban agotando tus fuerzas materiales, y abatiendo el gigantesco vuelo de tu espíritu, aún se alzaba tu voz edificante, y vibraban los ecos de tu alma. […]  ¡oh, Dios!… aún nos parece verte postrada en el lecho del dolor, rodeada de tu amante esposo, de tus hijos, de tus más caras afecciones, reclinada la noble cabeza pensadora, alta siempre la pálida frente, de donde brotó a torrentes la luz; trémulos aquellos labios que siempre se abrieran para dar paso a la verdad…..!»

 

Transcribimos otros fragmentos de «Meseniana»:

 

«Ayer, ¡cuánto júbilo! ¡Qué alegre el canto del ruiseñor! ¡Cuánto alborozo! ¡Qué olor de rosas, lirios y jazmines! ¡Cuánta dulce fruición! Las almas entonaban cánticos de alegría. El cielo, el sol, la brisa, ¡todo convidaba a la fiesta del espíritu!

            Era el 17 de abril de 1887…

[…]

Pero… ¿quién osaba llevarlas a aquel sagrado recinto? ¿Quién hollaba el pavimento de aquel templo, inaccesible hasta entonces a la mujer dominicana? Las llevaba una mujer… Y aquella mujer sacerdotisa, iba a ofrendar en aras de la Patria de su amor, el fruto primero de sus afanes y desvelos: iba a ofrecer en holocausto —con aquellas seis adolescentes de blanca vestidura— todas las fuerzas de sus espíritu abnegado, toda la ternura de su alma, todo el caudal de su inagotable, infinito amor a la perla del mar Caribe, ¡su Quisqueya idolatrada!

[…]

Educadora y madre a la vez, ¡con qué nobleza de alma!, ¡con cuánto heroico sacrificio ejerciste el sagrado ministerio! ¡Con cuánto esmero!, ¡con qué tierna solicitud templaste aquellos corazones y levantaste aquellas inteligencias que, dormidas aún, esperaban una mano amiga y cariñosa que las despertara dulcemente!

            Y tú, la egregia poetisa, penetraste también los arcanos de la ciencia, investigaste los secretos de la Naturaleza, consagraste las fuerzas todas de tu alma a la cultura de la mujer dominicana y acogiste tiernamente en tu hogar, de esposa y madre amorosísima, a aquel grupo de niñas que, sedientas de luz bebieron en los límpidos raudales de tu corazón, y se bañaron en las dulces claridades que irradiaba tu conciencia inmaculada…!

            Aún palpitan en mis oídos, en mi alma, en el alma de mis tiernas amigas de la infancia, mis amadas compañeras, los ecos de una voz edificante, los efluvios de ese espíritu infatigable que, cerniéndose por encima de todo lo terrestre, dejando atrás vallas y salvando abismos con abnegación sublime, educaba y redimía…

[…]

¡Cayó el robusto tronco! La encina corpulenta sucumbió a impulsos de violenta sacudida y las plantas que crecían bajo su benéfica sombra, en vano buscan las ramas protectoras del árbol caído…!

[…]

Reunidas en torno tuyo, cual mariposas que revolotean en derredor de un foco de vivísima luz, pendiente el alma de tus labios, arrobado el espíritu con las fragantes emanaciones de tu superior espíritu, agrupadas y enlazadas con el vínculo sagrado de tu afecto, bajo la poderosa influencia que en ellas ejercía el dulce acento de tu palabra divina, ¡qué gratas eran aquellas horas de solaz! ¡Qué tiernamente latían aquellos corazones, que de tu alma recibían la hostia cándida del deber, y la verdad y el bien, en el santuario de los íntimos afectos…!»

 

Notas:

 

(1)En: revista «Letras y Ciencias» (Santo Domingo), V (106): 942, octubre 3, 1896. Leída por la autora en la cuarta reunión familiar. Está datado el 16 de septiembre de 1896. [Esa revista fue fundada y dirigida por los ilustres hermanos Federico y Francisco Henríquez y Carvajal. Entre sus colaboradores: José Martí, Rubén Darío, Manuel Gutiérrez Nájera, José Joaquín Pérez, César Nicolás Penson, Salomé Ureña de Henríquez, Juan Isidro Ortea, Rafael Abreu Licairac, Emilio Prud’Homme, Manuel de Jesús de Peña y Reinoso, Gastón F. Deligne y Leonor María Feltz, entre otras figuras de prestigio intelectual].

 

(2)En: revista citada, VI (129): 135, septiembre 6, 1897.

 

(3)En: revista citada, VI (121): mayo 15, 1897. Reproducido en: Mercedes Laura Aguiar (1872-1958). «Discursos y páginas literarias: recuerdo amoroso de sus discípulas en el día de su centenario». Prólogo: Argentina Montás. Santo Domingo: Editora del Caribe, 1972. Pp. 30-33).