Los estrategas vivimos hoy una redefinición constante del término estrategia. Significa entonces que, de nuestra capacidad de entender, y en ocasiones hasta de predecir, los elementos que dan sentido a este término dependerán nuestro éxito en este quehacer.

¡Sí, has entendido bien! ¡La estrategia es compleja!

Lo primero que debemos tener claro es que el impacto de una estrategia no es solo determinado por las acciones iniciales que tomemos. De hecho, esta podría ser la etapa más fácil, aun considerando que incluso el proceso de definir nuestra estrategia puede llevar al desquicio a los estrategas, puesto desviamos nuestra atención mucho antes de que la misma sea concebida y abrazada por los stokeholders o accionistas.

La intervención de decenas de personas en la formulación de la estrategia, en caso de las empresas familiares centralizadas, o bien la burocracia de las multinacionales, suelen ser distractores que inyectan una tartamudez ralentizadora a la comunicación fluida y dinámica entre el consumidor y el mercado, dejando fuera de nuestro campo de visión elementos neurálgicos para mantener relevante nuestra definición temporal de estrategia.

Una vez definida, y de habernos sacudido el polvo de los aprendizajes en las primeras implementaciones, es entonces cuando debemos intentar blindar todos los flancos, porque seremos atacados con fiereza. Si bien el mundo de la estrategia es sorprendentemente dinámico, muchos olvidamos que el impacto de las primeras acciones puede cambiar la órbita de la estrategia, en la medida que se desarrolla su interacción con la competencia, los consumidores y otros guerreros con los que compartimos la arena comercial. Incluso se ve impactada por aquellos actores que solemos ignorar, puesto se encuentran en una etapa embrionaria, no atacan directamente nuestro universo o porque los subestimamos mirándolos con desdén y arrogancia desde un trono que puede resultar tan efímero como un estornudo.

La estrategia no solo es compleja y dinámica, sino multidimensional. Hemos de considerar que cada día surgen nuevos competidores con ofertas retadoras, enfrentando a empresas e industrias que, hasta el momento, habíamos permanecido en un ambiente competitivo relativamente estable. Es por esto por lo que los estrategas enfrentamos amenazas que exigen una visión más amplia y, con ella, utilizar un kit de lentes diversos que nos ayuden a evitar la miopía en la evaluación y monitoreo constante de un mundo que ya no es el que era hace unas décadas.

Debemos aceptar que las estrategias han de formularse desde afuera hacia dentro, puesto que el consumidor basa sus decisiones en cómo ellos perciben nuestra oferta, siempre en comparación con el valor percibido en aquello que brinda la competencia. Si no somos ilusos, hemos de tener la seguridad de que los destellos de una estrategia que enviemos a los competidores y a los consumidores regresarán a nosotros cual boomerang, hinchado con esteroides. Nuestra reacción definirá lo que entendemos como competencia. Y para enfrentarla con mayores posibilidades de éxito son necesarias la anticipación y la preparación.

La globalización, los cambios tecnológicos, la accesibilidad a esta tecnología, la desregulación, los tratados de libre comercio, la Inter conectividad y otros, hacen que los competidores nos decodifiquen y reaccionen a una velocidad solo comparable con la telepatía. De esto podemos concluir que cualquier ventaja que entendamos tener es, sencillamente, temporal.