Las situaciones creadas por la sentencia del TC, así como algunos acontecimientos recientes dentro de los cuales pondría juntos la designación del nuevo embajador de los Estados Unidos y la sustitución del nuncio apostólico a raíz de las sombrías actuaciones del nuncio polaco Wesolovski, hacen cada día más apremiante dotar nuestro país de una ley relativa a la lucha contra el racismo y la discriminación que castigue con severidad toda manifestación pública verbal o escrita de racismo, así como la promoción de la discriminación, el odio y la violencia.

Por un lado, la sentencia ha tomado un giro inesperado, creando una fractura peligrosa entre “nacionalistas, patriotas o buenos dominicanos” y “antipatriotas, traidores o malos dominicanos”. Por el otro, la llegada de un embajador homosexual, ahora recién casado, ha desatado más oprobio que las imperdonables perversiones del precedente nuncio apostólico. El mundo cambia.

No es tampoco casual que el mismo Papa se sienta en la obligación de manifestar todo su apoyo y confianza al nuevo nuncio, Jude Thaddeus Okolo, originario de Nigeria, que viene a cumplir sus funciones después de la engorrosa situación en la cual la Iglesia Católica ha sido colocada por un sacerdote aristócrata y proveniente de uno de los países mas católicos de Europa. El mundo cambia.

Nadie puede negar que los discursos y comentarios de los últimos meses se han descarrilado. He presenciado en un supermercado de Arroyo Hondo un señor que apostrofó mi esposo frente a su hijo de unos 9 o 10 años, diciéndole: “Mira bien a este señor, gente como ésta hay que matarlas porque son vende patria (sic)”. O ayer mismo, en otro tenor, cuando escuché a un conocido tratando de convencerme que “con Trujillo no había un solo homosexual, ni un vago, ni un ladrón, para degenerar este país”.

A raíz de la exacerbación de las pasiones se están manejando conceptos e ideas que son bombas de tiempo cuando existen en un país todos los ingredientes para su explosión, entre otros: fragilización del tejido social, desconexión entre política y sociedad, identidad nacional débil, corrupción e impunidad.

Hemos llegado a una encrucijada que determinará nuestro futuro. Hemos accedido al mundo global, sin educación y sin reflexión suficiente sobre lo que queremos ser como nación. Para ser parte de los grandes conjuntos económicos se necesita de una visión de país, de una dirección clara y no equívoca sobre los grandes problemas internacionales y nacionales.  La firma de convenios que se anuncian con bombos y platillos puede significar la apertura de oportunidades, pero también conlleva obligaciones; no son simples pedazos de papel, se trata de compromisos que, en algunos casos, limitan la soberanía. El mundo cambia.

Somos una sociedad alienada y contradictoria, huérfana de liderazgo coherente, con serias incapacidades para insertarse de manera satisfactoria en un mundo global. Arrastramos el trujillismo como un peso que nos hunde. No solamente no se ha hecho una real catarsis post Trujillo, sino que un gobierno que llegó al poder con una aura de izquierda ha mantenido incrustado en el seno del gobierno una minoría de extirpe trujillista, rancia y conservadora, dándole un lugar preeminente que no se merece.

Rechazar al haitiano cuando no nos conviene,  buscarlo y mantenerlo en condiciones de sumisión para servir los intereses de los empresarios que son parte del sistema, es manipulación. El migrante hoy en día es el heredero de las “clases peligrosas” de antaño. El mundo cambia.

Los que han gritado que no son xenófobos, ni racistas, ni nazis han revelado su verdadera naturaleza con los llamados a la muerte en contra de los defensores de los derechos humanos, la quema de los libros de Vargas Llosa, las amenazas al representante de ACNUR. No es casual que se encuentren también entre sus filas los más virulentos homofóbicos.

Es tiempo de revisar nuestros programas educativos para educar nuestros niños y niñas sin prejuicios, es tiempo que nuestros medios de comunicación reconozcan y promuevan la diversidad y que nuestras personalidades públicas eviten de referirse a ciertos grupos de manera peyorativa y prejuiciada.

Es tiempo de dotarnos de un marco legal que prohíba la discriminación, directa o indirecta, al igual que la incitación a discriminar. El mundo cambia.